miércoles, 21 de marzo de 2012

REVISTA LETRAS LIBRES - BREVE MANUAL DE ZOOLOGÍA POLÍTICA.



Para construir este bestiario escogimos a los diez políticos más representativos de nuestro atribulado país. Uno de ellos es un monstruo de dos cabezas, ambas corruptas. De tierra, agua y aire, los animales imaginarios aquí descritos han conquistado con méritos sobrados su derecho a figurar en esta taxonomía del despropósito y la zafiedad. Invitamos a nuestros lectores a ponerles nombre y apellido.


I.  TRABALEGÁBALO BLANCO.
por Julián Herbert.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

Durante más de media vida aborrecí al fabuloso trabalegábalo blanco. Aborrecí sus pezuñas descendiendo laderas con una tesitura de granada de mano. Aborrecí su peluda cornamenta majestuosa, sus ojillos de santo, su rojiza y pelada calavera furiosa destellando en concursos de belleza vocal. Pero lo que más odiaba, lo que realmente me provocaba una ira pétrea, era su habilidad para escupir (a una velocidad en sus mejores campañas homicida) deposiciones varias que con la jeta levantaba, cada tanto, del piso. Era esto un milagro de extraño ardid bucal: colectaba una hoja de parra con su lengua, sorbía sonoramente las incidencias fecales y, con solo un golpe de quijada, envolvía todo aquello en vegetales nervaduras como si de un fresco habano se tratase. Almacenaba el guato pestilente en su buche, curando [¿cuidando?] claro de nunca masticarlo; reservándolo todo para zaherir a quien osara importunarle.

Me sorprendió por eso notar, últimamente (ahora que los hijos del carnicero Abundio lo capturaron y separaron del rebaño salvaje, lo cegaron y caparon en un establo oscuro, le enseñaron a mugir en escalas menores), que se ha vuelto un bicho manso, incluso un lúcido comentarista de la miseria real. Me ha dicho, en un aparte: “Me tratan dignamente. Se dirigen a mí con la palabra ‘Usted’. Me dan mis piezas de sal, mis medicinas. Y me miman con potajes deliciosos.”

A todo esto sonaba satisfecho. Pude notar, al fin, a qué especie corresponde el prodigioso trabalegábalo blanco: se trata de una agrícola vaquilla. ¡Y yo que, aborreciéndolo, llegué a tragarme los rumores mitológicos de su ascendencia grecorromana...!

Desde ese día, no he vuelto a abrir mis álbumes de zoología fantástica. Temo que todos los seres ahí representados se revelen de pronto en un claro esplendor: pollos, cabras, cerdos y borregos. Animales de granja glorificados por mi incapacidad para llevarlos uno a uno –como suelen hacer los hijos del carnicero Abundio– al rastro. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-trabalegabalo-blanco


II. A LA ORILLA DEL MAR DE LAS IGUANAS.
por Adolfo Castañon.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

EL COELUROSAURIO.

Durante la primera mitad de su vida, la hembra del coelurosaurio –iguana gigante de cola hueca– se reproduce furiosamente y llega a tener hasta veinte camadas de crías que, a su vez, al alcanzar la madurez se entregan a la reproducción con igual furia que sus progenitores, quienes, cuando ya no pueden reproducirse, ni tienen que velar por la sobrevivencia de sus crías, pasan las horas y los días emitiendo un monótono canto de celebración de sus descendientes y de los descendientes de sus descendientes... En ciertas fechas del año, las viejas iguanas de cola hueca se reúnen para entonar una especie de canto colectivo que suena a lo lejos como el ruido de una tempestad marina. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-la-orilla-del-mar-de-las-iguanas


III. CORRECAMINOS.   (Geococcyx mexiquensis)
por Hernán Bravo Varela.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

 Historia natural que se repite en dibujos animados, el correcaminos reaparece cuando más se le creía extinto.

