Rosario Robles |
No importa si la elección se cierra o la diferencia es amplia, su discurso apunta a que habrá un fraude y que en consecuencia no se reconocerá el triunfo de otro que no sea él. Todas las encuestas le dan una amplia ventaja a Enrique Peña Nieto. Es cierto que solo son una fotografía y que de ninguna manera sustituyen la voluntad soberana que habrá de expresarse en las urnas. Pero las tendencias han sido muy consistentes a lo largo de toda la campaña y no hay razones para pensar que no se registrará un escenario similar el domingo electoral.
Desde luego que puede haber dos caminos a juzgar por lo sucedido en los últimos procesos electorales locales: o la elección se puede cerrar como pasó en Nayarit y Michoacán o ampliar la ventaja como aconteció en el Estado de México. Pero en ambos contextos el ganador fue el que aventajaba en las encuestas. Sin embargo, el desenlace será lo de menos. De resultar ganador Peña Nieto, el desconocimiento será inmediato. Se argumentará que es producto de la imposición de los medios que a lo largo de cinco años fueron apuntalando esa candidatura omitiendo que durante todo ese tiempo AMLO hizo campaña a lo largo y ancho del país a sus anchas, sin que nadie supervisara los gastos invertidos en ello y en la creación de una infraestructura paralela como lo es Morena.
Se dirá que los gobernadores intervinieron en el proceso (un argumento un poco cínico cuando el jefe de Gobierno hace campaña en un spot y en el DF hay un derroche de recursos públicos en despensas y toda clase de prebendas), que el IFE no realizó bien su trabajo porque no impidió que los celulares se utilizaran, que las encuestas de salida estaban encopetadas, que los representantes de casilla fueron comprados, en fin una larga lista de anomalías que, a juicio del candidato de las izquierdas, alterarán el desenlace de ese domingo tan esperado. Sin negar que localmente se instrumenten ciertas prácticas, lo que es cierto es que en el México de hoy ninguna maquinaria electoral puede construir un triunfo que no esté basado en la decisión de los ciudadanos.
Lo que natura no da, la operación tamal no provee por la sencilla razón de que los mexicanos han crecido como ciudadanos y han experimentado el valor de su voto. Si no fuera así serían impensables triunfos tan importantes como los registrados en el Distrito Federal en el 97, o más recientemente en Oaxaca o Puebla por poner algunos ejemplos.
Lo que AMLO se ha negado a ver en su obstinación por colocar a Peña Nieto como un producto de televisión, es que amplios sectores de la población tienen con el abanderado tricolor una empatía, que los jóvenes se identifican con un relevo generacional, y que una amplia mayoría de votantes en los estados le han dado su confianza al PRI incluso en los que estaban gobernados por la izquierda (como Zacatecas o Michoacán), lo que debiera llevar a una reflexión de los errores cometidos.
El crecimiento del PRI en el ánimo de la población es producto también de las omisiones de la izquierda, de su sectarismo y de su incapacidad de colocarse como una verdadera alternativa que hubiera permitido sembrar triunfos en el ámbito local para construir una base sólida para la disputa nacional. Esa incapacidad de autocrítica y de reconocer que los mexicanos han crecido como ciudadanos llevará a AMLO (de perder como parece será el caso) a no reconocer el triunfo de su contrincante. Pero ya ubicados en ese terreno, Ciro Gómez Leyva tiene razón. No es lo mismo un apretadísimo triunfo como el de hace seis años que incluyó la participación abierta del entonces presidente Fox, a una victoria holgada (de varios puntos y en consecuencia varios millones de votos) como la que parece tendrá EPN.
No habrá entonces espacio para un conflicto duradero que ponga en jaque además el relevo institucional como en 2006. Sí lo habrá para la disputa judicial (que está en la ley), por lo que esto no terminará el domingo 1 de julio. En fin, a nadie se le puede negar su derecho al pataleo.
Leído en: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9151169
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