Circula desde el gobierno federal la versión de que, a más tardar
el jueves, el presidente Peña Nieto anunciará una serie de medidas que
cimbrarán a la política y la sociedad.
Tendrían que ver con un cambio de eje al que ha sido forzado el gobierno tras el golpazo de las ocho últimas semanas. Del proyecto de mover a México después de las exitosas reformas, se transitaría con sentido de urgencia a una reestructuración radical del Estado de derecho, la procuración de justicia y el esquema de las policías. Se respaldaría vigorosamente el Sistema Nacional Anticorrupción, que encabezará el PAN. Y habría un énfasis en tres entidades: Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
El anuncio será una suerte de lúgubre segundo aniversario de gestión. Concluiría así la era del triunfalismo peñanietista. No hay espacio para tratar de darle la vuelta a una realidad tan desfavorable con discursos y propaganda que no lleven a ninguna parte.
Bien describió ayer Luis Rubio que noviembre se extingue con la percepción de un gobierno desaparecido, y una combinación de enojo, resentimiento y sensación de haber sido engañados que no puede conducir a nada bueno. Yo agregaría que ese enojo toca hoy a las capas bajas, medias y altas de la sociedad. Algo que quizá no se vivía desde los primeros meses del 1995 poserror de diciembre.
Más le vale acertar al Presidente, porque si falla, si desilusiona con viejas recetas y medicinas caducas, difícilmente tendrá una segunda oportunidad de aquí a 2018.
Eso significaría cuatro años de turbulencia. Cuatro años de crisis. Horribles.
Tendrían que ver con un cambio de eje al que ha sido forzado el gobierno tras el golpazo de las ocho últimas semanas. Del proyecto de mover a México después de las exitosas reformas, se transitaría con sentido de urgencia a una reestructuración radical del Estado de derecho, la procuración de justicia y el esquema de las policías. Se respaldaría vigorosamente el Sistema Nacional Anticorrupción, que encabezará el PAN. Y habría un énfasis en tres entidades: Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
El anuncio será una suerte de lúgubre segundo aniversario de gestión. Concluiría así la era del triunfalismo peñanietista. No hay espacio para tratar de darle la vuelta a una realidad tan desfavorable con discursos y propaganda que no lleven a ninguna parte.
Bien describió ayer Luis Rubio que noviembre se extingue con la percepción de un gobierno desaparecido, y una combinación de enojo, resentimiento y sensación de haber sido engañados que no puede conducir a nada bueno. Yo agregaría que ese enojo toca hoy a las capas bajas, medias y altas de la sociedad. Algo que quizá no se vivía desde los primeros meses del 1995 poserror de diciembre.
Más le vale acertar al Presidente, porque si falla, si desilusiona con viejas recetas y medicinas caducas, difícilmente tendrá una segunda oportunidad de aquí a 2018.
Eso significaría cuatro años de turbulencia. Cuatro años de crisis. Horribles.
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