 Nativo de Atlacomulco, zona de importantes hallazgos paleontológicos al noroeste del Estado de México, se adapta a cualquier clima y superficie. Desde la selva chiapaneca hasta el desierto de Sonora se agazapa lo mismo en el tronco de una ceiba que tras un cactus. (Otra cosa es su incapacidad para mimetizarse: la franja tricolor de su copete atrae por igual a azulejos, canarios y tucanes, casi siempre daltónicos.) A ello obedece que la dieta del correcaminos sea variada: lo mismo devora alpiste y carroña de otras aves –tucanes, canarios, azulejos– que a sus propias parejas.

 La vida sexual del Geococcyx es, por decir lo menos, curiosísima. Al llegar el verano los machos fecundan a las hembras para luego migrar a la costa del Pacífico, donde cortejan en bandada a las gaviotas marinas. En posiciones inextricables, correcaminos y gaviotas copulan día y noche –aunque la meta no sea la procreación sino la notoriedad: el rating de sus especies. Mientras tanto, los correcaminos hembras cavan un hoyo en suelos húmedos y bien provistos de gusanos y raíces. Allí, enterradas de cabeza, simulando un raquítico arbusto con la fronda erecta de su cola, aguardan el regreso del macho. Una vez que este ha vuelto, la hembra incuba sus huevos en el hoyo por veinte días. Cuando las crías son ya capaces de pavonearse con la prole aviaria, el macho aprovecha el sueño de la madre para comérsela viva. Sin embargo, las posturas que adopta para deglutir a su pareja reproducen, dramáticamente, las de aquel episodio de infidelidad.

 Solo frente a las cámaras de Animal Planet el correcaminos se transforma en Don Juan; el resto del tiempo es el convidado de piedra de su ecosistema. De ahí que sus reapariciones sean un chantaje ecológico y sentimental; de ahí, también, que su longevidad sea engañosa –sería mejor hablar de intermitencia, como el amor y el desamor en los pétalos de una margarita deshojada.

 Doce años después de su último avistamiento, he aquí a este emisario del paisaje envuelto en una nube de humo. Ya asoma en la carretera su fastuoso copete, engominado por siglos de evolución institucional. Como en la caricatura que lo inmortalizara, el don del correcaminos no es la mezcla de rapidez, buena suerte y mala leche, sino la ubicuidad. Bien pueden prepararse todas las trampas de la memoria para atraparlo. Pero el correcaminos es supersticioso y, a diferencia del coyote, ha preferido no leer el guion para evadir la justicia poética. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-correcaminos


IV. SEÑORA MAPACHE.
por Brenda Lozano.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

Matan a signo ortográfico antes de llegar a la otra página. Al otro lado, le dicen. Ocho asteriscos heridos. 12,903 muertes de enero a septiembre de 2011. Si reuniéramos todos los pies de página que se han perdido en los últimos años formaríamos una biblioteca. Una hipotética Alejandría, dicen, incluidas las notas de un hipotético Aristófanes de Bizancio. Este lugar, dicen, podría ser ejemplo de las bibliotecas venideras: un promedio de 47 homicidios diarios. Es preciso decir que, ante el horror, ahora tenemos calculadoras. Sin embargo. Nadie hace nada contra los asesinos de las comas. Comicidios los llaman en la prensa. Elefantes, rinocerontes y mapaches. ¿Qué van a hacer? Se disputan el protagonismo. Les gusta que los narren. Como a la señora Mapache. Es por eso que ella dice vamos a misa, luego a votar. ¿No se da cuenta del peso y el pasado que ese llamado tiene? Un rinoceronte y un hipopótamo le levantan la pata. Posan para la foto. Los periodistas le preguntan cómo le va a hacer, qué propone. Ella prefiere guardar silencio, cancelar su conferencia, comer un plátano. Reparte, al día siguiente, cómics. ¿Pero por qué? ¿Acaso cree que faltan políticos entrevistados en la prensa para la producción de piñatas? Hable usted que es protagonista. Díganos qué va a hacer para frenar la violencia, las muertes, el pánico. ¿Qué tan hondas son sus palabras sobre el dolor? ¿Qué sabe usted sobre la forma en la que los años rojos han afectado el carácter de los que en estas páginas vivimos? ¿Ha pensado que esa violencia tiene implicaciones en la vida diaria? ¿Qué piensa usted hacer al respecto? ¿Deslindarse de su manada, de su pasado? ¿Cree que eso es posible? Usted inicia sus frases recordando lo evidente, “soy la señora Mapache, como tú y como ella”, por eso le pregunto ¿no le parece tan delicado como invocar a Dios? Soy señora y creo en Dios, levante la mano a mi favor, parece decir. No sin antes recordarle lo tanto que en nuestros días debemos al momento en el que Tácito señaló las flaquezas de Tiberio, ¿está usted a la altura, señora Mapache?

