“O caminamos todos juntos hacia la paz o nunca la encontraremos”: Benjamín Franklin |
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Cuando como titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), acudí a las zonas que sufrieron la furia y el castigo de desastres naturales, en medio del dolor de la pérdida de vidas, de patrimonios y de una generalizada desconfianza respecto a buena parte de las autoridades locales, mujeres y hombres exigían que fueran los soldados y marinos quienes hicieran reparto de láminas y despensas, quienes vigilaran las zonas más afectadas para que no fueran saqueadas las pocas pertenencias que aún tenían.
Las cosas no cambian. Justo en estos días el Ejército se encuentra resguardando el proceso electoral, desde la elaboración del papel de seguridad, hasta el traslado de las boletas a los consejos distritales; serán muchos de ellos también quienes ese día vigilarán zonas de alto riesgo para proteger a la población frente a las amenazas del crimen organizado.
Les encargamos nuestras vidas, nuestros desastres y nuestros votos, pero no nos damos cuenta de lo que eso implica.
Reconociendo los desafíos que hoy tienen las Fuerzas Armadas, el irrenunciable deber de actuar con apego irrestricto a los derechos humanos y a la ley, y teniendo que responder a cabalidad cuando se vulneran o atropellan estos mandatos, no puedo dejar de preguntarme: ¿por qué vivimos una generalizada indiferencia frente a las tumbas de mujeres y hombres que, siendo parte de las Fuerzas Armadas, han perdido la vida cumpliendo con su deber?
Sin minimizar el debate sobre la legalización de las drogas, es un hecho que en años recientes las Fuerzas Armadas han cumplido órdenes y han estado supliendo las tareas y responsabilidades que normalmente corresponderían a diversos cuerpos de seguridad de municipios y estados. Han dado protección a miles de familias y siguen inspirando la mayor confianza en las comunidades donde permanecen, muy por encima de otras autoridades.
El contraste es palpable. Por un lado, aparecen en las primeras planas los rostros, nombres y apodos de los capos y miembros del crimen organizado; sin embargo los nombres, las historias de mujeres y hombres que yacen en una tumba por el cumplimiento de su deber simple y sencillamente están ignorados. Todos ellos tienen familias, muchos más son padres o madres de familia y casi nadie, con pocas excepciones, se pregunta por las necesidades de sus hijos y también por su dolor.
Llegará el momento, y la instancia correspondiente, en que se decida si las fuerzas armadas regresan o no a sus cuarteles o siguen al frente de operativos contra los criminales. Urgente es también resolver un nuevo marco jurídico, porque el actual no guarda semejanza alguna con la realidad. Entre tanto, muchos militares han muerto y siguen muriendo.
Como sociedad necesitamos reconocer a quienes habiendo actuado con estricto apego a la ley mueren en cumplimiento de su deber, o bien, quedan con graves secuelas que los incapacitaran el resto de su vida. No hay contradicción entre legalidad y paz por un lado, y las Fuerzas Armadas por el otro.
Frente a la tumba de un soldado es tiempo de preguntarnos si optamos por la indiferencia, el silencio o, peor aún, el desprecio. La alternativa deseable es honrar su valor y compromiso. Si hoy se anunciara a miles de mexicanos que las Fuerzas Armadas se retiran de sus localidades habría una convulsión social porque sólo caminando estos territorios comprende uno el sentimiento de desamparo, miedo e incertidumbre que viven a diario millones de mexicanos.
Las tumbas de capos con historias legendarias son objeto de mausoleos y series de televisión; la tumba de un soldado, la tumba de un marino han dejado de conmover a muchos y esta es una pésima noticia y realidad.
Twitter: @JosefinaVM
Leído en : http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/frente-a-la-tumba-de-un-soldado.html
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