A quienes recordamos el Guerrero de los 70 del siglo pasado lo que
sucede hoy nos suena conocido. Creemos oír la misma canción de guerra,
solo que con más gente cantándola y oyéndola.
Uno presiente tras las movilizaciones de Guerrero el viejo sueño de ser “la chispa que enciende la pradera”: la tentación revolucionaria.
Quizá la gran diferencia entre el Guerrero de ayer y de hoy sea que la violencia de los 70 fue clandestina, lo mismo que su represión. Rebelión y represión entonces sucedieron casi al margen de la sociedad y de los medios. Hoy suceden en el centro de la atención de ambos. El silencio de los medios de aquellos años es hoy un estruendo.
La represión del siglo pasado fue impune en gran medida precisamente porque la violencia guerrillera se daba en la soledad de la sierra… y de los pueblos perdidos del estado. La violencia de hoy se da en las principales calles de las principales ciudades del estado: Acapulco, Chilpancingo, Iguala.
A la vista de todos, los violentos queman palacios de gobierno, vandalizan instalaciones, saquean alcaldías, cierran autopistas, lanzan camiones contra un cuartel militar.
Todo, sin contención de la autoridad. Con ánimo de contrastar se podría decir que la impunidad de los 70 era de los represores y la impunidad de hoy es de los incendiarios.
La ilusión revolucionaria tiene ahora una densidad social que no tenía entonces. La acompañan dirigentes magisteriales, políticos embozados, pueblos sacudidos por el narcotráfico, policías comunitarias de ambigua filiación, y la increíble persistencia ideológica del linaje guerrillero de los 70: el Ejército Popular Revolucionario (EPR), su escisión del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), y el silabario insurgente de la normal de Ayotzinapa.
Uso la palabra revolución porque creo que esa es una de las tonadas de fondo de lo que pasa en Guerrero. Es una tonada vieja, que termina mal.
En esto se parece el Guerrero de hoy al de ayer: lleva camino de un desenlace violento, malo para todos.
Falta el primer disparo que cruce las líneas. Pero ni gobierno ni agitadores han llegado hasta allá. Nadie quiere disparar primero.
acamin@milenio.com
Uno presiente tras las movilizaciones de Guerrero el viejo sueño de ser “la chispa que enciende la pradera”: la tentación revolucionaria.
Quizá la gran diferencia entre el Guerrero de ayer y de hoy sea que la violencia de los 70 fue clandestina, lo mismo que su represión. Rebelión y represión entonces sucedieron casi al margen de la sociedad y de los medios. Hoy suceden en el centro de la atención de ambos. El silencio de los medios de aquellos años es hoy un estruendo.
La represión del siglo pasado fue impune en gran medida precisamente porque la violencia guerrillera se daba en la soledad de la sierra… y de los pueblos perdidos del estado. La violencia de hoy se da en las principales calles de las principales ciudades del estado: Acapulco, Chilpancingo, Iguala.
A la vista de todos, los violentos queman palacios de gobierno, vandalizan instalaciones, saquean alcaldías, cierran autopistas, lanzan camiones contra un cuartel militar.
Todo, sin contención de la autoridad. Con ánimo de contrastar se podría decir que la impunidad de los 70 era de los represores y la impunidad de hoy es de los incendiarios.
La ilusión revolucionaria tiene ahora una densidad social que no tenía entonces. La acompañan dirigentes magisteriales, políticos embozados, pueblos sacudidos por el narcotráfico, policías comunitarias de ambigua filiación, y la increíble persistencia ideológica del linaje guerrillero de los 70: el Ejército Popular Revolucionario (EPR), su escisión del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), y el silabario insurgente de la normal de Ayotzinapa.
Uso la palabra revolución porque creo que esa es una de las tonadas de fondo de lo que pasa en Guerrero. Es una tonada vieja, que termina mal.
En esto se parece el Guerrero de hoy al de ayer: lleva camino de un desenlace violento, malo para todos.
Falta el primer disparo que cruce las líneas. Pero ni gobierno ni agitadores han llegado hasta allá. Nadie quiere disparar primero.
acamin@milenio.com
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