 Aquí nos gusta leer. Usted escribió un libro. En el título usted le pide a Dios –nuevamente a Dios– que la haga viuda. Y le pide al señor Mapache que la escuche, que no la malinterprete. Luego nos reúne a todos alrededor de la fogata para escucharla. Las siguientes cuarenta noches vamos a escuchar sus historias. Las primeras noches nos dirige algunas palabras que fundamentan lo que usted quiere refutar, por ejemplo, con estas tres frases y sus fuentes:

Atribuido a rabinos ortodoxos: Loado sea el Señor, rey del universo, por no haberme hecho mujer. [...] Eurípides, siglo V a. C.: Una mujer debe ser buena para todo dentro de la casa, e inútil para todo fuera de ella. [...] Época victoriana, Inglaterra, siglo XIX: El desarrollo del cerebro atrofia la matriz.

Aparte de preguntarnos cuál es ese grupo de rabinos ortodoxos, aparte de cuestionar qué más escribió esa tal época victoriana y aparte de recordarnos el siglo de Eurípides, queda claro que usted no lee. Que de los tres trágicos griegos, acaso el más humano y el que llegó a las profundidades de mujeres fuertes e inteligentes fue justamente el que usted descontextualiza. Es por eso que nunca vamos a hablar de libros con usted, pero sí del fondo de sus palabras. ¿No le parece que su pasado le da dimensiones a sus palabras? Usted escribe al final de su libro: “Yo quiero ser una mujer consciente del privilegio de la vida, yo quiero ser alguien, para responder con ello a los talentos que Dios me ha regalado.” Y esto justamente la resume, señora Mapache, incluida esa coma que allí yace. Decir una y otra vez soy mujer; hablar de Dios en seguida. ¿Qué nos va a contar las noches siguientes mientras el fuego arde? ¿Se da cuenta de que no es un examen de literatura sino la medida de su intelecto? Responda. De ser posible, responda a la altura de su presente. El nuestro. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-senora-mapache


V. PEJEAMOROSUS.
por Fernando García Ramírez.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck.
Pejeamorosus Clase: Politicopreyggi
Orden: Tabasquionotiforme
Familia: Perredeidae
Género: Amorososteus

El pejeamorosus no ha experimentado prácticamente ningún cambio en las últimas cuatro décadas, por lo que se le considera un fósil viviente. Debe su supervivencia a su capacidad de asumir muchas formas, lo que le ha permitido prosperar incluso en las turbias aguas de la política nacional. Pese a su aspecto feroz, a últimas fechas aparece transformado en un pez amoroso y tolstoiano. En general se le encuentra de forma tubular, con un hocico desproporcionadamente grande y belicoso, alargado. Por la disposición de sus ojos, aunque parece que mira de frente, siempre está viendo al pasado. Es habitual encontrarlo hablando de una gran trampa en su contra. En ese despejo imaginario está su poder. Es inofensivo sin ese talismán verbal.

