En las siguientes semanas, Enrique Peña Nieto se reunirá con los coordinadores parlamentarios del PAN en las Cámaras, la de Senadores y la de Diputados. Después lo hará con los del Partido de la Revolución Democrática, será la quintilla política que completará el preámbulo a su asunción como Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Ya en agosto se reunió con los gobernadores del PRI, en una comida en una casona de las Lomas en la Ciudad de México cerraron filas con su PPP (Primer Priísta del País) para lo que se le ofrezca en el futuro.
Un mes después del encuentro tricolor, Peña se puso corbata azul y en un restaurante de Polanco hizo comilona de honor a los gobernadores del PAN, ahí estaban felices para la foto y la posteridad el gobernador de Baja California, José Guadalupe Osuna Millán; el de la Baja Sur, Marcos Covarrubias, el entonces interino de Guanajuato, Héctor López Santillana; Emilio González Márquez de Jalisco; el entonces mandatario de Morelos, Marco Adame Castillo; también Rafael Moreno Valle, de Puebla, el notorio Malova, de Sinaloa; y el sonorense Guillermo Padrés. Fue tanta la condescendencia de Enrique Peña hacia los panistas que dos de los mandatarios a sabiendas que ni estarían en funciones de cualquier manera acudieron a conocer personalmente a quien tanto los ha impactado.
La foto no pudo ser más vergonzosa: Peña con su corbata azul al centro flanqueado por los panistas incluido su dirigente nacional Gustavo Madero, todos aplaudiendo el presidencialismo que viene (acaso que ya está aquí, que se respira). Ni uno de los albiazules opuso resistencia, todos solícitos y esperanzados en el buen trabajo conjunto que avizoran.
Un mes y unos días después, el Presidente electo cerró la trifecta de gobernadores al acordar con aquellos emanados del PRD y alianzas de izquierdas; ahí estaba una vez más la foto de la institucionalidad, del presidencialismo en toda su expresión. Los antagonistas políticos de la mano de quien en algunos casos ellos mismos acusaron de prácticas deshonestas en el desarrollo de la elección que el Tribunal confirmó y le dio la Presidencia de la República.
Ahí sonrientes estaban Graco Ramírez de Morelos, Gabino Cue de Oaxaca, Arturo Núñez de Tabasco, Miguel Ángel Mancera del Distrito Federal, estos dos últimos sin tomar posesión aún. La evidente y congruente ausencia, la de Marcelo Ebrard que ya no trabajará con Peña por tanto su presencia no era necesaria.
Al igual que los panistas, los gobernadores de izquierda cayeron en el encanto del mexiquense; ni uno sólo se reveló y todos acordaron no sólo trabajar de la mano cuando el presupuesto del gobierno federal de Peña esté listo, sino que también confirmaron que todos, sin falta, acudirán a la toma de protesta de Enrique Peña el próximo 1 de diciembre de 2012. Ahí el detalle. La promesa de trabajar juntos, de civilidad política y presupuesto para todos a cambio de una toma de protesta a la antigua usanza con todas las fuerzas vivas reunidas en el día del Presidente.
Por eso las siguientes reuniones de Peña con políticos las arregla ya el cerebro detrás de tanta civilidad en tiempos de transición: Miguel Osorio Chong, hidalguense y coordinador para el diálogo y acuerdos políticos del equipo de transición de Enrique Peña Nieto. El cierre será con los coordinadores parlamentarios, primero con Ernesto Cordero y Luis Alberto Villarreal, senador y diputado respectivamente, y más adelante con los amarillos Silvano Aureoles, diputado, y Miguel Barbosa, senador.
Tanta civilidad es francamente sospechosa. Resulta ahora que la oposición se rindió al presidencialismo; que la época en que todos eran felices y unidos en los poderes legislativo y ejecutivo ha regresado para quedarse. Parece que el presidencialismo que tanto trabajo, vidas, transparencia y votos costó sacar de Los Pinos está de regreso y en plan permanente. Que ningún gobernador de oposición al PRI haya siquiera cuestionado el método, la forma, y el chantaje del presupuesto; no es que uno desee pleitos insanos en materia política, pero la división, las ideologías distintas entre unos y otros gobiernos deberían de llevarnos al debate de las ideas, a la supervisión constante de unos y otros, a la competencia de programas en beneficio de la sociedad, a la confrontación de la propuesta, y no a la hegemonía de los gobiernos.
Recuerdo al inicio de los noventas cuando la democracia comenzaba a ser reconocida en México, los debates públicos y privados entre el único gobernador de oposición al PRI, el panista Ernesto Ruffo Appel (hoy senador) y el emblema del presidencialismo entonces, Carlos Salinas de Gortari. El primero pedía ayuda del segundo, y el Presidente hacía lo que le favorecía a sus planes y no a los del bajacaliforniano.
En muchas ocasiones, el presidente Salinas perdió oportunidades de visitar esta tierra, bajo el mandamiento de que él no iba adonde no lo invitaban; igual Ruffo realizó interminables reuniones con la administración federal sólo para salir con las manos vacías; “me atienden pero no me entienden”, solía decir sin derrota política. Sacaba provecho de la enemistad política con el señor Presidente, y durante muchos años, durante toda la administración tanto la federal de Salinas como la estatal de Ruffo, compitieron.
Carlos Salinas le ganó a Ernesto Ruffo y llevó a buen fin la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, entidad que el de Ensenada preparaba para ser la primera en el país en Baja California y con el nombre de Procuraduría de los Derechos Humanos. A la vuelta, el gobernador Ruffo le ganó la tirada al presidente Salinas y Baja California tuvo por primera vez en el país la credencial estatal de elector con fotografía incluida. Acción que Salinas replicaría no sin respingar, con la IFE con fotografía.
Enfrentados políticamente, competían en la administración; uno priísta y el otro panista, pelearon por hacer cada uno aquello en lo que creían y que podía llevarles más adeptos. Sí se tomaron fotos juntos, sí recorrieron el estado en giras, sí se dieron la mano, pero ni uno aplaudió al otro ni públicamente se demostraron falsos afectos. La realidad es que el debate político entre Carlos Salinas y Ernesto Ruffo era el principio del fin del presidencialismo… hasta que llega Peña Nieto y los gobernadores, los panistas y los perredistas, se le rinden y le aplauden y prometen trabajar juntos, hegemónicos. Entregados.
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