El Dr. Meyer infiere que, en palabras de Calderón, el poder del narcotráfico es mayor que cuando inició la lucha vs los narcos.
Mala noticia
En su discurso del 4 de diciembre y luego al rendir homenaje a miembros
de su partido que perdieron la vida en accidentes o atentados recientes,
Felipe Calderón –el hombre en posesión de los datos más completos sobre
el estado que guarda el Estado– dio información que no puede más que
apesadumbrar a los ciudadanos mexicanos: el poder e influencia del
narcotráfico es hoy mayor que cuando su Administración le declaró
informalmente la guerra, hace cinco años. Es verdad que Calderón no dio
la información en esos términos, pero se infiere de lo dicho.
El proyecto
Simplificando, se puede decir que desde el inicio el combate armado a
las organizaciones de narcotraficantes fue el corazón del proyecto
político de Los Pinos. Posiblemente se le concibió tras la elección de
julio del 2006 y se anunció apenas 10 días después de la peculiar toma
de posesión. La prensa reportó entonces: "El gobierno se declara en
'guerra' contra el hampa; inicia acciones en Michoacán" (La Jornada, 12,
diciembre, 2006). Se trataba de la Operación Conjunta Michoacán, un
ofensiva sin fecha de término y para la cual se movilizaron 6 mil 714
efectivos del Ejército, la Armada y la Policía (AFI y PFP) apoyados con
aviones, helicópteros, barcos, vehículos y hasta perros, pues se
proponía sellar las costas y las carreteras del Estado, construir
puestos de control, ejecutar órdenes de aprehensión (300), acabar con
los plantíos de enervantes y con los puntos de venta de las drogas. No
se dijo que Michoacán había sido elegido para este espectacular inicio
de sexenio por estar gobernado por el PRD, sino por lo violento: 543
ejecuciones en un año. Al dar a conocer la operación, el Secretario de
Gobernación reveló que las primeras acciones se habían iniciado el 1 de
diciembre mismo, que la nueva Administración no había perdido ni un día
en ponerse a limpiar de narcotraficantes no sólo el estado natal de
Calderón, sino al País. Y prueba de ello era que con apenas 11 días de
existencia, el nuevo Gobierno ya había decomisado un cargamento de
pseudoefedrina –el mayor en la historia–, desmantelado un laboratorio
para metanfetaminas (ambos en Michoacán) y capturado un barco con 2.3
toneladas de cocaína en Chiapas.
El informe
"Llegando y haciendo lumbre" parecía ser la consigna calderonista. La
idea era empezar el ataque para mostrar decisión, liderazgo y ganar así
un apoyo más amplio que el 35.89 por ciento que había votado por el PAN.
El poner antes a punto los instrumentos para llevar con éxito esta
política –las Fuerzas Armadas, las policías, las estructuras judiciales,
los servicios de inteligencia– no se consideró necesario; eso se haría
sobre la marcha lo mismo que el diseño de la parte económica, elemento
central de este conflicto, cuyas causas primeras y últimas siempre han
sido económicas: un negocio donde las cantidades obtenidas llegan a
sumar entre 19 mil y 29 mil millones de dólares anuales.
Cinco años más tarde
El Secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, dijo entonces que
lo que se había iniciado "será una batalla que nos llevará tiempo". Sin
embargo, cinco años después la batalla ya ha consumido más tiempo que
la Primera Guerra Mundial y no ve el final del túnel.
El reciente discurso donde Calderón da cuenta del quinto año de su
Gobierno puede verse como un parte de guerra: tantos delincuentes
"inhabilitados" o extraditados, tantos operativos, decomisos,
erradicaciones de plantíos de mariguana y amapola y aseguramientos de
armas y dinero, etc. Sin embargo, está el otro lado de la moneda que no
apareció en ese informe: el crecimiento sistemático de muertes
provocadas por la lucha entre y contra los narcotraficantes o el hecho
de que, pese a todo, el mercado nacional e internacional de drogas no
registra falta de suministro. Sin embargo, lo más significativo de lo
dicho en estos días por Calderón sobre el tema es la admisión de que el
narcotráfico ya es capaz de intervenir en los procesos políticos, en las
elecciones, y el caso más claro, según el discurso oficial, es
Michoacán, justamente el estado donde se puso en marcha la acción armada
contra los cárteles de la droga hace cinco años.
