jueves, 6 de septiembre de 2012

La protesta como sendero luminoso. Especulaciones en torno de las especulaciones de John Ackerman.

Por Alexjandro.



Lastimoso escrito de Ackerman reproducido en este foro el 5 de septiembre. Se comprueba una vez más que la pasión no es la mejor consejera de la razón.

Comencemos por el principio (sic). “La debilidad más importante de la cultura política… (es) un respeto exagerado a los dictados de la autoridad”. Engañoso sofisma: es cierto que una gran parte de la población carece de una aceptable cultura cívica: cumplimiento de las leyes, participación activa en la cosa pública, búsqueda y análisis de información relevante, manifestación libre y espontánea de las inconformidades, etc. Si hubiera algún denominador común, es el que buena parte de los mexicanos (no todos) son conservadores y tradicionalistas. Pero el sonsonete del iluminado siempre ha ido en sentido contrario: “el pueblo no se equivoca”. Por fin ¿el pueblo se equivoca o es infalible?¿es susceptible de ser engañado y cooptado con cualquier prebenda o es incorruptible y sabio? Ni Ackerman ni el movimiento morenista lograrán desentrañar los mitos que ellos mismos crean.


 Pero no es solo la cuestión de la infalibilidad-ingenuidad del pueblo, la cuestión del “respeto exagerado” a la autoridad es toda una perla japonesa (con todo respeto a Nikito Nipongo).
A las autoridades, se les puede o no tener respeto, pero el “exagerado respeto” es un desliz resultante de la falta de rigor conceptual. No hay respeto para las autoridades que no se comportan de acuerdo a lo que establece la norma: si la policía actúa arbitrariamente, no se le podrá tener respeto, pero si lo hace cumpliendo la norma que rige su actuación, entonces merece respeto. La normatividad aprobada de manera unánime por los partidos, no establece la anulación de las elecciones por motivo de sobregasto electoral. Solo una interpretación del precepto constitucional de que las elecciones deben ser equitativas, da pie a demandar esa anulación; pero es una interpretación, no la única. Gran parte de los ciudadanos admiten el fallo del tribunal porque se aproxima mucho más a la norma, que la exigencia de anular las elecciones.

Nadie con dos dedos de frente puede avalar indiscriminadamente el fallo del tribunal electoral; solo los obstusos que se atienen a un resultado que les favorece “aiga como aiga sido”. Recuerdo una vez que fui asaltado en algún lugar del edomex; los asaltantes tuvieron a bien preguntarme “¿le cai’s con lo que trai’s o qué?” No quise explorar la alternativa y le caí. Supongo que en su favor, pudieron haber alegado que en realidad no me asaltaron, sino que incluso me dieron a escoger. Lo encuentro comparable. Para los dogmáticos, no es relevante cómo obtuvieron el cargo, sino que lo obtuvieron. Pero pretender que por la vía de la impugnación, el cargo de presidente constitucional se entregue a AMLO, o que se anulen las elecciones, es un total despropósito digno de un fervoroso seguidor del iluminado.

Y en ese loco extravío, cualquier fantasía puede suplantar la realidad: “Los cuestionamientos hacia su persona (EPN) y su elección son mucho más fuertes que los de 2006 con respecto a Felipe Calderón”. ¡What!

Una absoluta mentira. Los agravios en el 2006 fueron tan ostensibles que hasta el tribunal los reconoció… e hizo mutis.

Sin duda que los pactos inconfesables de EPN con dirigentes políticos y sociales son manifiestos aunque no expresos. Con Elba Esther, primero acordó coligarse y después separarse, pero siempre de manera cómplice. ¿Cuál es la diferencia con Calderón? Y lo mismo con el CCE. Argumentos de Ackerman son sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón.
Y el infaltable tabú: la alteración de los resultados electorales. En el 2006, este pudo haber tenido sentido, pero repetido como mantra, carece de razón. De los recuentos reclamados y aceptados por la autoridad electoral en este año, no se obtuvo ningún indicio que hiciera medianamente sostenible la hipótesis de una alteración masiva de votos. Pero en tanto que el recuento exhaustivo no está considerado por la norma vigente, siempre quedará a los dogmáticos instituir un nuevo dogma: el de la eterna maculada votación; el conteo de votos nunca será verdadero… a menos que nos favorezca.

En otra perla de la relación bipolar con las encuestas, Ackerman cita los resultados que le avalan, pero omite los que no le favorecen, aunque provengan del mismo estudio. “Únicamente el 37% de la población cree que Peña Nieto haya “ganado limpiamente”. Ergo, si la mayoría considera espurio su triunfo, una proporción similar debería pedir la anulación. Pero el “debería” es un engañoso tiempo verbal que no necesariamente se cumple: el 65% de los mismos encuestados respondió que no comparte la idea de anular las elecciones.
Otro contraste curioso es que mientras el 60% considera que hubo compra de votos, solo el 32% conoce a alguien que recibió algún pago por su voto. Por mi parte, aquí he sostenido que indudablemente hubo una compra de votos y una alta proporción de encuestados coincide conmigo y a otra parte igualmente importante (32%) le consta el hecho; pero igualmente he afirmado que no hay una forma jurídicamente aceptable de demostrarlo, y que la magnitud de esa compra no fue determinante en los resultados finales.

