martes, 13 de diciembre de 2011

Carlos Blanco- Del Villar y el honesto de AMLO

De entre todos los aspirantes a la presidencia de la República, el de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, tuvo el tino de introducir en su discurso proselitista temas que son muy sensibles para la sociedad nacional, como lo es el asunto de la moralidad y el de la honestidad, y en ese manejo de argumentos que ha venido exponiendo se aprecia la postura del extinto Samuel del Villar, su ex asesor jurídico, cuando era jefe de Gobierno del DF.

Samuel del Villar es aquel personaje que tuvo el singular valor de enfrentar a uno de los empresarios más poderosos de este país: Ricardo Salinas Pliego, el propietario del Grupo Salinas, tras de que como procurador del DF dio el visto bueno para que fuera detenido Mario Bezares, como sospechoso del asesinato de Paco Stanley.

Ese detalle habla de la recia personalidad de un Samuel del Villar, al que conforme al recién fallecido Miguel Ángel Granados Chapa, siempre se caracterizó por erigirse en un defensor de la República, aún a costa de todos y de sí mismo.

Ahora López Obrador, sin hacer mención de Samuel del Villar, habla de elevar la honestidad a rango constitucional, “pues el principal problema de nuestro país es la corrupción política”. Lo que siempre pregonó Del Villar, el mismo que participó en la campaña presidencial de Miguel de la Madrid y que hizo atractivo el periplo proselitista del candidato priísta al lograr que el ex titular de la Secretaría de Programación y Presupuesto adoptara como su principal lema de campaña el de la renovación moral de la sociedad.

Samuel del Villar aconsejaba a De la Madrid que al inicio de su gobierno aplicará medidas tendientes a renovar moralmente a la sociedad y valoraba que mucho le agradecería la ciudadanía el que metiera a la cárcel al dirigente del sindicato petrolero, Joaquín Hernández Galicia y al líder vitalicio del SNTE y de Vanguardia Revolucionaria, Carlos Jonguitud Barrios, en el entendido de que lo prioritario para el gobierno era combatir de manera frontal la corrupción y que mejor prueba de ello que acabar con “gobiernos sindicales corruptos”.

Del Villar, al igual que ahora López Obrador, consideraba que lo prioritario para el inicio de una nueva era gubernamental, era aplicar medidas de corte moral (algo logró con la creación de la Secretaria de la Contraloría), luego aprobar programas económicos para catapultar el desarrollo y luego proseguir con los cambios en el terreno político. Todo lo contario de lo que aconsejaba Carlos Salinas, el titular de la SPP durante el gobierno de De la Madrid, que finalmente convenció al presidente de que no le hiciera caso a Del Villar.

Bajo este antecedente no hay que descartar que López Obrador esté introduciendo el mensaje de la honestidad con toda la intención de enviarle un mensaje cifrado a Carlos Salinas, en el sentido de que retoma la lucha inconclusa de Del Villar en contra de la corrupción. Claro está que el tabasqueño introduce en su discurso de campaña el asunto de la corrupción porque sabe que millones de mexicanos están cansados de padecer un sistema donde la cultura de la legalidad no es una prioridad.

En la calle no es algo del otro mundo escuchar que los gobiernos panistas se han caracterizado por “robar a manos llenas, sin repartir migajas”. Que en los gobiernos perredistas, los nuevos funcionarios, al fin provenientes de un estrato social bajo, llegan ávidos de apoderarse de lo ajeno”, haciendo la reminiscencia de que en la era priísta los funcionarios gubernamentales robaban, pero “repartían”.

Es lamentable mencionar lo anterior, ya que pareciera que México se está convirtiendo en un país de cínicos, tal y como lo auguraba el presidente José López Portillo. Pero, cabe recordar que Samuel del Villar en algo tenía mucha razón: los “mexicanos nacen honestos. Nuestra esencia se guía por la rectitud, por la legalidad, sin embargo, el sistema los corrompe”.

Con su mensaje sobre la honestidad, López Obrador también le envía un mensaje a los dirigentes de la corriente Nueva Izquierda, que encabezan los Chuchos, Zambrano y Ortega. Y en este sentido hay que tener presente que cuando en el 2002, Del Villar rindió un informe sobre la investigación que hizo para determinar si era viable o no renovar el proceso comicial interno que llevó a la dirigencia nacional a Rosario Robles, concluyó que el evento, por el cúmulo de irregularidades, era fraudulento: “El PRD imitó de manera integra la legislación electoral de Carlos Salinas y su aplicación, diseñada para defraudar el sufragio”.

Pero nadie en el PRD le hizo caso. Dirigentes afines a los chuchos consideraron que tuvo que ser así “porque era inaceptable el que compararan nuestras elecciones con las del ex presidente Carlos Salinas”.

Felicidades a López Obrador por su decisión de adoptar la lucha que libró Samuel del Villar hasta su muerte. Sin embargo, si en verdad el tabasqueño busca emprender una lucha frontal contra la corrupción política, tendrá que empezar desde ahora por manejar un discurso alejado de la demagogia, porque la mentira también es un sinónimo de corrupción política.

Es absurdo, deshonesto, que López Obrador prometa que en seis meses les ofrecerá un espacio en las escuelas a 7 millones de jóvenes que en la actualidad ni estudian ni trabajan.

Es imposible que esto suceda. Simplemente en la UNAM la matricula está compuesta actualmente por 316 mil estudiantes. En el IPN la población escolar se asemeja a la universitaria. Y por lo que se sabe, anualmente un porcentaje muy alto de jóvenes se queda sin estudiar porque no hay cupo en los planteles de educación superior, ni mucho menos el personal académico suficiente.

Qué es lo que piensa hacer López Obrador para inscribir en el sistema escolarizado a 7 millones de jóvenes, si no hay ni instalaciones ni personal académico para atender la demanda.

López Obrador debe entender que para pregonar el tema de la honestidad, lo primero es ser honestos consigo mismo. Y no lo está siendo.

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