Al recordar el 6 de diciembre al Alcalde asesinado de La Piedad,
Calderón aceptó como algo inédito en México "y probablemente en el
mundo" que los narcotraficantes obligaran a un periódico local a
publicar un desplegado donde pedían no votar por el PAN bajo pena de
muerte.
Antes, dijo el jefe del Ejecutivo, en los procesos electorales se había
llegado a amenazar al votante con quitarle apoyos si no sufragaba de tal
o cual manera, pero ahora había un salto cualitativo: se amenazaba con
quitarle la vida si votaba de manera contraria a lo ordenado por el
narcotráfico.
Calderón hizo referencia a esa amenaza insólita para exigir su condena
enérgica por parte de toda la sociedad, demanda absolutamente justa. Sin
embargo, en ese discurso desde la cúspide de la estructura formal del
poder político está implícita la admisión de que a pesar de que la
Federación ha intervenido militar y políticamente en Michoacán
–recuérdese la redada de políticos perredistas locales a los que
vanamente se intentó procesar por supuestas ligas con el narcotráfico–
la situación está peor.
Es la admisión sobreentendida de que pese a la eliminación o arresto de
capos y sicarios y decomisos de droga y dinero, los señores de la droga
pueden incrementar su grado de desafío. Entonces, tras una gran
inversión de energía política, de recursos materiales y humanos y de
vidas perdidas, ¿estamos mejor o peor que al inicio?
Otro crimen, otro indicador
El asesinato en Michoacán de Trinidad de la Cruz Crisóstomo, miembro del
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) y defensor de los
derechos de la comunidad de Xayakalan en Santa María Ostula, puede verse
como otro indicador tan puntual como trágico del terreno ganado por el
crimen organizado, de la impotencia de la autoridad y del reto criminal a
la sociedad mexicana.
El homicidio del líder campesino a manos de cuatro sicarios ocurrió el
mismo día en que Felipe Calderón dio el discurso en "la casa del PAN"
admitiendo lo inédito del reto de la criminalidad organizada. Las
circunstancias en que ocurrió el sacrificio de don Trinidad subrayan la
magnitud creciente del terreno perdido por el Gobierno federal y por los
mexicanos pacíficos en su afán por llegar a vivir en un Estado de
Derecho.
Para poder reintegrarse a su comunidad, de donde había tenido que salir
por amenazas y agresión directa de paramilitares, De la Cruz Crisóstomo
se hizo acompañar desde la Ciudad de México por varios miembros del
MPJD, todos supuestamente escoltados por la Policía Federal. El líder
defensor de los derechos de su comunidad se creyó protegido por la
fuerza del Estado, pero no fue así. La Policía Federal, ésa en la que se
han invertido cuantiosos recursos públicos para su capacitación y
armamento, decidió ser muy prudente y retirarse a un sitio seguro justo
cuando su presencia era más necesaria: cuando el grupo de activistas
estaba por arribar a Santa María Ostula. Y es que, según lo afirman los
acompañantes de don Trinidad, en esa zona de Michoacán ni el Ejército ni
la Marina tienen ya presencia y, por lo visto, la Policía Federal
tampoco consideró sensato intentar tenerla y dejó sin protección al
amenazado y a sus acompañantes civiles, una decisión totalmente impropia
de una autoridad responsable, máxime cuando desde julio de 2010 la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos había pedido al Estado
mexicano que protegiera a todos los miembros de la comunidad por estar
bajo asedio de paramilitares (La Jornada, 12 de diciembre).
El atentado de naturaleza política que Calderón justamente lamenta y del
que fue víctima el Alcalde de La Piedad fue inesperado, pero el
atentado también político en contra del líder comunitario de Santa María
Ostula no lo fue y en ese sentido es peor, pues mostró que la autoridad
federal es negligente cuando debe defender a ciudadanos de a pie o que
tras varias matanzas de federales en Michoacán, éstos, entre cumplir a
cabalidad o pecar de prudentes, optaron por lo segundo. Obviamente, el
instrumento contra los narcos no es el adecuado.
Finalmente
El Gobierno de Calderón va a concluir sin haber cerrado el capítulo que
abrió hace un lustro a tambor batiente y banderas desplegadas. Quién
tenga que guiar a México en su siguiente etapa política va a heredar la
batalla contra una criminalidad engallada y, a la vez, deberá enfrentar
una compleja problemática económica y social cuya solución ni siquiera
se ha empezado a intentar.
Leído en http://www.elnorte.com/editoriales/nacional/665/1328061/
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