Se habla de la globalización, pero a menudo se cree que es algo que ocurre únicamente en los países desarrollados o que es sinónimo de la revolución de las telecomunicaciones, percepción simplista que conduce a proyectos y actos equivocados.
El modelo de sustitución de importaciones propició la “economía cerrada” y el espejismo de una cierta autarquía mexicana. Varias generaciones se formaron con la idea de que el país era básicamente independiente y que las áreas de dependencia, como la comercial respecto a Estados Unidos, eran errores que un gobierno patriota y firme podría corregir.
Pero la globalización abarca a todas las naciones porque es propia de una época de la humanidad. Como observa el sociólogo Manuel Castells, los países participan en una extensa red de nodos interconectados económica y financieramente. La realidad global de nuestros días exige una nueva explicación de conceptos surgidos dos o tres siglos antes, como la independencia, la soberanía, la seguridad nacional y pública, la gobernabilidad y la soberanía alimentaria y energética.
El cambio de los sistemas de producción, empresariales y financieros, la unificación y expansión de los mercados, las telecomunicaciones, el medio ambiente, el calentamiento global, el agua y los alimentos, el petróleo, la migración y el tráfico de indocumentados, el terrorismo y el tráfico de armas, entre muchos otros, dejan de ser asuntos locales para convertirse en problemáticas regionales o globales. La independencia, que dio cauce a las grandes revoluciones de los siglos XVIII y XIX, trajo consigo ideales tales como la libertad, la igualdad, la autodeterminación, la soberanía y la seguridad nacionales. Hoy día estos fenómenos deben ser entendidos a la luz del avance de la ciencia, las tecnologías de la información y la regionalización o mundialización de no pocos fenómenos.
La democracia y el libre mercado tienden a universalizarse, y aunque se ha reforzado la hegemonía de las grandes potencias, lo que sucede en los países menos desarrollados y emergentes incide en los asuntos internos de aquéllas. Es el caso de Grecia o las regiones autonómicas de España frente a la Unión Europea. La interdependencia asimétrica, que se acentúa en las relaciones de las metrópolis regionales con sus zonas de influencia, plantea retos mayores a las sociedades y gobiernos.
Todavía son más las preguntas que las respuestas. México tiene una moneda propia, pero su capacidad de compra interna y externa varía en función de los movimientos financieros de otras partes del mundo. ¿Cómo entender nuestra soberanía financiera?
Hace menos de un siglo éramos una economía agrícola y hoy tenemos un sector agropecuario parcialmente moderno y competitivo, pero no podemos asegurar el abasto interno de alimentos. Producimos crudo, pero importamos gasolina, gas, petroquímicos y otros productos en proporciones crecientes.
Nuestra seguridad interior está fuertemente influida por la demanda de drogas de EU y el contrabando de armas desde el mismo país, y no hemos logrado segregar los flujos monetarios del lavado de dinero. El narcotráfico, el terrorismo y otras variantes del crimen organizado tienen dimensión supranacional y su combate compete a varios o todos los gobiernos e impacta las economías y la paz interior de los países. La seguridad nacional, en su acepción más amplia, tiene cada vez más ingredientes regionales y globales.
Sería un grave error ignorar la realidad global y los cambios ocurridos en el mundo y concebir al México actual como fue en los años 70 del siglo XX. Por ello, el presidente electo, Enrique Peña Nieto, reconoce los retos de la interdependencia, la globalidad y la modernidad y traza el camino a seguir con objetivos de validez permanente: el desarrollo y la justicia social.
Francisco Rojas
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