Alberto Aziz Nassif |
Cuando el Tribunal Electoral declaró la validez de los comicios y le dio la constancia de presidente electo a Enrique Peña Nieto, se terminó el proceso electoral y comenzó la transición hacia un nuevo gobierno. Felipe Calderón presentó su Sexto Informe de Gobierno sin un gramo de autocrítica y recibió de nuevo a Peña en Los Pinos.
El presidente electo nombró a su equipo de transición y comenzó a plantear las primeras reformas (Comisión Nacional Anticorrupción). Andrés Manuel López Obrador impugnó la elección, desconoció el fallo del Tribunal y la legitimidad del gobierno priísta. Y para completar el cuadro, anunció su separación de los partidos que lo postularon y hoy se encamina a transformar a Morena en un nuevo partido.
En el 2000 se habló de transición por la llegada al poder, tras siete décadas, de un partido de oposición. En estos dos sexenios panistas se desinfló no sólo la idea de la transición democrática, sino que se le calificó como fallida y vacía. La democracia mexicana se ha vulnerado al menos en tres ángulos: desde la parte social, con más desigualdad y pobreza, con una ciudadanía debilitada y la generalización de mecanismos clientelares en la relación entre gobernantes y gobernados.
Desde la cultura política, con una desconfianza que ha llevado a una parte de la ciudadanía a distanciarse de las instituciones políticas, porque los mecanismos de representación no están basados en la transparencia y rendición de cuentas; porque hay una débil interlocución entre sociedad y gobierno, lo cual ha generado insatisfacción y desencanto. Y desde las instituciones emblemáticas de la transición a las que se les ha sometido a un desgaste importante y les han negado los instrumentos necesarios para consolidar su autonomía.
En 2006 regresó el conflicto electoral, se lastimaron los acuerdos de la transición y México entró a una fase muy complicada, sobre todo por las consecuencias funestas de la guerra al narcotráfico. El gobierno que termina llegó con la herencia de una disputa electoral mal resuelta. Ahora, en 2012, hay una parte que apunta la mirada hacia el mismo problema, pero el clima es diferente, los ánimos están menos polarizados y más bajos, a pesar de que existe un movimiento estudiantil en las calles.
No todos los problemas están en la organización de los comicios, eso se hizo bien, sino en otras dimensiones que están por fuera del circuito electoral. Menciono al menos dos: el reparto de recursos a los gobiernos locales que tienen nutridos presupuestos y raquíticos mecanismos de rendición de cuentas, con lo que se generan los circuitos del clientelismo electoral que todos los partidos practican, y la democratización de los medios para abrir las ofertas y dar paso a la pluralidad y a la competencia.
Hoy, en 2012, hay protesta social por las elecciones, pero sobre todo se ha abierto un proceso de recomposición de las izquierdas. Termina el ciclo que se abrió en 1988 y que llevó a la formación del PRD; ahora surge una nueva fuerza que pasará de movimiento social a partido político. Se habla de separación, pero no de ruptura. Antes el esfuerzo fue para unir a todas las fuerzas y hacer un gran partido de izquierda, esa fue la idea fundadora del PRD; ahora el modelo de organización de partidos incentiva la fragmentación, por la dependencia del financiamiento y el acceso a los medios.
Si la izquierda quiere ser gobierno y ganar la Presidencia en 2018 no se puede dar el lujo de desgastarse en un largo conflicto poselectoral, tiene que dar la batalla en el Congreso, ganar puestos de elección popular en gobiernos locales, ir a buscar una mayoría en las elecciones intermedias de 2015 y fortalecerse. En el camino se tendrán que ganar proyectos, reformas y espacios y, por supuesto, cambiar las reglas que contaminaron esta elección. Ya se verá de qué forma se logran acuerdos entre la pista institucional y el movimiento social, ese será un reto enorme.
El gobierno que encabezará EPN querrá demostrar en poco tiempo que todos los que pensamos que es el mismo partido de siempre, que repetirá sus hábitos e inercias, que se acomodará entre los grandes intereses para pagar las deudas de campaña, que no hará las reformas democráticas ni dará solución a problemas urgentes, estamos equivocados. ¿Será?
La transición que se abre entre el PAN y el PRI es mucho más que una simple entrega de la administración pública, está en juego el futuro de los próximos años y el destino inmediato de una democracia vulnerada en donde la izquierda podría ser el contrapeso. ¿A dónde va la transición?
Twitter: @AzizNassif
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