Jorge Zepeda Patterson |
¿Está un poco en todos ellos, o ni siquiera la suma de las partes termina por cuajar una izquierda capaz de representar políticamente los intereses de los desposeídos? La pregunta cabe porque coincido con quien dijo que si no hubiera una izquierda habría que inventarla, parafraseando a Voltaire (si Dios no existiera sería preciso inventarlo, había dicho el filósofo francés). Un país con tanta desigualdad como el nuestro no puede permitirse el lujo de dejar sin representación los intereses genuinos de 50% de la población. No sólo es poco democrático y moralmente inaceptable. Es, sobre todo, peligroso.
Me parece que el éxito de López Obrador reside en buena medida en que él ha sido el político mexicano más consciente de esta necesidad de hablar por los desesperados, por los que consideran que el sistema es corrupto y les ignora o está en contra de ellos.
Desde luego que se equivoca todo aquel que cree representar al pueblo (y él genuinamente está convencido de ello). Pero sin duda alguna las banderas y reivindicaciones que sostiene coinciden con los sentimientos de muchos, aunque no sean los sentimientos de la nación, como él afirma.
El problema de Andrés Manuel para convertirse en el abanderado de la izquierda es que una representación supone dos mitades o, si se quiere, un camino de ida y vuelta. Por un lado, el de efectivamente interpretar los intereses de un sector social, en este caso los pobres del país, y ser reconocido por ellos como tal, o al menos una gran parte de ellos. Esto sí que lo ha logrado López Obrador o de otra manera no habría conseguido 15 millones de votos en dos elecciones seguidas. Mucho más de lo que puede presumir cualquiera de los otros protagonistas de “la izquierda” mencionados arriba.
Para ser un representante político real se necesita también la capacidad de operar los intereses de su sector social en el contexto de una comunidad donde también existen los representantes de otros sectores. Para ser embajador de algo se requiere representar legítimamente a alguien, pero también ser reconocido como tal por el resto de los protagonistas. Este ha sido el problema de Andrés Manuel, su dificultad para incorporar las reivindicaciones que representa en el sistema político vigente.
Pero en esto no hay más que de dos sopas: o destruyes el sistema o lo modificas desde adentro y desde afuera mediante la acción. Revolución o reforma, un dilema tan viejo como inexorable históricamente para la izquierda.
Si consideramos que el contexto internacional y nacional hacen imposible una revolución, la reforma no sólo sería el camino obvio, sino el único. Lo cual supone operar con lo que se tiene, con los aliados que hay, no los que se quisiera que hubiera. La narrativa política de AMLO se mueve en ambos universos, el de la revolución y el de la reforma. Pero la primera invoca a lo imposible, la segunda requiere de compromisos que no está dispuesto a hacer, acostumbrado a un liderazgo unipersonal y vertical.
Puedo entender el hartazgo de Andrés Manuel, su impaciencia frente al infantilismo de las tribus o ante el oportunismo de las burocracias de la izquierda. Pero si ha negociado con las mafias deleznables que fundaron al PT y a Convergencia, tendría que haber encontrado la manera de trabajar con las corrientes históricas de la llamada izquierda.
Su ruptura, me temo, tiene que ver menos con razones morales o políticas, como él quisiera convencerse o convencernos, y más con el hecho práctico de que unos reconocieron su liderazgo unilateral y otros no. Incluso eso se vale, si en su cálculo político considera que puede vencer él solo al sistema. Pero no lo creo. Al dividir a las fuerzas de lo que podría ser una izquierda integrada, al renunciar a las alianzas en nombre de un supuesto integrismo, en realidad Andrés Manuel está dinamitando sus propias convicciones: la posibilidad de modificar al sistema. Lo que no pudieron lograr unidos difícilmente lograrán hacerlo separados. Espero equivocarme.
Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/el-problema-con-amlo1
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