miércoles, 29 de agosto de 2012

Ricardo Rocha - Don Roberto

Ricardo Rocha
Lo conocí en el 82 debido a una feliz casualidad. Comía con uno de mis queridos gurús, Álvaro González Mariscal, al que le comenté que iría a Costa Rica a entrevistar al nuevo presidente Luis Alberto Monge. –“¿Y por qué no viajas con Roberto y conmigo mañana, él es invitado especial a la toma de posesión?”. –“¿De qué Roberto me hablas y cómo nos iríamos?”. –“De Roberto González Barrera, el empresario más huevudo que hayas conocido, quien tiene un avioncito bastante aceptable”. Todavía me parece escuchar la risa franca del formidable asesor político que era González Mariscal. 




Desde la llegada a su hangar privado un impacto se sucedió a otro: el “avioncito” era un enorme y precioso Falcon blanco en donde ya me esperaban Álvaro y Roberto; aquello era un sala de comodísimos sillones de piel color camello; aun antes de despegar, una guapísima sobrecargo ya nos atendía generosamente. “Perdón, pero ¿y mis camarógrafos?”, pregunté con cara de tonto. –“No te preocupes, van atrás y muy a gusto”. –“Pero, ¿en dónde? que no los veo”. –En el LearJet de servicio, con los ayudantes y los choferes; además, se adelantan para hacer todos los trámites, por eso te pedimos tu pasaporte. Luego, esta anécdota de mi asombro la contaría varias veces a terceros delante de Roberto, quien se carcajeaba a mis costillas y desde el principio estableció como condición que lo tuteara. Por cierto, hablamos mucho en ese viaje, pero sobre todo recuerdo dos momentos: cuando me enseñó su planta de expansión a Centroamérica, ahí en San José, y por poco me vence el vértigo al recorrer el andamiaje desde lo más alto y ver hacia abajo cómo eran trituradas y mezcladas miles de toneladas de maíz; luego, cuando me acompañó a la entrevista con el presidente Monge, a quien, ante su sorpresa, le dijo que venía de mi ayudante ¡carajo periodista, yo no sabía que usté fuera tan importante… mire que tener de asistente a don Roberto! 

Luego nos veríamos en muy diversas ocasiones, todas ellas para mí inolvidables: dos o tres riquísimas charlas en el Rioma, con Mario Moreno “Cantinflas”, su cuate del alma; aquella cena irrepetible en su mansión de Las Lomas con mi entrañable Carmen Lira, en la que polemizamos largo y tendido sobre nuestras visiones de país; algunos otros encuentros casuales siempre con un sincero apretón de manos y un abrazo. –“¡Compren anuncios en los programas de Ricardo porque hay que apoyarlo!”, les decía a sus ejecutivos que siempre lo acompañaban. Luego nuestras reuniones se fueron espaciando porque cada quien andaba en lo suyo. Paradójicamente, la última vez que hablamos largo fue hace unos meses en un funeral. Y ahí empezó a dolerme. Lo percibí muy delgado. Todavía con un ánimo admirable, pero con signos evidentes de fatiga. Cuando le pregunté cómo estaba lo resumió todo en dos palabras: “aquí, batallando”. 

Creo sinceramente que los libros de historia deberían reseñar también la vida de nuestros grandes empresarios. Por ejemplo, de Roberto González Barrera podrían decir que desde su primera empresa realizó grandes hazañas: vender tortillas a todo el planeta con plantas impresionantes lo mismo en Coventry, Inglaterra, que en Shangai, China y varias ciudades en Estados Unidos; consolidar a Banorte, el único banco mexicano que da la cara frente a los extranjeros; crear miles de empleos y realizar todo tipo de obras altruistas que beneficiaron a millones, lo mismo adultos pobres que niños huérfanos o enfermos. En suma, un patriota. 

En estos días me preguntaba si don Roberto me consideraba su amigo. Curiosamente, al escribir estas líneas me llega una invitación para su homenaje en Monterrey. Y entonces creo que sí, que Roberto me tenía en la lista de sus amigos. Algo de lo que me sentiré orgulloso toda mi vida. 

@RicardoRocha_MX

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/don-roberto

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.