De no ser agredida a tiros, ninguna autoridad puede explicar, menos aún justificar, el que policías disparen contra manifestantes.
Los dos normalistas rurales abatidos ayer en las afueras de Chilpancingo participaban en el bloqueo que pretendieron disuadir, primero, elementos de la policía preventiva guerrerense; diez minutos después, policías federales, y diez más tarde, disfrazados de civiles, los probables asesinos.
Se trata de agentes ministeriales que no sólo portaban armas largas, sino que, como se ve en los videos, dispararon hacia el horizonte, en dirección de los manifestantes.
Los militares llegaron cuando ya los cuerpos de las víctimas yacían en el asfalto.
El procurador de Guerrero, Alberto López Rosas, puso anoche su puesto en la picota, al afirmar que ningún policía y ninguno de los normalistas asesinó a los estudiantes.
Aunque se antoja imposible que tenga razón, perturba su aseveración de que personas “ajenas” al conflicto llevaron al plantón ocho granadas y un cuerno de chivo. ¿De narcos, de guerrilleros, de provocadores?
O sembradas por los asesinos…
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