Aunque es un depredador voraz que sujeta a sus aliados y fieles con sus agudos dientecillos, ahora lo vemos repartir sonrisas y abrazos. Se trata de un camuflaje. “Ahora estoy –se le ha oído decir– en una labor que los encuestólogos llaman quitar negativos.”

Pese a ser normalmente un pez lento, es capaz de acelerar y nadar a una velocidad asombrosa. Puede, según su voluntad, ser transparente o hermético. La ciencia distingue siete especies de pejelagarto. El pejepetrolerus, que toma con violencia los pozos. El pejepopulistae, capaz de ofrecer siete millones de empleos en seis meses. El pejemorenae, que se arropa en el manto estrellado de la del Tepeyac. El pejejuaritis, el de la justa medianía, que ha hecho del llamado chupacabras su Maximiliano. El pejemesianicus, que se cree salvador de la patria y rayito de esperanza. El pejehonestus, que no roba pero que deja medrar a sus subordinados. Y el pejeamorosus tropical, que quiere tener millones de amigos y así más fuerte poder ganar.

El pejeamorosus rige entre las tribus del pantano izquierdo, se vincula a los desposeídos, mora en el altiplano pero no deja de recorrer, sigiloso e infatigable, el país. Su nombre, en inglés, significa lanza.

Los comentócratas más refinados dicen que se pasa de. Los medios por seis años lo cubrieron de lodo, pero él resiste, tiene la piel muy dura, cubierta de escamas que forman una especie de armadura.

Llega a medir hasta tres metros.  Toma las avenidas importantes para torcer los resultados a su favor. Su carne es comestible, aunque abunda en espinas. Su aliento hierve a los peces. Su hueva es altamente tóxica para el ser humano. Se dice que es inmortal. Su nombre es leyenda. Afirman quienes lo frecuentan que sus seis primeros años pueden ser buenos. Que los siguientes seis, no tan buenos. Que el tercer sexenio, no habría quién lo aguante. Que el cuarto... ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-pejeamorosus


VI. RATÓN DEL VERDE GABÁN.
por Jorge F. Hernández.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck.
Roedor desobediente cuestionado en casi todos sus ámbitos, potestades, atribuciones y antojos. De dudosa serenidad y sobriedad, dícese que es mamífero diminuto que encuentra solaz en hornos y calderas (de allí su nombre científico) y reconocible por la recurrente propensión a camuflarse con el verde gabán, de tallas holgadas, mangas largas y gorra también verde-olivo encalada hasta las cejas. Tales persianas, ambas arqueadas: infunden incertidumbre; una sola –arqueada al tiempo en que la cara se pone seria, llega a transmitir enojo– y ambas, más la sombra de unos párpados que podrían parecer aún más trasnochados, ocultan notablemente el uso de gafas aparentemente invisibles de incierta dioptría.

El Ratón de Verde Gabán, irracionalmente tildado de espurio fuera del laboratorio, se ha distinguido por el énfasis con el que se expresa en ciertas posturas erguido, elevados los cuartos traseros con escalones, bancos o huacales que favorecen la ilusión óptica de estatura impostada. Acostumbra la mirada fija en lontananza, el apenas audible ronroneo de las letras completas de todos los himnos militares y dicen sus estudiosos más entregados que evita la contemplación de las nubes y cualesquier insecto volador, ave rapaz o nube con alas que cruzara los cielos. Mejor conocido como el ratón que invirtió los colores de la banda que a veces le cruza el pecho (quizá para romper con el maleficio tradicional de otros muchos Ratones Verdes y consagrarse como el Roedor de Franja Roja), se sabe de su mareada propensión a la repetición constante de estadísticas, números siempre favorables y al anonimato funcional con el que parece reconocer-desconocer sin cuenta mil víctimas de la nefanda coreografía, corredero social y pudridero de toda hampa, desatado en gran medida por el uso y potencia que confiere su gabán verde-olivo de talla demasiado agrandada.

