domingo, 16 de septiembre de 2012

Juan Villoro - Bye bye AMLOVE?

Juan Villoro
El pasado domingo, Andrés Manuel López Obrador pronunció uno de sus más significativos discursos. Su alcance aún está por definirse; no es fácil calibrarlo porque reúne los atributos de la sorpresa y el desconcierto. Una vez más marca la agenda de la izquierda, hacia un rumbo imprevisto.


Hans Magnus Enzensberger se refirió a los "héroes de la retirada" para definir a quienes desmontan los dogmas entre los que han crecido y así cambian a su sociedad. Gorbachov es el ejemplo perfecto de quien renueva una estructura anquilosada desde dentro. En su espléndida Anatomía de un instante, Javier Cercas encuentra a otras figuras de este tipo, decisivas para la transición española. Entre ellas se cuentan Adolfo Suárez, que llegó al poder como representante de la Falange y sentó las inesperadas bases de la democracia, y Santiago Carrillo, que condujo a los comunistas a la ruta electoral.
López Obrador está lejos de ser una figura así. No ha pasado por una reconversión ni ha renunciado a su carácter de caudillo. No estamos ante un "héroe de la retirada" sino ante alguien que da un paso al lado.




La insinuación de que se retiraría a su rancho no pasa de ser una broma (el hecho de que se llame "La chingada" confirma que tiene pocas ganas de ir ahí). Dado su granítico e inmodificable temperamento, el domingo mostró una flexibilidad y una visión de futuro que merecen ser señaladas.
Su separación del PRD no tuvo el tono revanchista que muchos preveían. Agradeció a sus compañeros de camino en los mejores términos. Su mensaje estuvo marcado por un sentido de la responsabilidad que no siempre lo ha guiado. En forma encomiable, expresó que un líder puede poner en riesgo su vida pero no la de los seguidores y llamó a una desobediencia civil que no perjudique a terceros.
Al mismo tiempo, su separación del PRD abre el abanico de la participación. El 1o. de julio de 2012 muchos juzgaron que López Obrador era el candidato menos malo, pero no necesariamente el mejor que podría haber presentado un movimiento moderno y progresista.
La izquierda sólo puede tener un buen resultado electoral si se mantiene unida. Pero un partido que sólo piensa en los votos deja de merecerlos. La encrucijada es perfecta para diversificar opciones. La izquierda tiene tres años para diseñar una estrategia en las elecciones legislativas y seis para las presidenciales. En ese lapso, el PRD deberá demostrar que es algo más que una maquinaria oportunista que prefiere ganar con dinosaurios del PRI (Manuel Bartlett, Arturo Núñez) que con gente de sus propias filas o de la sociedad civil. Al seguir su propio rumbo, López Obrador libera el juego del PRD, pero también eleva la exigencia de encontrar a otro líder de peso.
La separación no anula la posibilidad de alianzas ni la construcción de un frente unido para elecciones futuras. Además, los gobernadores y legisladores del PRD podrán negociar con el gobierno sin sentir que traicionan la causa de López Obrador, que se niega a reconocer al presidente electo.
¿Es necesario otro partido? AMLO ha sido un brillante activista. La movilización que encabezó a propósito de Fobaproa (que por desgracia no tuvo resultados) y su exitosa intervención para frenar la privatización de Pemex (que hubiera festinado en caso de ser amigo de la victoria), muestran a un político que influye sin gobernar. Pero no es un estadista. Las instituciones, el mundo exterior y los trámites minuciosos no son lo suyo. Se siente más cómodo en la tumultuosa plaza pública que en la aburrida oficina donde debe recibir al embajador del Vaticano. Es más propio de su estrategia que encabece un movimiento, pero sólo los partidos reciben recursos para operar; si opta por esta vía será por pragmatismo, pero tendrá más impacto como movilizador que como recaudador de votos.
Los futurólogos ya mencionan candidatos del PRD a la presidencia en 2018: Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Miguel Ángel Mancera. Estos nombres están muy por encima de la plataforma que debe sustentarlos. El partido de la izquierda es un embrollo de burócratas que administran "fuerzas sociales" que van del ambulantaje a sindicatos mafiosos y responden más a la estructura corporativa del populismo que a un proyecto de renovación.
En uno de sus más extraños virajes, el combativo López Obrador se quiso transformar en AMLOVE. De modo inverosímil, pretendió estrenarse como un jipi conciliador. Con esta renuncia a su naturaleza parecía renunciar a la lucha verdadera. Si los Everly Brothers cantaron Bye bye Love, los analistas comenzaron a tararear Bye bye AMLOVE. Al oponerse a la estrategia de guerra de Calderón y al regreso del PRI, el movimiento #YoSoy132 dio nuevo brío al candidato de las izquierdas.
El pasado domingo López Obrador evitó la fuga hacia delante que muchos esperaban. Estratega lateral, dio un paso al lado para seguir de frente. No fue un impetuoso alfil, sino un caballo de ajedrez.
El juego se ha abierto para las izquierdas. Por ahora, el tablero es más interesante que las piezas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.