domingo, 9 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - En la Raya Última/ De la Gendarmería

Rafael Loret de Mola
Las cosas esenciales de la vida tienen un límite, acaso apenas perceptible, que nos separa de los antagonismos y de cuanto nos es contrario en espíritu. Alguna vez, un viejo sabio me dijo:

--En donde recala tu mayor fortaleza se encuentra también tu mayor debilidad. Reconozco que me quedé perplejo durante varias horas extendidas a la adolescencia efímera; sólo comprendí llegada la madurez porque, en efecto, cuando nos sentimos más seguros acas0o dejamos de percibir los riesgos y éstos nos hacen perniciosamente vulnerables. Pepe Alameda, Carlos López Valdemoro su nombre real, lo resumió así hablando de toros y toreros de manera brillante:

--Un paso adelante y puede morir el hombre; un paso hacia atrás y puede morir el arte.



La justeza, el punto medio, es, entre todas las cosas, reflejo de la condición humana. ¡Pobre de aquel que, por soberbia, no reconozca sus límites!¡Infeliz quien, endiosado, se sienta irremplazable! La lección existencial se vuelca, siempre, sobre las páginas de la historia y, a veces, nos violenta y enciende los espíritus. Y como nadie, absolutamente nadie entre nosotros es perfecto, es necesario no caer en la dicotomía fatal entre el bien y el mal absolutos; sólo así no crearemos héroes de paja ni llevaremos a la hoguera a cuantos se atreven a dar un paso hacia delante aunque puedan perecer en el intento.

También la raya que separa al patriotismo de la traición es imperceptible. Durante su dictadura, no había quien fuera más nacionalista que López de Santa Anna hasta que, por salvar su existencia políticamente pueril, perdió la historia al ceder territorio nacional bajo la esquizofrenia de la prisión y las humillaciones desconocidas por él, llamado Alteza Serenísima, y visto hoy como el antihéroe perfecto al lado de Victoriano Huerta, colocado igualmente en el linde entre la inmortalidad y el basurero de la historia donde cayó de modo irremisible con beodos acentos –muy parecidos en la perspectiva actual-, y la sangre fría necesaria para matar... desde un escritorio blindado por la cobardía. ¿Les suenan las coincidencias, amigos lectores?

En octubre de 2000, Andrés Manuel López Obrador, a pocas semanas de iniciar su gestión como jefe de gobierno del Distrito Federal, me dijo, desayunando en un restaurante yucateco de Insurgentes Sur en la capital del país:

--Lo que más me preocupa es alternar con Vicente Fox. Él observa a México como una empresa; no aprendió, como tú y yo, a amarlo con la intensidad que emociona hasta las lágrimas.

No respondí porque entendí lo que quería decirme. La distancia es notable cuando se lleva a la patria en la conciencia o, en cambio, sólo se le celebra durante las festividades anuales con el bombo y la gritería fenomenal de cuantos no entienden sus esencias ni conocen su historia. Por eso voté por Andrés Manuel en 2006 porque, sobre todas las crónicas negativas, las altanerías y defectos que le conocí –incluyendo el mayor de sus traumas juveniles, el crimen imprudencial de su hermano José Ramón-, le sentí patriota, con un amor arraigado por nuestro México y, desde luego, por los mexicanos... aunque alguna vez le recordara que no cayera en el lugar común de quienes sobresalen: sentirse pequeños dioses terrenales y, como tales, los únicos hijos valiosos de la entraña mexicana.

Valgan los recordatorios para situarnos en el presente ante la disyuntiva que plantea el propio López Obrador, dos veces candidato a la Presidencia y en tal condición repelente a las instituciones electorales que marcan el juego. De no creer en éstas, ¿para qué proclamarse en sendas ocasiones abanderado de los desposeídos y garante de una democracia que no madura en ausencia de candados contra los vicios que seguimos arrastrando? Porque cuanto planteó, tras los comicios de julio pasado, no llevaba, como él quería, a la invalidez de las elecciones sino a sanciones administrativas cuyo monto fijará el IFE cuando todo esté consumado, por enero de 2013. Las dirigencias partidistas que le apoyaron y él mismo lo sabían a perfección. Y, sin embargo, cayó en la trampa por él delatada contra su antagonista: las fórmulas mediáticas para medio mentir creyendo con ello en su capacidad para manipular a sus incondicionales, aunque sean millones.

Dice ahora que no cesará en su intento por levantar la voz contra el nuevo “ilegítimo”; y quizá sume doce años alardeando más de lo mismo por todo el país y ahora incluso en los foros internacionales sin medir cuanto daño puede causarle al elemento central en donde se asienta la República: su soberanía plena. ¿O van a entendernos en Holanda y Nueva York mejor que entre los mexicanos? He aquí el límite terrible en donde el patriotismo que posiblemente le impulse a no abandonar las banderas sociales puede volverse contra él... y contra México. Sí, se ha situado en una peligrosas frontera en la que su mayor virtud puede convertirse en defecto dantesco, el peor de todos: la traición.

