Gabriel Jiménez Emán 1950 |
El vértigo lúcido
Vive
solo en una cabaña junto al río. Duerme hasta tarde en la mañana, pues
apenas si logra conciliar el sueño por la noche. Se levanta, no se mira
nunca a un espejo, se despereza y va al río donde se da un buen
chapuzón; se distrae en el bosque, observa los pájaros, los panales de
avispas en los troncos de los árboles, las lagartijas que reptan junto a
las piedras. Regresa y pone un sartén en la leña con huevos y tocino,
que saborea lentamente. Después va a la casucha de su amigo el arriero a
tomar un poco de café; se entera por éste de los recientes pormenores
del pueblo, los escucha sin hacer ninguna pregunta ni emitir opinión.
Después regresa por un camino solitario hasta su cabaña, acaricia al
perro y juega con los bigotes del gato, mientras su mirada se pierde en
la corriente del río.
Se
dirige al ropero, toma la capucha, las botas y el grueso cinturón de
cuero, y los introduce en una maleta. El hacha la afila en un amolador
rústico, la guarda en un estuche, bien limpia y desinfectada con un
chorro de aguardiente.
Antes
de dirigirse a su trabajo en el patíbulo, va a visitar a una hermana
mayor, que le sirve un buen tazón de café retinto, y a ella le comenta
el acontecimiento acerca de un mínimo cambio en el estado del tiempo.
Hay un incidente que le preocupa y a veces le perturba, pero no comenta
nada. Termina su café, y en ese instante es asaltado por un rapto de
lucidez: se da perfecta cuenta de todo cuanto ocurre en el pueblo, y
dentro de si mismo. Revisa en su mente el dictamen del juez acerca del
hombre que va a ser decapitado. Recuerda entonces a su madre, su mujer y
su hijo muertos. Constata que existe una lamentable equivocación en el
fallo que acaba de hacer la suprema corte. Se cerciora de que el
dictamen de los jueces ha estado errado en otras ocasiones: la lucidez
se mete en su cuerpo y recorre todos los intersticios de su cabeza; su
mente se puebla de ideas que explotan en el interior de su cerebro como
pequeñas bombas de agua, salpicando gotas en todas direcciones.
Va
al cuarto de su hermana. Se quita la ropa y saca de la maleta las
botas, el pantalón negro, la correa y la capucha, y se las coloca. Bebe
un largo trago de aguardiente. Saca el hacha del estuche y se dirige al
patíbulo. Su figura, recortada en la vastedad del campo contra el cielo
índigo, cobra una fuerza poderosa.
Apura
el paso y cruza el tumulto de gente que va a asistir al máximo evento.
Entra a la parte inferior de la tarima del patíbulo a revisar los
últimos detalles de la decapitación. Sube a la tarima y espera la orden
del alcalde. El acusado está por llegar; lo están trayendo en este
momento desde la prisión. El verdugo espera con paciencia; su pulso está
perfecto.
Hay
una hora de retardo, y el acusado no llega. La gente está alterada,
exige a gritos que traigan al acusado. Los ánimos se van caldeando hasta
que todo aquello se vuelve una turba histérica.
Entonces
el verdugo lúcido sube a la tarima, levanta el hacha y la deja caer
sobre el cuerpo del hombre que nunca llega. Se quita la capucha para que
todos presencien la placentera sonrisa que se dibuja en su rostro.
Sinopsis
José Luis, el empleado de una funeraria, proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho a una vivienda. José Luis acaba aceptando la propuesta de su suegro con el convencimiento de que jamás se presentará la ocasión de ejercer tan ignominioso oficio.
El verdugo
1963
País: España
Director: Luis García Berlanga
Sinopsis
José Luis, el empleado de una funeraria, proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho a una vivienda. José Luis acaba aceptando la propuesta de su suegro con el convencimiento de que jamás se presentará la ocasión de ejercer tan ignominioso oficio.
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