martes, 11 de noviembre de 2014

Eduardo Ruiz Healy - Los viles manipuladores del dolor de los padres

Como alguien que perdió a un hijo entiendo perfectamente el dolor que sienten los padres de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa que nunca serán regresados vivos como lo exigen quienes han tomado las calles para protestar por lo ocurrido en Iguala y de paso cometer actos vandálicos bajo el pretexto de estar enojados contra el gobierno. También entiendo perfectamente el dolor que embarga a los padres de los entre 80,000 y 150,000 muertos que ha dejado la guerra que estúpidamente y sin un plan previamente establecido le declaró Felipe Calderón a los cárteles de la droga y las centenas de bandas delincuenciales que operan en México.
Trato de entender el dolor que sienten los padres de los aproximadamente 26,000 desparecidos cuyos cuerpos probablemente yacen en una tumba clandestina o fueron desparecidos por las llamas, los ácidos u otras técnicas empleadas por los malnacidos criminales de nuestro país. Y trato de entender, porque peor que la muerte de un hijo es el no saber si vive o no; si está vivo, ha de ser pavoroso imaginar, día tras día, que tipo de vida lleva; si está muerto, ha de ser espantoso imaginar, un día tras otro, el tipo de muerte que sufrió.









Elisabeth Kübler Ross (1926-2004) fue una psiquiatra que investigó y escribió mucho sobre la muerte y el proceso de morir. Lo que más se conoce de su obra es la descripción de las cinco etapas que experimentamos quienes hemos sufrido la pérdida de un ser querido, las cuales generalmente, pero no siempre, se dan según su secuencia lógica.

La primera etapa es la de la negación. En ella negamos que haya muerto esa persona y cuestionamos lo que ha sucedido; buscamos la soledad, nos aislamos y muchas veces nos sentimos culpables de la muerte de esa persona.

La segunda etapa es la del enojo. Nos sentimos totalmente impotentes ante el doloroso suceso. Nos concentramos en las causas de la muerte y reaccionamos con violencia contra las mismas. El enojo puede llegar a ser tal que descuidamos nuestra persona, nuestras actividades y a las personas queridas que nos rodean.

La tercera etapa es la de la negociación. Aquí empezamos a explicarnos la pérdida y buscamos resolver el dolor que sentimos. Buscamos algún tipo de ayuda externa, sea sicológica o espiritual; algunos se refugian en la oración y otros deciden sacrificar algo o cambiar su conducta en recuerdo del ser querido muerto.

La cuarta etapa es la de la depresión. El dolor por la pérdida golpea con toda su fuerza y la mente empieza a entender que lo sucedido no tiene remedio. Uno recuerda constantemente a la persona muerta y relaciona cosas, lugares, calles y situaciones con ella. El peligro de esta etapa es que uno puede contribuir a que el sufrimiento sea mayor.

La quinta etapa es la de la aceptación. Aquí llegamos a aceptar la pérdida del ser querido. El dolor ya no es constante sino por momentos. Uno empieza a ver hacia delante y no hacia; vuelve nuevamente a la vida. Recordamos al ser querido sin enojo y con cariño.

Hoy, los padres de los miles de muertos que han dejado la violencia, la corrupción y la impunidad se encuentran en alguna de esas cinco etapas.

Malo, inhumano y condenable es que algunos políticos o líderes sociales manipulen a esos padres adoloridos para lucrar políticamente, para ganar votos en las elecciones de junio del año entrante, para desprestigiar al gobierno. Esos manipuladores son tan viles como los que mataron a esas decenas de miles de hijos de los hombres y mujeres que hoy los lloran.


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