sábado, 15 de septiembre de 2012

Jaime Sánchez Susarrey - Crisis de la izquierda

Jaime Sánchez Susarrey

Dentro de cinco años, Marcelo Ebrard o Miguel Ángel Mancera, cualquiera que sea el candidato del PRD, enfrentará el dilema de ir a una elección en competencia con AMLO o plegarse a su candidatura
La salida de López Obrador del Partido de la Revolución Democrática pone tres cosas en claro: 1) El programa de Morena, ya transformado en partido político, será oponerse frontalmente a las reformas estructurales (laboral, energética y fiscal) que planteará Peña Nieto.

2) En 2018, López Obrador será de nuevo candidato a la Presidencia de la República. Su estrategia apunta a fortalecer regionalmente al Partido-Movimiento y transformarlo en la plataforma de su candidatura.

3) La polarización del debate le permitirá construir su discurso, identidad y candidatura como la vertiente "radical popular" de los partidos de izquierda. Y desde ahí definirá a "honestidad valiente" como la verdadera y única oposición a la mafia en el poder.

Esto significa que dentro de cinco años, Marcelo Ebrard o Miguel Ángel Mancera, cualquiera que sea el candidato del PRD, enfrentará el dilema de ir a una elección en competencia con AMLO o plegarse a la candidatura de éste para preservar la unidad de la izquierda.




La estrategia maximalista e intimidatoria de López Obrador se sintetiza en la frase que pronunció recientemente Manuel Camacho: sería suicida para la izquierda ir dividida a la elección.

Esto confirma que Marcelo Ebrard se equivocó de cabo a rabo. En 2011, le dejó libre el camino a López Obrador con la expectativa de convertirse en candidato único de la izquierda seis años después. Primero tú y luego yo, era el pacto implícito o explícito.

Y en efecto, no parecía haber pierde. Si López ganaba la Presidencia, Ebrard se convertiría en el delfín indiscutible; pero si perdía, López se retiraría y el camino quedaría despejado para un solo candidato del Movimiento Progresista.

Fue un cálculo ingenuo, por no decir tonto. López Obrador jamás se retirará. No está en su ánimo ni en su convicción. En esa materia no había ni habrá intercambio posible. La misión del "rayito de esperanza" es cómica (perdón, cósmica) y no admite negociaciones.

En realidad, Marcelo Ebrard y Nueva Izquierda están pagando el error de haberse doblegado ante López en 2006. Porque si en ese momento se hubiesen deslindado, el ascenso de Ebrard y el PRD hubiese sido inversamente proporcional al hundimiento de AMLO.

Graco Ramírez, gobernador electo de Morelos, lo afirmó con claridad: si Marcelo se hubiese distanciado de López, habría competido por la Presidencia de la República y hoy, muy probablemente, sería el Presidente electo.

Pero el hubiera, ya se sabe, no existe. El hecho es que AMLO, contra todo pronóstico, resucitó en la elección presidencial al obtener casi 16 millones de votos. Y ahora no habrá quién lo entierre. Tendremos "rayito de esperanza" por tiempo indefinido, hasta que... la Divina Providencia dicte otra cosa.

Ahora bien, la crisis que atraviesa la izquierda, o eso que se denomina izquierda, es de larga data. Para empezar, ¿puede llamarse de izquierda al Movimiento Ciudadano, antes Convergencia, de Dante Delgado? ¿No es acaso un membrete para obtener recursos y canonjías de un pequeño grupo de a-s-t-u-t-o-v-i-v-a-l-e-s?

¿Cabe en la misma clasificación el Pervertido (perdón, Partido) del Trabajo, que se proclama marxista-leninista-stalinista y venera al líder revolucionario de Corea del Norte? ¿A eso se le llama de izquierda?

¿Y qué decir, con todo respeto, del PRD? ¿Un partido de tribus e intereses que nació bajo la sombra de un caudillo y luego fue secuestrado, con su anuencia y beneplácito, por otro?

Un partido que se ha opuesto sistemáticamente a todos los cambios que ha habido en México en los últimos 30 años.

La crisis de eso que se autodenomina izquierda está en sus orígenes. Los socialistas, marxista-leninistas, nunca emprendieron una autocrítica ni una reformulación de su ideología y programa. Simplemente lo abandonaron. Actuaron como si la caída del Muro de Berlín, en 1989, y el posterior colapso del bloque socialista jamás hubieran ocurrido.
Y por el lado de los nacionalista-revolucionarios la historia tampoco pinta bien. La ruptura de Cuauhtémoc Cárdenas, que tiene méritos indudables, y Muñoz Ledo con el PRI, en 1987, fue por diferencias con la política económica de Miguel de la Madrid.

Fue por eso que los integrantes de la Corriente Democrática se envolvieron en la bandera nacional, reclamaron democracia y denunciaron a Miguel de la Madrid como el Presidente que traicionaba a la Revolución Mexicana.

Defendían entonces lo indefendible y lo defendían mal. La liquidación de empresas paraestatales, ineficientes y costosas, así como la apertura comercial, no eran cuestiones ideológicas, eran asunto de llano y puro sentido común.

Fueron, en resumen, enemigos acérrimos de las dos estrategias modernizadoras fundamentales: la liberalización del comercio y la liquidación de empresas paraestatales onerosas e innecesarias.

Posteriormente se opusieron a la aprobación del Tratado de Libre Comercio, a la reforma que le confirió autonomía al Banco de México y a la reforma del artículo 27 que otorgó libertad a los ejidatarios de escoger el régimen de propiedad que mejor les conviniera.

En otras palabras, el PRD ha sido, desde su fundación, el partido de las contrarreformas y la oposición al cambio y la modernización. Por eso en México no se puede hablar de una izquierda socialdemócrata ni moderna. De hecho, el programa contrarreformista de AMLO y Morena se inscribe en la mejor tradición perredista.

Ahora, después de la salida de López, los dirigentes de Nueva Izquierda están planteando un giro de 180 grados para transformar al PRD en un partido moderno de izquierda. Más vale tarde que nunca. Pero, por el momento, no se les puede otorgar otra cosa que el beneficio de la duda.


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