viernes, 12 de septiembre de 2014

Juan Villoro - Crear desiertos

Hace unas semanas escribí sobre la propuesta de destacados científicos de que nuestra era geológica se bautice como “Antropoceno”. Así se reconocería el impacto del hombre en la naturaleza y la responsabilidad que eso conlleva.

Los atentados al medio ambiente se agravan en países donde las leyes de protección se cambian o violan a discreción. En su reciente encuentro con periodistas, Peña Nieto dijo que la corrupción es un problema “cultural”. Al modo del tequila y el ajonjolí, define nuestra identidad. De acuerdo con esta lógica, para no confundir lo público con lo privado habría que cambiar de tradición. Como eso llevaría siglos, no forma parte de la agenda para los próximos cuatro años de gobierno.








La respuesta del Presidente puso en duda el alcance de sus reformas. ¿De qué sirven 54 cambios a la Constitución si no se aplican legalmente?


Algo parecido ocurrió en el Senado. El panista Ernesto Cordero hizo una encendida defensa de la reforma de hidrocarburos y encaró a la prensa. La primera pregunta tuvo que ver con la corrupción. La perforación en aguas profundas traerá inversión extranjera de millones de dólares. ¿Será posible que quienes decidan las licitaciones sean ajenos a los intereses de los megaconsorcios petroleros, tomando en cuenta que la reforma no prevé suficientes candados para evitar el tráfico de influencias? Cordero respondió con absoluto candor: “Eso me preocupa mucho y voy a luchar para que no ocurra”. El senador se propone combatir los abusos de una reforma que los permite. ¿No sería mejor aprobar leyes que garantizaran mayor participación y vigilancia?

La corrupción no es un modo de ser, depende de las opciones concretas de ejercerla. No se combate con un dilatado proceso antropológico para cambiar usos y costumbres, sino con reglas y sanciones. Es un asunto técnico que depende de la voluntad política, no del carácter nacional.

En el publicitado afán de Peña Nieto de “mover a México” la impunidad no ha salido del equipaje. Veamos el caso ocurrido en el Estado de México, lugar de formación política del mandatario.

A partir del 1o. de octubre de 2013, el Nevado de Toluca dejó de ser un Parque Nacional. Desde 1936, los bosques, las cascadas y el volcán formaban parte de la extraordinaria red forestal creada por Miguel Ángel de Quevedo. El “Apóstol del Árbol” no se oponía al uso de fuentes de energía.

Al contrario, los 38 parques nacionales que contribuyó a crear tenían como principio rector que las zonas boscosas garantizaran la afluencia de agua a las presas generadoras de electricidad. Este equilibrio permitía un desarrollo sustentable, que preservaba la naturaleza.

Con el decreto de Peña Nieto,
sólo 4 por ciento (mil 941 hectáreas) del antiguo Parque Nacional mantiene su condición de zona enteramente protegida. Las 51 mil 649 hectáreas restantes podrán ser explotadas de distintos modos.

El problema venía de lejos porque el Parque Nacional no estaba bien protegido y ahí se practicaba la agricultura y la explotación de maderas. Sin embargo, en vez de recuperar la zona de manera integral, se optó por “normalizar” el daño que ya se hacía y por abrir nuevas posibilidades de deforestación.

Los escurrimientos del Nevado alimentan de agua a Toluca y parte del Valle de México. Su afluencia sólo es comparable a la de los ríos Lerma y Balsas. El decreto de Peña Nieto
vulnera el ecosistema en aras de generar “riqueza”.

Estamos ante la pérdida de un insustituible territorio que garantizaba la biodiversidad, el asentamiento del suelo y la precipitación fluvial. El nuevo decreto permite la ganadería, la agricultura, el turismo y la “construcción y mantenimiento de infraestructura pública o privada”.
Quienes piensan que el Fondo de Cultura puede ser sustituido por Walmart, tal vez consideren que un Parque Nacional no sirve porque no es negocio. La paradoja es que buscar el “aprovechamiento” del bosque logrará que deje de ser un bosque.

“Con usura no hay casa de buena piedra”, escribió Ezra Pound. En el México reformista las leyes parecen ser una molestia. Un excepcional decreto que tenía pleno sentido desde 1936 se modifica en nombre del dinero. La naturaleza se convertirá en un fraccionamiento “alpino” y más tarde en un desierto. Una metáfora de las reformas.

En 2016 un grupo de científicos decidirá si el impacto del hombre sobre la naturaleza ha sido suficiente para determinar una nueva era geológica. Nuestra particular manera de contribuir al ecocidio pasa por el abuso y la corrupción, no por la cultura.




La impunidad no ha salido del equipaje, sigue siendo un lastre inamovible, será cultural?


Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=262209


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