¿Cuál sería la motivación en personas a las que el status quo les sirve tan bien, y les va tan bien; para querer cambiarlo? Es decir, si quienes tienen el poder para realizar el cambio se la pasan a todo dar, para qué cambiarían.
A menos que nuestra élite —y aquí me refiero a políticos, empresarios, líderes sindicales, líderes intelectuales, dueños de medios, etcétera— estuviera incómoda o fuera de un altruismo inédito en el mundo, por qué habría de querer que las cosas sean diferentes.
Pienso en esto mientras leo, por decir, del caso Moreira/deuda/funcionarios riquillos y lo que acaba de suceder en el legislativo.
En cualquier otro país el señor Moreira, por lo menos, habría renunciado a su posición de liderazgo en el PRI. Por estos lares es distinto, el profesor hace chistines y reta —insulto de por medio— a sus adversarios políticos.
Tiene razón Moreira. ¿Qué le puede pasar? Nada. Seguirá teniendo los choferes, y el sueldo —o sueldos— el reconocimiento de sus compinches; si en unos meses Peña Nieto lo saca del PRI, algo agarrará, seguro será Senador o Embajador o Consejero de algo.
Moreira tiene aprendida la lección: no hay consecuencia ninguna para el que actúa como él. Tal vez peor, no hay consecuencia tampoco para el que actúa honorablemente. Esto es: si Moreira renunciara para enfrentar como ciudadano y con verdad el escándalo que lo rodea, no habría premio a su conducta.
No es por supuesto conducta exclusiva de los priistas. Ahí está César Nava pegadito a Cordero sin nunca haber explicado lo de su departamento, y qué decir de René Bejarano poderoso como antes en las izquierdas corporativas urbanas. ¿Qué no invitaron a Montiel a despedir a Peña Nieto? ¿A poco no sigue Larrazábal de alcalde en Monterrey? ¿Qué no argumentaron vigorosos Juan Molinar o Daniel Karam en contra de renunciar a sus puestos después del incendio de la guardería ABC?
El único desdoro que conocen es el de perder el hueso. Es decir, la forma de vida.
El sueldito, el poder, el acceso, los choferes, algún viajecito, el secretario particular —gran y mexicanísimo invento—; eso sí es perder. Unas cuantas columnas, hasta dos o tres primeras planas se aguantan; pero no lo otro.
Pasa en todos los ámbitos, por cierto, desde los medios se pueden decir cualquier cantidad de barbaridades no verificadas que no pasa nada. Desde el empresariado se puede abusar del consumidor cuantas veces se guste y nunca pasa nada.
Por eso Moreira envalentonado reacomoda los hechos, esconde otros, hace chistes e insulta. Total. Nada le pasará. A lo mejor hasta bien le va.
Ni siquiera creo que afecte a Peña Nieto. El mexiquense lo quitará, pero será por otras cosas. Esas andanzas son tan comunes que no veo como se trasladen al electorado.
Mi Moreira contra tu Larrazábal contra tu Godoy Toscano. En esa competencia, empatan.
Así que: aguanta Moreira.
Lo mismo en http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9054847
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