Y en esa misma encuesta, el 48% afirma nunca haber conocido de las encuestas pre-electorales, por lo que estos serían inmunes a su efecto “manipulador”, insostenible argumento “jurídico” esgrimido por los anulacionistas.
Pero además, entre los que conocieron de las encuestas, el 87% señaló que su decisión no fue influida por esos resultados. Así, el argumento de que las encuestas (con o sin sesgo) resultaron determinantes en los resultados electorales, se queda sin fundamento, a partir la misma encuesta que cita Ackerman.

Y para no variar, el precepto de la obediencia debida: cualquiera que haya señalado algún riesgo o carencia en la candidatura de AMLO, cae de inmediato en la categoría de hereje merecedor de la hoguera: “Los voceros del régimen insistían en que este tipo de actitudes (el confrontacionismo de AMLO) alejarían a la “clase media” y a los votantes “moderados””.

Y la teleología no tarda en aparecer: “Conforme se “modernice” la sociedad demográficamente, crecerán tanto el apoyo para la izquierda como las críticas hacia el PRI”. Así de fácil, y tan inevitable como la dictadura del proletariado.
Y ya después de esto, cualquier ocurrencia se puede dar por demostrada: “Es falso que una candidatura de Marcelo Ebrard hubiera podido conseguir más apoyo que López Obrador”. ¿en dónde se fundamente ésta hipótesis? en la sola fe.

Pero el conflicto con la realidad se torna preocupante: “El hecho de que Miguel Ángel Mancera recibiera un mayor porcentaje que López Obrador en el Distrito Federal no es un indicador de que hubo un voto de castigo en contra del candidato presidencial en la capital. Al contrario, el margen de victoria de Mancera se amplió precisamente gracias al enorme interés en salir a votar con motivo de la elección presidencial.” Es decir que aunque hubo una importante proporción de electores que votó a favor de Mancera, y evitó hacerlo por AMLO, esto constituye para Ackerman la demostración de una mayor preferencia para el mismo AMLO ¡vaya contradicción!
Los jugadores de ajedrez tenemos un marcado vicio; solemos atribuir nuestras derrotas a los inopinados errores que comentemos, negando así cualquier merito a nuestros oponentes. Ackerman nos da una lección al revés: justifica la victoria de Mancera, no en sus propios méritos (o en los del gobierno que llega a sustituir) sino en las debilidades de sus oponentes. ¡otra!

Y aunque ya parezca alevosía, el escrito de Ackerman abunda en frusilerias. Otra le lleva a preguntarse el por qué murieron algunos funcionarios calderonistas. Es de Perogrullo reconocer que Blake y Mouriño murieron por las lesiones ocasionadas en los sendos accidentes sufridos. En todo caso, el enunciado apropiado –lo que quiso decir- sería sobre el por qué ocurrieron esos accidentes.

Son posibles varias teorías: 1.- Fallas mecánicas debidas al incumplimiento de los estándares de mantenimiento, o a la falta de ellos. Parece la más factible. Entre la corrupción y la ineptitud que caracterizó a éste régimen, hasta lógica resulta.
2.- Una pugna palaciega en la que los unos matan a los otros, de la misma camarilla. Menos factible aunque no imposible. Pero el premio no justifica el eventual castigo. Conservar el poder dependía más de ganar las elecciones que de que el candidato fuera de una u otra facción. Los resultados de las elecciones no hubieran sido distintos si Cordero, o Lozano, o Lujambió, o Muriño hubieran sido los candidatos.

3.- Un narco-atentado. La más fantasiosa: un comando narco que recibió capacitación en Fort Brags sobre misiles tierra-aire, compra –para llevar- media docena de misiles en el mercado negro de Tepito. Sus agentes secretos en la oficina de la presidencia, les entregan la información sobre los itinerarios oficiales. El día D, desayunan unas quesadillas en La Marquesa y se trasladan a Chapultepec, que es el sitio apropiado realizar el atentado. Para disimular, toman un paseo en lancha y recorren el zoológico, disfrazados de alumnos evadidos del colegio. Después del mediodía, se trasladan a la fuente del Mito del Agua –las coordenadas son exigentes- y colocan el lanzamisiles. A la hora indicada, preparan, apuntan y ¡fuego! Con más tino que nuestras arqueras olímpicas, abaten el avión y este se destroza procurando no esparcir sus restos, lo que facilitaría las investigaciones. Supongo que la febril mente de Ackerman tendrá otras tantas teorías.

Abolir el régimen de desigualdad va más allá del sempiterno voluntarismo de izquierda, y sus caudillismos. Si la política es el arte de lo posible –entre tantas definiciones- la izquierda debe tener claro qué le es factible en el aquí y en el ahora.

Alexjandro_N

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