sábado, 11 de octubre de 2014

Manuel Espino - Violencia en una marcha por la paz

La paradoja humana, social y política es brutal: durante una marcha en la Ciudad de México en solidaridad con los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, plena de expresiones de duelo y de dolor, se hizo presente la violencia contra uno de los propios manifestantes, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Al líder moral del Partido de la Revolución Democrática le fueron arrojados en un primer momento insultos, como “cobarde”, “traidor” y “asesino”, pero luego botellas y hasta señalamientos de tránsito. Con apego a la doctrina de no violencia, ni Cárdenas Solórzano ni sus acompañantes respondieron a las agresiones. En la embestida resultó herido en la cabeza un intelectual señero de la izquierda mexicana, el politólogo e historiador Adolfo Gilly.








El asunto es especialmente serio porque Cárdenas ha hecho de su vida pública un ejemplo de civilidad, jamás se le ha conocido por tener un ánimo confrontacional o por hacer una política de diatribas y descalificaciones. Las constantes críticas a su partido por tolerar o fomentar la violencia jamás han sido dirigidas contra él, pues aun quienes no profesamos su ideología sabemos que es un líder que se ha entregado con pasión y perseverancia a causas favorables a México.


Igualmente preocupante es que en redes sociales abunden comentarios que justifican estas agresiones con explicaciones tan gastadas como absurdas: que la presencia de una persona en un acto o lugar puede interpretarse como una “provocación”, que se trata de expresiones de indignación del pueblo, que son acciones planeadas como cortinas de humo, etcétera.

La cantidad de estos argumentos indignos de toda persona que se precie de ser demócrata muestra que subsisten en nuestra cultura profundas raíces de sectarismo, que trascienden ideologías, partidos y niveles educativos. Se trata de una actitud aberrante, que avergüenza al país tanto como los hechos que se reclaman.

Como sociedad, esas manifestaciones no las queremos.

Hemos cruzado un límite. Si un hombre de paz, un líder al que hasta sus adversarios reconocen como demócrata, un hombre de Estado mucho más que de partido, es agredido de esta manera, debemos hacer un alto, reflexionar y comenzar a promover desde todos los espacios posibles una cultura de la concertación, el diálogo y la tolerancia.

Pues en esos valores y jamás en la violencia, es donde está la clave para crecer como ciudadanos y como nación.


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