¿No es obrar contra la patria colocándola en la condición de un “estado fallido” –dos ilegítimos al hilo en plena bancarrota de los principios, según dice-, para posibilitar con ello, primero, el arbitraje del exterior y, después, una franca injerencia –suena menos mal que invasión- de los poderosos del norte?¿Se habrá hecho esta reflexión?¿O alguno de quienes, como Ricardo Monreal, Manuel Camacho y Manuel Bartlett –su nuevo santón de cabecera-, le llenan los oídos con cantos de sirenas?

Durante seis años, me resistí a llamar “presidente” a Calderón, convencido del fraude que tanto lastimó a quienes fraguamos, en distintas trincheras, la necesaria alternancia; no haré lo mismo ahora, precisamente para salvar al país del desastre de la dependencia con los Estados Unidos ejerciendo sobre nosotros la patria potestad. ¿Por qué no repasa siquiera la historia?

Finalmente, todavía recuerdo lo que me dijo sobre él, en 2004, el entonces gobernador de Tabasco, Manuel Andrade Díaz:

--El problema de Andrés es que no reconoce más ley que la suya; y ello lleva, forzosamente, a la anarquía. 

El peligro es tremendo y necesaria la reflexión más allá de nuestras simpatías personales. No son la intolerancia, el gesto de arrebato y la insubordinación, las rutas favorecidas por la democracia. Menos cuando, como todos sabemos, el país vive uno de sus más amargos episodios con el dominio territorial de las mafias y los acechos permanentes de los nuevos conquistadores, los del norte y también los de allende el océano.

Mirador

El 24 de marzo de 2010, Enrique Peña Nieto respondió a una interrogante incómoda –“2012: La Sucesión”, Océano-:

--¿Qué propondría usted, de alcanzar la Presidencia, para abatir la violencia? El entonces gobernador mexiquense, seguro de sus palabras, señaló:

--No hablemos del futuro. Mejor sería hablar de lo que yo haría ahora mismo para atender los nuevos fenómenos delincuenciales. Porque todo este clima se deriva por la disputa de mercados para las ventas de drogas. Los cárteles tienen funciones distintas a las de antes.

Ahora los cárteles estadounidenses pagan con especie, por ejemplo.

--¿Ante este problema qué hacer?

--Lo primero, abrir un sendero para poder alcanzar un mayor desarrollo social...

--¿Y la violencia que ya está aquí?

--Hay que reorganizar al Estado. Primero, el ejército no puede ser policía. Tampoco creo que una policía binacional resuelva el problema, por ejemplo, de la frontera. Me inclino más a crear una organización especializada en el ramo, específicamente con las características de la DEA estadunidense. Ésa es mi propuesta.

Hoy, el presidente electo, sigue la misma línea: la creación de lo que él llama “Gendarmería Nacional”, un nuevo apartado que, sin embargo, causará malestar entre las Fuerzas Armadas con severas disputas internas. Sobre todo porque, de por medio, se encuentra un general colombiano, Óscar Naranjo, cedido por el presidente de aquel país, Juan Manuel Santos con alguna intervención –celosamente guardada- de Felipe Calderón, experto en el aniquilamiento no en el diálogo. Porque, además, bien cabría un cuestionamiento severo: ¿De dónde saldrán los integrantes del nuevo organismo?¿De las mismas corporaciones envilecidas por las infiltraciones de las mafias cuyos miembros valuados resultaron, en un sesenta por ciento de acuerdo a la estadística oficial, “poco confiables”?

Pese a ello, Peña no improvisa y es fiel, hasta el momento, a sus ideas iniciales... a diferencia de quien prometió respetar los resultados comiciales –tres días antes de la jornada de votaciones cuando todas las supuestas irregularidades por él denunciadas ya se habían llevado a cabo-, y ahora repela hasta de su propia sombra.

Por las Alcobas

Nos faltan todavía dos meses y medio largos para consumar la transmisión del Ejecutivo federal. En ninguna otra nación, tal plazo es tan largo y con los peligros que conlleva: el saliente pierde poder y el entrante no puede todavía actuar. Ni siquiera esto han podido reformar los probos legisladores con dietas multimillonarias. ¿Hasta cuándo?

Un voceador, en Madrid, amigo mío y con cultura suficiente para asombrar a algún académico de nuestras universidades, me preguntó, incrédulo:

--¿En México pasan cinco meses entre la elección y el inicio de la nueva administración?¡Y luego nos hablan ustedes del vacío de poder! Pero, por Dios, si ustedes lo fabrican esperando tantos meses perdidos. Me quedé boquiabierto.

E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx

Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/enlarayaultimadelagendarmeria-1364923-columna.html

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