De sonrisa fácil y con dominio de guiños convincentes de entendimiento ajeno, el diminuto roedor del gabán verde-olivo sabe disimular hondos dolores y mayores corajes; se adapta a camuflajes temporales de diferentes regiones, climas y colores; parece no intimidarse con animales de otros idiomas o latitudes, aunque su presencia efímera y limitado tamaño subrayan la fugacidad de sus excursiones allende el nido.

Al parecer habituado al pantano de sangre que rodea su comarca, madriguera, jacal, paisaje y querencia, el Ratón del Verde Gabán reconoce en sus bigotes gran parte de la responsabilidad hemática en la pigmentación de su hábitat y, aunque una inmensa mayoría juzga sus correrías y rasguños como inofensivos, hay zootecnistas anónimos que pronostican que no se extinguirá sin heredar una debacle de naipes, caída de números, refriega de onómatosticos o gran flatulencia. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-raton-del-verde-gaban


VII. ABOMINABLE MAESTRA.
por Eduardo Huchín Sosa.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

En su Libro de los gremios imaginarios, José Luis Borgues explica que en México los líderes sindicales han de ser feos o, en su defecto, parecer que se mantienen vivos por métodos artificiales. A continuación transcribimos la entrada dedicada a Elba Esther, también conocida como La Maestra.
 • • • 
La Teogonía de Hesíodo le atribuye la facultad del habla, no obstante, numerosos testimonios aseguran que más bien “articula el ruido que haría un gis sobre una pizarra”. Su constitución ha sido debatida por teósofos y visionarios y, a pesar de la encendida controversia entre Eckartshausen y la sección 41, hay consenso en que al menos se trata de “un cuerpo sólido”. A su vez, el historiador Lucino conjetura que su rostro es quizás el resultado de aglomerar los rostros de todos sus sindicalizados.

Una ilustración atribuida a un miniaturista anónimo muestra a Elba Esther con la blusa traslúcida. La gente que observa esa imagen termina por rodar en el suelo y solo recobra el conocimiento una vez que le ha heredado la plaza a un pariente. Es bien sabido que quien sueña a una Elba Esther deja de tener pesadillas reales y termina sus días soñándose a sí mismo teniendo pesadillas.

Jonguitud el Antiguo tuvo el infortunio de coincidir con un ejemplar en cierto claro del bosque. Su descripción no deja lugar a dudas del horror: “Es como haber dejado tu mantícora a medio inflar.” La mitología sostiene que si te encuentras cara a cara con una Elba Esther, la criatura te planteará un enigma filosófico y si lo resuelves los dictaminadores de la SEP rechazan tu libro de texto. 

Wasserman, de quien De Quincey decía que “no plagiaba, solo citaba al cuadrado”, aseguró que la abominación que despertaba La Maestra era moral y no física. Una turba lo acusó de herejía con claras miras a llevarlo hasta la hoguera y el célebre apóstata tuvo que rectificar a gritos desde su torre: “¡Lo acepto, lo acepto, la abominación es física! ¡Repito: es física!”

La leyenda indica que una Elba Esther de tamaño regular vive mil años, perece por un minuto y reencarna en la forma de un líder disidente.

Su imagen es habitual en la heráldica eclesiástica y entre delincuentes se considera un deshonor tatuarse su retrato si el único fin es gastar una broma.

 San Jerónimo ha asegurado que, para crearla, Dios utilizó el método de sacar palabras aleatorias de un sombrero. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-abominable-maestra


VIII. TUCÁN JUNIOR.
por Ricardo Cayuela Gally.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

Tucán Junior.  De la densa selva mexicana, caracterizada por una despiadada lucha por el tuétano, corazón del hueso, entre alimañas de diverso pelaje, reptiles prehistóricos, ratones locos, mapaches moralistas y víboras encopetadas capaces de engullirse un elefante blanco sin pestañear, sobresale por su parasitismo el Tucán Filius o Tucán Junior.

