martes, 11 de noviembre de 2014

Roberta Garza - Ser estúpidos juntos



La caída de las Torres Gemelas enfrentó a los gringos con un mundo de
horror que siempre estuvo allí pero que ellos, por décadas, eligieron
ignorar. Aún frente al humo de los escombros, la mayoría buscó refugio
en dosis masivas de patrioterismo barato, dramatismo de utilería,
villanos maniqueos y explicaciones autocomplacientes: todo menos
despertar del sueño americano.




A los pocos días Susan Sontag publicó en el /New Yorker /una pequeña
pieza que se caía de autocrítica, señalando la rapaz política exterior
de Washington y la abulia y pobreza cívica como corresponsables del
atentado, cimbrando con ello a las buenas conciencias y ganándole a la
mensajera furibundos ataques del respetable: traidora, enemiga del
pueblo, desalmada, etcétera. El texto puede ser resumido en su simple y
brillante exhorto central: condolámonos juntos, pero no seamos estúpidos
juntos.

No es asunto de comparar el 11 de septiembre con Iguala, sino el hecho
de que, ante una tragedia que devela de manera ejemplar la
desintegración institucional y social de México —de entrada, porque no
es la primera vez en la historia reciente del país que alcanzamos e
incluso sobrepasamos ese nivel de horror sin que, inexplicablemente, se
hayan detonado antes demasiadas protestas, o nunca por demasiado
tiempo—, parece que hemos elegido, en su mayoría, ser estúpidos juntos:
buscamos culpables solo entre los adversarios políticos; medimos el amor
patrio por la estridencia de la indignación mostrada; leemos puntos de
vista alternativos como traiciones a la nación; justificamos unas
violencias mientras condenamos otras y vaciamos nuestra ira sobre si la
primera dama lleva o no a su maquillista a China.

Porque si lo que queremos es reconstruir al país debemos comenzar por
evitar pelarnos los dientes entre nosotros mismos nomás por convivir.
Tampoco es aconsejable vender falsas repúblicas amorosas o fingir que
vivimos entre las páginas de /The Economist/, pero sí mirarnos al espejo
sin concesiones, asumiendo la democracia como un estado de consensos,
diálogos y negociaciones críticas donde las llamadas al toque de
degüello deben ser remplazadas por un sistema de
justicia universal e imparcial, sin dobles raseros ni impunidades: un
pacto, pero no entre cúpulas, sino entre ciudadanos. Pero eso implica
desmontar de raíz al sistema de componendas y cacicazgos ilegales o
paralegales que ha abrigado por décadas a los hijos del águila y la
serpiente: desde a quien se roba la luz para el puesto de tacos gracias
la protección del líder /charro/, previo /moche/, hasta a quien gana la
concesión para construir infraestructura mayor, previo /moche/. Pasando
por los becarios de toda laya que, quizá no en efectivo, pero también
dan su /moche/ en adulaciones gratuitas, manos alzadas y otras prebendas.

Ahora que si lo que queremos es seguir como hasta ahora, expiando la
barbarie a punta de /memes/ y marchas, pues sigamos en la reducción de
buenos contra malos; sigamos diciéndonos demócratas mientras callamos
con gritos o pedradas las voces contrarias a las nuestras; sigamos
pensando que añoramos un estado de derecho mientras justificamos y hasta
fomentamos unos delitos —por su tamaño, tipo, o animal de origen— y nos
rasgamos las vestiduras frente a otros, y sigamos haciendo política o,
peor aún, psicoterapia, con nuestro descontento.

Al fin y al cabo, aunque me haga inmensamente impopular diciéndolo, del
rumbo de un país es tan responsable quien lo preside como la suma de las
voluntades de sus ciudadanos. **


Fuente: http://www.milenio.com/firmas/roberta_garza/estupidos-juntos_18_407539255.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.