martes, 11 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Más desprestigio

Rafael Loret de Mola
No sé si el respeto hacia López Obrador, por parte de sus incondicionales quienes le presentan como un visionario y un estadista –no puede serlo sin haber gobernado a una nación-, es más bien cobardía ante la imposibilidad de sostener un diálogo sereno con el personaje que, una vez y otra también aunque las diferencias sean abismales, se niega a reconocer los resultados de las elecciones. ¿Alguna vez meditaría cuál podría ser la reacción de cuantos, en mayoría, no votaron por él sino dividieron sufragios entre el PRI-Verde, el PAN y el Panal, viciados o no pero no por eso ilegales? Sostener que se tiene la razón por mera eliminación frívola del pensamiento de los demás es una falsedad tan grande como que el globo terráqueo es cuadrado para así hacerlo igualitario. Habrá, no lo duden, merolicos quienes piensen así.




El hecho es que, una vez más y gracias a la obcecación de Andrés Manuel que no pocos de sus cercanos cuestionan –hemos hablado con algunos de ellos y concluyen: “Por más que le digamos, siempre hace lo contrario y con altanería”-, el mandatario electo de México deberá lavarse el rostro si quiere limpiarse el lodazal de las acusaciones fuera de tono y el sambenito de la ilegalidad que acaso López Obrador pretende sustituir por la banda tricolor... hasta que él le devuelva fueros al símbolo, de lograrlo en su ya cercana tercera edad en donde la experiencia suele ser señal de sabiduría, cuando menos en cuanto a las lecciones existenciales; y él ya debería saber que la ley, por la que tanto clama, no tiene efectos retroactivos ni puede adaptarse a las conveniencias de un grupo político aunque sea muy influyente. Esto es: No pueden pretenderse coerciones ni plazos no contemplados en la legislación.

¿En dónde estaba López Obrador durante los largos años en los que los legisladores del PRD y sus afluyentes despachaban, con dietas mermadas por las “cooperaciones” de 10 mil pesos que enviaban al tabasqueño, en sus respectivas sedes sin elaborar las iniciativas necesarias para regular el uso y método de las encuestas electorales, el exceso de gastos de campaña –antes penado con prisión y ahora sólo con una sanción administrativa, en plenas narices de la izquierda quejumbrosa-, y las secuelas de la compra-venta de votos entre los sectores marginados de una población que sigue requiriendo el éxodo hacia el norte por razón de elemental supervivencia. Sí, en este tercer milenio.

No olvidaré un mitin panista, en San Miguel, cuando el entonces candidato –hablo de abril de 2006-, Felipe Calderón, preguntó cuántos de los allí reunidos –llevados en camiones de redilas al viejo estilo-, tenían un familiar en los Estados Unidos sin documentos legales. Y aquello estremeció porque sólo cuantos estaban en el templete se abstuvieron de movimiento alguno. Fue muy doloroso y muy demagógica la respuesta:

--“Me ocuparé, ahora que veo tan cerca la casa de Los Pinos que será de ustedes, de que todos tengan trabajo en su país y no deban marcharse fuera. Me comprometo a ello”.

Mujeres y ancianos aplaudieron. ¿Qué pensarán ahora de quien, al rendir su último informe de gobierno, detrás de las bambalinas presidenciales y evadiéndose del recinto del Congreso, asegura haber dejado “blindado” al país para no recibir sacudidas financieras serias? Antes de él, Fox habló de que había vencido a la inflación, Zedillo de que no nos harían más daño los “tsunamis” financieros, Salinas de la estabilidad económica traducida en superávits por la venta de paraestatales en situación caótica –e incluyó a la exitosa Telmex para mejorar los atractivos a los compradores-, y de la Madrid, ya extinto, de la renovación moral que nos llevaría a una reordenación adecuada de la deuda externa. Todos dijeron dejarnos un gran legado, pero los llamados “ilegales” mexicanos siguen poblando los campos estadounidenses en donde les pagan menos por el mismo trabajo que a los agricultores nativos. Pura justicia social.

Ni siquiera la propaganda ha cambiado en el entorno de un crucigrama política que ya no resiste más. ¿Cómo podría responder López Obrador al hecho de tener tan cerca, pero tan cerca de él, a Manuel Camacho, quien fuera el “salinista químicamente puro” por antonomasia, y a Manuel Bartlett, el mayor represor de la izquierda desde el arribo del neoliberalismo social de la derecha? ¿Qué tiene que decir el presidente electo, Enrique Peña Nieto respecto a la presencia de personajes como Emilio Gamboa Patrón, quien ya huele a la naftalina del continuismo incesante –seis sexenios seis-, como coordinador de los senadores de su partido? ¿Y Calderón podría justificar las millonadas pagadas a sus asesores de importación, como los catalanes –que no españoles- Antonio Solá y Xavi Domínguez, el primero nacionalizado discrecionalmente mexicano a su capricho? ¿O Gustavo Madero respecto a las derramas del PRI, pretendiendo una nueva alianza con el PRD, antes de descubrir que sólo veía paja en el ojo ajeno?
Por favor, los mexicanos requerimos, cuando menos, que se nos conceda contar con un poco de inteligencia aun cuando pretendan seguir manipulándonos con tantos infundios baratos. ¿O será que en el fondo nos conviene esta rebatiña para justificar nuestra conducta resignada –de “agachones”- ante los nuevos conquistadores que dan chamba a cambio de someternos a sus reglas? ¿Habremos meditado sobre ello al calor de los grupos españoles y estadounidenses, sobre todo, a quienes tanto ha convenido comprar barato en México por el desprestigio de la violencia que, desde luego, al sentirla oficiosa y hasta torpe, no les intimida? Vale la pena dedicarle unos minutos a esta reflexión.

Por encima de informes, escaladas callejeras, convocatorias en el zócalo -cada vez con menos calor pero con entonados discursos que rayan en lo subversivo-, y presiones internacionales, debiéramos situarnos los mexicanos para intentar salir del marasmo y dar la cara. ¿Todos somos responsables? Entonces, ¿no sirvió de nada ir a votar con civilidad? Si se cumplió tal deber, ¿por qué un sólo líder conduce a sus ovejas –que han cambiado de bando al parecer- hacia el abismo de la intolerancia extrema? ¿Y los demás, quienes no simpatizan con movimientos tan artificialmente armados como el de los jóvenes universitarios de la Iberoamericana, ahora transformado en un reducto de obcecados agnósticos de cuanto ven, no contamos para nada y deberíamos mudarnos a otro país?

Acaso, ¿solicitar juicios políticos contra los consejeros del IFE y los Magistrados del Trife no es pretender crear una nueva ruta a la histórica expresión de 2006: “Que se vayan con sus instituciones al demonio”. Bueno, ¿y cuándo se ocupan los perredistas de proponer con cuáles otros órganos vamos a sustituir a los que ya tenemos y evolucionan a paso cansino? ¿O se pretende acaso loar a la anarquía para refugiarse en ella y justificar así los desmanes políticos en un estado sin leyes? ¿El “estado fallido” como apetecible botín para las potencias del norte y allende el océano? Ya estamos cerca.
loretdemola.rafael@yahoo.com.mx

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/mas-desprestigio


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