Macario Schettino
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
Tal vez sea la frase más citada de Marx, que aparece en el 18 Brumario: “Hegel afirma en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes históricos aparecen, por así decirlo, dos veces. Olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa.” Ya varios colegas la han recordado para referirse al conflicto poselectoral actual, que es, sin duda, una gran farsa.
Nuevamente un López Obrador derrotado hace lo que sabe hacer, aventar el tablero de juego, acusar trampas porque él no ganó. Así lo ha hecho siempre y así lo seguirá haciendo. Ya afirmó, como en 2006, que hubo trampas el día de la elección, y como en aquel entonces no pudo probarlo, porque no existieron. Hace seis años tuvo esa genial frase “voto por voto”, que usó en las plazas, pero no en los tribunales, a los que no solicitó ese recuento amplio, porque ni era posible legalmente, ni le servía. Se concentró en pedir que recontaran las casillas en las que había perdido, y en las que siguió perdiendo después de la revisión. Ahora le ocurre lo mismo, pero peor: en el recuento de la mitad de las casillas perdió medio punto porcentual. Fíjese qué curioso, el porcentaje por el que perdió hace seis años.
Como jurídicamente no hay nada que hacer, López Obrador lanza excrecencias al ventilador, total, su plumaje aguanta todo. Acusa a los demás de comprar votos; acusa a Peña Nieto de haber aparecido demasiado en televisión; acusa al PRI de haber gastado más dinero del permitido. Pero él hizo lo mismo: también entregaron dinero en eventos, adjunto a otros regalos; también presionaron votantes, amenazándolos con quitarles el agua o el permiso para trabajar; también apareció de forma ilegal López Obrador durante cinco años en televisión en los spots del PT, además de recibir apoyo de actores en ese mismo medio, también de forma irregular; y en eso del dinero, el gasto de su coalición es tan irregular como el de cualquier otro.
El problema que tiene López Obrador es él mismo. Lo dijimos hace seis años, y a cambio recibimos improperios. Después algunos lo aceptaron, pero hoy volvieron a caer en sus redes. Ahora los engañó con el cuento de que si el PRI ganaba la elección sería ilegítima y todos ellos incluso olvidaron que López Obrador no es más que el PRI con 40 años de atraso. Pero es que quieren creer, y no hay argumento ni evidencia que los convenza. Bien lo describe Perelló esta misma semana: es un asunto religioso.
Por lo mismo, ahora tampoco se puede desnudar la mentira, porque otra vez se desata el odio. Como hace seis años. La crítica a López Obrador no es más que la defensa del fraude, en sus nublados ojos. Una elección imperfecta (como todas, por cierto) se transforma mágicamente en un fraude, en una imposición. Y quien no lo vea así es un traidor, un reaccionario, un lacayo del neoliberalismo, por decirlo en ésa, su ya anquilosada jerga.
López Obrador sí es un peligro para México, porque no sólo no es un demócrata, sino porque ha sido capaz de enlodar la democracia con tal de mantenerse vigente. López Obrador sí es un mal perdedor, como lo ha calificado Baltasar Garzón, y sí es un lastre para la izquierda mexicana, como lo definió El País.
Pero votaron por él más de 15 millones, y eso requiere una explicación. Muchos lo hicieron porque entienden su discurso de libro de texto de cuarto año de primaria; muchos otros, porque creyeron que era preferible este PRI embozado que el descubierto; otros más porque sus intereses están encarrilados en esa línea política. No hay que menospreciar la concentración geográfica del voto por AMLO: dominante en el sur, competitivo en el sureste, muy limitado en el resto del país. El núcleo duro de sus seguidores ahora se agrupa en Atenco: profesionales del reclamo y la agresión, vividores del presupuesto, jóvenes ilusionados y uno que otro enlace con la guerrilla. Dicen que lucharán contra la imposición, como llaman a la decisión democrática de 50 millones de mexicanos. Es que no puede ser democrática, afirman, si Peña resultó elegido. Como hace seis años no podía ser legítimo el triunfo de Calderón.
Lamento mucho esta farsa, como lamento que un personaje autoritario sea capaz de engañar a tantos mexicanos, incluyendo a muchos colegas que olvidan la evidencia a favor de la creencia. Son los estertores de esa malhadada Revolución que tanto daño hizo y sigue haciendo. El pueblo que no quería crecer, como decía Antaki, y que sigue buscando a su padre, a su guía, a su líder, a su mesías. Sí, es lamentable.
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