La indefinición es su santo y seña, por lo que los naturistas dudan aún en aceptar como válidas sus características (aunque el último congreso en Ravena aceptó el adjetivo doble de “lacra-repelente”). Además, los tucanes del resto del mundo han puesto el graznido en el cielo por compartir especie con semejante pajarraco epigonal.

Un documento agónico, rescatado de la bitácora de un ornitólogo anónimo (y esdrújulo), logró sintetizar por primera vez algunos atisbos de su conducta:
 • carroñero, sigue al cazador líder encuesta en mano y le ofrece su pico de taxidermista a cambio de una tajada de las vísceras y otras partes del sistema legislativo;
• impune, los niños lo tachan en sus boletas electorales con vivos colores sin sospechar que trabaja en sus ratos libres como chivato de la industria maderera;
• pendenciero, su nido lo forma con buitres senatoriales y hienas guaruras;
• incapaz de volar, sus alas son simuladas, usa para desplazarse el mastodonte Hummer y otros devoradores de petróleo;
• adicto, sus ojos inusitados denotan un probable trato de altura con la hoja procesada de ciertas plantas de los Andes;
• promiscuo, sus rituales de apareamiento recuerdan la fábula del puercoespín y la babosa;
• turisbívoro, se alimenta del coral virgen de la costa maya, que transforma en detritos de cemento y concreto de cinco estrellas;
• gritón, como los cuervos, su lema es “Cras, cras, se acabó el mandato y queremos más”.

Si González Martínez pidió torcerle el cuello al cisne de engañoso plumaje, nosotros pedimos como una forma del control de plagas ciudadano este 1º de julio torcerle el pico al tucán de engañoso maridaje. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-tucan-junior


IX. SIEMPRE AL FRENTE DE LA PARVADA.
por Julián Meza.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 
Pepe Gerardo Fernández de la Carroña.

Siempre se situaba al frente de la parvada carroñera en la gigantesca jaula parlamentaria adornada con conejos, nopales y los héroes desplumados que lo habían precedido en los gloriosos hechos patrios. Se llamaba Pepe Gerardo Fernández de la Carroña. No solo formaba parte de esta parvada de gansos patrios, sino que la lideraba (si se puede liderar un grupo de deshilachados y tiesos calcetines), y andaba siempre con la cabeza erguida por considerarse su más insigne representante aunque solo era un ganso más. Comparados con él, sus plumíferos compañeros le parecían apenas opacas sombras de una rijosa ave desplumada después de haber transitado por el palenque con mala fortuna. La ocasión en que le tocó batirse con alguna ave del patriótico corral tricolor dijo haber perdido media docena de plumas de las que le gustaba llevar como entorchado. Algo semejante dijo tras liarse a puños con el jefe de los gansos blanquiazules.

Pese a creerse invicto después de sus repetidas confrontaciones (de las que cada semana ofrecía un bochornoso espectáculo), nada en él lo hacía verse como un campeón de boxeo. Lo que para él eran apenas una docena de plumas menos, para sus rivales eran en realidad, y con mucho mayor acierto, más de un centenar. Aunque estudió en la Escuela Politécnica y sacaba un provecho mal habido del título de Ingeniero, su conocimiento de las matemáticas era menos que elemental. Pese a ser o precisamente por ser un pajarraco testarudo, insistía en ser un sabio comparable con Kurt Gödel. Se supone que estudió sociología en la Universidad Libre de Berlín, en donde conoció a uno de los pocos sobrevivientes de la banda de Baader, que fue de los pocos que no pusieron bombas, pero no hay nada claro al respecto. Las habilidades desplegadas en su época de estudiante las perfeccionó cuando hizo campaña para ir al senado y, sobre todo, ya como senador, en donde aprendió a piar para infundir piedad, a cacarear para simular una multitud, a graznar desenfrenadamente como hacen los gansos que no han vivido una Revolución Amorosa y acaban por sentarse en las céntricas calles de una ciudad donde en menos de ocho años han sido asesinadas 17,492 personas.

