martes, 13 de diciembre de 2011

Ricardo Monreal - República amorosa: qué sí y qué no es



Lectores de este espacio me han enviado diversos correos solicitando detalles e información sobre el término “República amorosa” que ha acuñado Andrés Manuel López Obrador (AMLO, o AMLOve como ahora lo nombran), al presentar su propuesta de gobierno. La solicitud de los lectores viene acompañada de algunos cuestionamientos: ¿es una propuesta retomada de otros movimientos sociales de izquierda, como en Argentina o Venezuela? ¿Es una visión religiosa o mesiánica de la vida pública? ¿Es una combinación molotóvica de política y moral? ¿Es una versión remasterizada del peace and love del movimiento hippie de los años 60?

Las referencias al amor en el discurso político de AMLO están presentes por lo menos desde el año 2000, durante su campaña a la jefatura de Gobierno. “La finalidad de cualquier gobierno es lograr la felicidad de los ciudadanos y el amor entre las personas”. Desde esa fecha datan también las referencias a “Te AMLO México”, “Yo AMLO el cambio” y otras asociaciones con la palabra amor, a la que incluso los asistentes a los mítines solían escribir con la letra O en forma de corazón o llevaban globos en forma de corazón. Allí están los archivos de imágenes de las concentraciones. En todo caso, lo nuevo es el énfasis, no su utilización.

El amor se utiliza como sinónimo de felicidad y bienestar. Es, incluso, una categoría medible y medida en diversas formas. Por ejemplo, en las encuestas de evaluación del gobierno de la Ciudad de México durante la gestión de López Obrador se incluía con frecuencia la pregunta de “Qué tan feliz se siente usted de vivir en la Ciudad de México: Muy feliz, algo feliz, poco feliz, nada feliz”, etcétera.

En el pensamiento político occidental hay toda una corriente que hace de la felicidad la finalidad de la convivencia social y de la misma acción política. Y el amor es sólo una vía para lograrla. Esa línea de pensamiento nace en Aristóteles, que asocia la felicidad del ciudadano con la finalidad del Estado (Ética nicomáquea), es retomada por John Locke, quien reflexionó sobre la “felicidad política” como finalidad del Estado y es coronada por el padre del utilitarismo, Jeremy Bentham, quien formuló la expresión “la mayor felicidad para el mayor número de ciudadanos” como objetivo de la economía y obligación del gobierno.

De la Europa liberal, la “búsqueda de la felicidad” como finalidad del gobierno pasó a la América independentista y es recogida por prácticamente todas las declaraciones y Actas de Independencia que se promulgaron entre 1789 y 1835, desde Estados Unidos hasta Argentina, pasando por México, Venezuela y Chile. El planteamiento político de Thomas Jefferson de que los hombres tienen el derecho natural a la vida, a la libertad y a la felicidad (Declaración de Independencia 1776), prendió como pólvora.

En la actualidad, la asociación entre felicidad, amor y bienestar como conceptos políticos está contenida en el término “vida buena” (nada que ver con la “buena vida” a la mexicana) acuñado por la socialdemocracia contemporánea, especialmente europea, como la finalidad de un buen gobierno que procura para los ciudadanos libertad, igualdad, justicia, democracia, bienestar y paz. Por último, la asociación entre amor y verdad en el pensamiento político contemporáneo es autoría de Mahatma Gandhi.

A toda esta tradición de pensamiento político responde la propuesta de la “República amorosa” de AMLO. “Cuando hablamos de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual, estamos proponiendo regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor. Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr la felicidad” (“Fundamentos de la República amorosa”, La Jornada, 6 de diciembre 2011).

Más que Perón o Chávez, las raíces están en Aristóteles, Locke, Jefferson y el José María Morelos de la Constitución de Apatzingán. Más que una versión moralina de la política, es reinsertar la dimensión ética en un servicio público degradado por la corrupción y la mezquindad. Más allá de un paternalismo político, es el fraternalismo social lo que promueve esta propuesta. Y más que los hippies de los años 60, son los indignados del siglo XXI los contemporáneos de este movimiento.

Una nación lacerada por la violencia, el desempleo y la desigualdad, puede encontrar en la propuesta de la República amorosa una opción laica para acceder a la felicidad, al bienestar y a la “vida buena” que hoy los malos gobiernos le han negado.

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