jueves, 6 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Larga incubación

Rafael Loret de Mola
¿Cancelamos o no al presidencialismo? Ya es momento de plantearlo para no seguir instalados en el medio de la nada. Cuando Vicente Fox, en mayo de 2001 y como guinda del único informe trimestral por él presentado –el experimento le salió mal porque dio motivo para un sinfín de interrogantes que la casa presidencial no pudo responder-, saludó, con su euforia acostumbrada, el final del “presidencialismo autoritario” ni los incondicionales presentes, obviamente alineados, le creyeron en un marco en el que el mismo protocolo exhibía a la figura central como eje y motor del gobierno. 

A partir de aquel momento, los diseñadores de imágenes pretendieron señalar a cada error o desviación del folclórico mandatario, cada traspiés también, como signo de que el ejercicio del poder se hacía cada vez menos unipersonal en beneficio de la participación ciudadana. No obstante, en realidad sucedía que el mandatario no era capaz de accionar los controles en sus manos y, sin pericia conductora, entrampaba al país en la montaña arenosa de la demagogia. Incluso la infecunda disputa entre el Ejecutivo y el Legislativo –Fox llamó al Congreso “el freno al cambio” clamando por la vuelta a la mayoría cómoda de apoyadores del presidente-, fue exhibida como prueba incontrovertible de una nueva cultura política fundamentada en el debate –que no se dio salvo para asegurar intransigencias en cada bando-, y en el imperativo de elevar los contrapesos al ejercicio gubernamental. Más bien triunfó el sectarismo sobre todo propósito constructivo. 




Al final del sexenio anterior el presidencialismo volvió por sus fueros con la complicidad de parte del sector patronal temeroso de un viraje significativo en la conducción de las finanzas nacionales. Desde luego, el cambio prometido por Fox se trocó en continuidad, el antónimo, en los renglones más sensibles del derrotero institucional, especialmente el económico en donde, desde luego, ni siquiera hubo el menor matiz; sencillamente se mantuvieron los propósitos neoliberales contra cualquier propósito de compensación social que hubiera significado una verdadera transformación del modelo gubernamental. No fue así, desde luego. Y mucho menos lo ha sido bajo la dirección de Felipe Calderón, cada vez más empequeñecido no por vocación democrática sino por efecto de sus propias limitaciones.

El planteo de fondo tiene que ver con la nación que se pretende construir, a partir de diciembre próximo, sin la menor revisión histórica, esto es como si el pasado fuera un estorbo y no parte de la memoria colectiva cohesionada con el nacionalismo y la consiguiente defensa de la soberanía. Sin historia resulta bastante más complejo defender la idiosincrasia, la cultura y el perfil propio de la patria y de quienes la conformamos. Y es tal, por supuesto, lo que erosionan cuantos apuestan por la descomposición general para medrar con sus efectos.

El caso es que, detenidos por el PAN y la derecha, los mexicanos no nos hemos separado del esquema presidencialista –aun cuando quien ejerce la función institucional parezca acotado-, ni arribamos al parlamentarismo como fórmula para sustituir al gobierno de una sola voluntad política. Que se sepa, dentro del abanico democrático no hay más alternativas dado que las ensaladas mixtas, por lo general, acaban por ser indigestivas por el exceso de ingredientes sin sinergia alguna.

Para infortunio nuestro nos han dicho, hasta el cansancio, que los términos medios son siempre felices cuando, en realidad, se sitúan lejos de las opciones definitorias. El esquema de economía mixta, por ejemplo, sólo ha servido como camuflaje para esconder las grandes complicidades que, en realidad, nos gobiernan. ¿Nos dice algo el hecho de contar con algunos de los mayores multimillonarios del planeta en tiempos en los que la sociedad no ha podido evadirse de la permanente depauperación? Por este punto podría comenzarse el análisis. 

Lo mismo ha sucedido con la visión de un presidente que accede al recinto parlamentario por la puerta trasera para tomar posesión del cargo y luego ni siquiera aspira a entrar al Congreso eludiendo así cualquier posibilidad de confrontación áspera con las inmaduras oposiciones que se mantienen en el absurdo de formar parte de un gobierno, como integrantes de enorme peso dentro del Legislativo, a cuyo cabeza se niegan a reconocer. 

Nos quedamos, sí, en un punto en el que no se puede siquiera dar marcha atrás aunque no faltan los nostálgicos, como los viejos priístas deseosos de reconquista, que añoran el viejo estilo reverencial para exaltar, del otro lado de la mesa, la disciplina como elemento central de la política de las consignas. De acuerdo a este estilo, el mandatario ejecuta todo y “sus” diputados y senadores se constituyen en fieles guardianes de su imagen para asegurar con ello carreras y cargos a la sombra de cada caudillo sexenal.

Tal es el concepto de “presidente fuerte”, que esperemos no sea el de Enrique Peña Nieto, tan ponderado por cuantos medraron a la sombra de cada perentorio huésped de Los Pinos y ahora hasta aguardan, con fruición, el retorno de los brujos encabezado por Carlos Salinas quien ha puesto su mirada en Nuevo León como si pudiera disponer, a su arbitrio, de la voluntad de los mexicanos manipulables por efecto de la desinformación, el arma permanente, y más efectiva, de los explotadores en cada época.

Desde luego, en tales términos, la salida se avizora muy lejana.

La Anécdota
Hace cuatro años, Porfirio Muñoz Ledo, de largo andar legislativo entre otros escenarios de una carrera intensa, sugirió, sólo eso, que se registrara la posibilidad de revocar el mandato del titular del Ejecutivo por causas graves, como la ineficacia visible o las lagunas mentales –mismas que fueron evidentes con el señor Fox-. El senador priísta, Manlio Fabio Beltrones, el mismo que se indispuso por el espionaje sufrido por parte del CISEN, le respondió, sin rubor alguno, que tal era simplemente una “locura”. Los dos, acaso sin medirlo, recrearon al presidencialismo al mantenerlo como fiel de la balanza.

Por otra parte, el propio Beltrones abogó por la moción a favor de someter las designaciones de los miembros del gabinete presidencial, en 2012, al aval del Legislativo. No se avanzó, desde luego. Con ello, claro, se hubieran ampliado sólo los cauces del chantaje soterrado sin óbice de la fuerza negociadora del mandatario en ejercicio. Otra cosa sería si los nombramientos respondieran al afán en pro del pluralismo real, no acomodaticio ni 
mentiroso. 

Y es que, por supuesto, sin definiciones, la política de tapar baches abriendo otros es la única opción restante... en mitad de la nada. En esto ha terminado el cambio prometido y traicionado. 

loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
¿QUIÉN SERÁ EL MANDATARIO CAPAZ DE ACOTARSE A SÍ MISMO PARA ALCANZAR EL RUMBO DE LA HISTORIA Y PASAR A ELLA COMO UN DEMÓCRATA CAPAZ DE LEGARLOS UN PARLAMENTARISMO EFICAZ Y NO LOS REITERADOS VICIOS QUE LLEVAN A LA INGOBERNABILIDAD?¿TIENE LOS TAMAÑOS PEÑA NIETO PARA ELLO?



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