Todo acabará, imaginaba el violento pacificador, cuando los propiciadores de la violencia sean obligados a vivir un sexenio parlamentario mediante la fuerza de las bayonetas. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-siempre-al-frente-de-la-parvada


X. NOCHES EN VELA.
por Julieta García González.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck. 

Noches en vela Norma dejó a un lado el libro que leía, apagó la lámpara de su buró y abrió la boca en un amplio bostezo. A su lado reposaba el enorme bulto, sin roncar por el momento. En el otro extremo de la cama –inmensa, mandada a hacer para acomodarlos a todos– estaba Vanessa hojeando una revista, con el pelo recogido y la cara de incomodidad que tenía desde hacía un par de meses. 

Norma trató de ser educada (era una mujer varios años mayor que Vanessa): “¿Podrías apagar tu lucecita? Yo creo que ya debemos dormirnos. Necesito descansar... por favor.” Vanessa no levantó la vista de las hojas brillantes. El bulto, dormido, se removió, como hacía de vez en cuando, y soltó un bufido. Hasta entonces, la joven pareció salir de su hipnosis. Miró a Norma a través del espacio que las separaba en la cama y negó suavemente con la cabeza: “No tengo sueño.”

Las dos mujeres estaban obligadas a compartir algo que no habrían imaginado ni en sus peores pesadillas. Cada noche debían acudir a esa cama masiva, recostadas junto al bulto que no habían logrado desenmarañar médicos, psicólogos, chamanes, hueseros, brujas o los altos mandos políticos. Nadie.

Humberto y Arturo no tenían un parecido físico notable. De hecho, eran muy diferentes en los aspectos relevantes: la nariz, los ojos, el tono de la piel. Uno era corpulento en la parte superior del cuerpo, el otro tenía la frente abombada; uno se pintaba las canas y el otro tenía la coronilla blanca. A pesar de eso se habían convertido en uno mismo. Se achacaba esto a sus afinidades intelectuales o a la mismísima forma de hacer las cosas, que de plano los hermanaba. El punto es que se habían convertido en siameses, fusionados por el esternón.

Las noches eran una miseria a la que se sumaban ronquidos y gorgorismos. Al que no se le iban los ojos en blanco se le trababa la lengua en sueños. Las mujeres estaban ahí para rechazar todos los embates y para enderezar la figura torcida, escupidora y babeante.

Para mantener el secreto lo más posible, tenían secuestrado a un equipo más o menos grande de asistentes. No fueron ellas las de la decisión, por supuesto. Estaban a la espera y bajo el yugo de la dirigencia del partido que no sabía muy bien qué hacer con lo que ahora se llamaba “Turbeto”.

Los dirigentes miraban con preocupación al monstruo. Tenían frente a sí a un genio espeluznante que conocía secretos y era capaz de llevar, con sus cuatro manos, las riendas enteras del país por un camino que no requería ningún otro participante. Sabía de negociaciones y pagos, de entregas misteriosas y del lugar en el que se guardaban esos datos. Era un ser muy peligroso, solo que no daba una. Antes de temerle, quedaba ver si lograba resolver su vida y llevarla con sus dos cabezas sin discusiones; es decir, si podía ponerse en pie solo, hablar sin furias y ser sensato.

En lo que esto se resolvía, las esposas debían negociar la hora de dormirse y despertar. Por el gesto de Vanessa, Norma supo que sería una noche larga, larga. Encendió la lámpara de su buró y sacudió con violencia al bulto. Si así iban a ser las cosas, todos estarían despiertos. ~
http://www.letraslibres.com/revista/dossier/breve-manual-de-zoologia-politica-noches-en-vela


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