“Hay noches en que los lobos están silenciosos y sólo la luna aúlla”.
George Carlin
Hasta la luna se tiñó de rojo. A su paso por el cielo de México su blanco natural al parecer se manchó de sangre. Los astrónomos nos aseguran que la sombra de la Tierra simplemente cubrió a nuestro satélite y lo pintó de un tono carmesí. En un México agobiado por la violencia, sin embargo, ¿cómo no pensar que alguien rafagueó la luna a su paso sobre nuestra tierra?
Hace apenas siete semanas el presidente Enrique Peña Nieto parecía haber dejado atrás la etapa más conflictiva de su mandato, la de las reformas estructurales, para pasar a la consolidación de un futuro mejor. En Twitter, en vísperas de su segundo informe, afirmaba: “De un país detenido, a uno con 11 reformas audaces, reconocidas en el mundo”. En su mensaje a la nación con motivo del informe el mandatario recalcaba: “México no es el país de antes.
Es el que ya se atrevió a cambiar... México se mueve hacia la paz... México se mueve hacia la educación de calidad... México se mueve hacia la prosperidad... México ya está en movimiento”.
Peña Nieto puede, efectivamente, citar en foros nacionales y extranjeros las cifras de homicidios dolosos para mostrar que la violencia está bajando. En 2013 el INEGI registró 22,732 homicidios dolosos, un número muy inferior al de 27,213 de 2011. Los datos preliminares del 2014 sugieren que este descenso continúa. El homicidio doloso tiene una gran ventaja como indicador de la violencia, ya que casi no permite la cifra negra. No vivimos quizá en un “México en paz”, como sugiere el título del capítulo correspondiente en el informe de gobierno, pero sí, por lo menos, en un país en que las cifras de homicidios han descendido de los niveles extraordinariamente altos que llegaron a tener, a pesar de que estamos todavía arriba de las cifras previas a 2010.
Qué lejano parece hoy, no obstante, el tono triunfalista al hablar de la violencia. La visión de que la parte difícil del sexenio quedó atrás y, con las reformas, el reto es hoy consolidar los logros parece ingenua. Las matanzas de Tlatlaya e Iguala demuestran que los retos son otros y que tienen que ver con el gobierno de un país en el que la vida no vale nada.
El problema para el gobierno es que la violencia, además de ser un mal concreto que puede medirse con indicadores como el homicidio, es también un tema de percepción. De nada sirve señalar que los homicidios están bajando si algunos casos muy sonados generan la percepción contraria. Esto lo sabe muy bien Miguel Ángel Mancera, el jefe de Gobierno capitalino, porque la percepción sobre la seguridad en la Ciudad de México, pese a tener una tasa relativamente baja de homicidios, se vio afectada por el secuestro y ejecución de los 13 jóvenes del bar Heaven en mayo de 2013.
Los casos de Tlatlaya e Iguala son impactantes porque son homicidios masivos, pero también porque fueron perpetrados por soldados y policías municipales. En el caso de Iguala, las víctimas son jóvenes que pertenecen a una comunidad aguerrida por tradición y que ha mantenido movilizaciones constantes en contra de las autoridades de cualquier partido político. Las manifestaciones de ayer fueron sólo una probadita de lo que puede venir más adelante.
Quizá la luna de sangre que se vio ayer de madrugada en los cielos fue un simple fenómeno astronómico, un eclipse lunar como tantos otros. Nuestros antepasados, sin embargo, la habrían percibido con temor, como un preludio de males por venir. Tal vez quienes pensaron en el tema de “México en paz” para el segundo informe de gobierno del presidente Peña Nieto hayan sentido esa misma trepidación al ver una luna llena carmesí.
Costo de la política
A los contribuyentes se nos dijo que teníamos que pagar el costo de candidatos, campañas y partidos para evitar que los narcotraficantes controlaran la política. Pero Michoacán e Iguala demuestran que la estrategia no funcionó. ¿Por qué no liberamos entonces a los contribuyentes de la enorme carga financiera de este sistema político?
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