En 2013, Alberto Suárez Inda solicitó al Vaticano su jubilación. La
respuesta fue que se la concederían cuando tuviese sucesor como
arzobispo de Morelia, capital de Michoacán.
En mayo de 2014 acudió a Roma en una visita de su diócesis y Francisco
le dijo: “Aguante por ahora. No quiero que se me escape”. Volvió a casa y
al cabo de un tiempo recibió una notificación en la que se establecía
que de momento iba a tener que seguir de arzobispo: Donec aliter provideatur —hasta que se disponga otra cosa—.
El 4 de enero pasado a las cinco de la mañana estaba durmiendo en su
pueblito de retiro cuando lo llamó un sacerdote amigo. “El Papa te ha
nombrado cardenal”. Suárez Inda, 75 años a cuestas, le dijo que estaba
soñando, o que tal vez estuviera teniendo visiones. Pero al rato recibió
la llamada oficial que le confirmó que no se iba a jubilar, sino todo
lo contrario. “No tienes la oportunidad de decir sí o no”, explicaba el
jueves en su despacho en Morelia. “Simplemente, cae como una losa sobre
ti”.
El día que se anunciaron los 15 nuevos cardenales,
el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, explicitó la razón de
que se haya elegido al arzobispo de Morelia: “Es una región golpeada por
la violencia”. Suárez Inda será el mediador de Francisco en el
conflicto mexicano.
matanza de Iguala, conforma en el sur una región prioritaria para las estrategias de seguridad.
Su Estado, Michoacán, donde surgieron en 2013 las autodefensas civiles
contra los abusos del narco, es uno de los focos rojos del país, y
junto al Estado de Guerrero, en el que ocurrió la
El 14 de febrero estará en el Vaticano para su nombramiento. Le
apetece ir a orar a las catacumbas de San Calixto, “donde fueron
sepultados los primeros cristianos”. Cuenta que el rincón romano
favorito del papa Francisco es la iglesia de San Luis de los Franceses, a
la que siempre ha ido a contemplar La vocación de San Mateo, el cuadro de Caravaggio del que sacó el lema de su escudo episcopal: Miserando atque eligendo —lo miró con misericordia y lo eligió—.
Un par de horas después de la entrevista en su despacho, monseñor
Suárez Inda se pone con calma los ropones para oficiar una misa en una
iglesia de un barrio popular y habla de cómo tendrá que vestir de
cardenal: “Todo rojo. Dirán que soy comunista, pero es el rojo del
martirio, del que está dispuesto a derramar la sangre”.
“Para ayudar al Papa”, interviene un sacerdote.
Él responde: “Para lo que él pida. Y lo que uno pueda hacer”.
Suárez Inda no forma parte del sector de la iglesia mexicana más cercano al Gobierno federal del PRI.
Se le considera más cercano al Partido Acción Nacional (PAN, de
centroderecha católica, al que pertenecía el expresidente Felipe
Calderón) con el que un hermano suyo ha sido alcalde de la ciudad de
Celaya. Asentado en el meollo de la violencia, autónomo del Ejecutivo y
con el respaldo directo del Papa, el arzobispo que se quería jubilar
asoma ahora como una figura clave de intermediación en el pandemonio
mexicano.
En el último mes ha habido dos episodios sangrientos en Michoacán: 11
muertos a mediados de diciembre en un enfrentamiento entre facciones de
autodefensas (legalizadas en 2014 como fuerzas rurales) y el 6 de enero
otros nueve
en una noche de choques entre fuerzas federales y una supuesta banda
criminal. En 2014 —datos oficiales hasta octubre—, en el Estado se
registraron 981 asesinatos. En todo 2013, 916. El conflicto no cesa.
En su despacho, vestido de negro con una bufanda y una cruz plateada
sobre el pecho, Alberto Suárez Inda habla de cómo la violencia afecta a
los sacerdotes. Sin ir más lejos, en diciembre un cura apareció con un
tiro en la cabeza en el límite entre Guerrero y Michoacán. El arzobispo
ofrece los datos de su Estado: cinco sacerdotes asesinados en los
últimos 15 años, todos en el municipio de Apatzingán, epicentro de la
guerra entre autodefensas y mafias. “Alguno fue por confusión; otro
porque se quejó de que habían sembrado droga en sus tierras; otro porque
le aconsejó a la esposa de un criminal que dejase a su marido”. Suárez
Inda describe una región en la que “todo el mundo tiene armas de alto
calibre, mayor incluso que el de los militares”, donde no es infrecuente
que en plena capital, Morelia, entren a robar en los templos: “Te ponen
una pistola en la sien y te dicen: ‘Me llevo la computadora y el
cáliz”".
“No se me escape todavía”, le dijo el Papa. Suárez Inda calibra el
peso de la losa que le ha tocado cargar y concluye: “Es una travesura de
Francisco”.
Leído en http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/11/actualidad/1420991231_085264.html
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