miércoles, 10 de octubre de 2012

Raymundo Riva Palacio - "Fuertes indicios"


La Secretaría de la Marina dio otro gran paso este lunes, pero hacia el desastre comunicativo. La forma desaseada como manejó la información de la muerte del jefe de Los Zetas, Heriberto Lazcano, a través de infidencias, filtraciones y datos sueltos que fueron corrigiendo en la medida que la especulación en medios crecía, generó confusión, contradicciones y desinformación que le quitó brillo a tan importante acción. Pero no fue algo nuevo. La comunicación política en un gobierno es todo, y la comunicación en el gobierno de Felipe Calderón en la guerra contra las drogas ha sido el fracaso más grande de su administración.





El manejo informativo de todo este episodio, la muerte de Lazcano y la verificación de que quien había caído era él, mostró las debilidades de la política comunicativa gubernamental, donde las contradicciones detonaron el escepticismo y trasladaron el análisis del impacto del golpe en Los Zetas a la discusión bizantina sobre si quien apareció muerto era realmente el jefe narco. Esta experiencia no fue un síntoma, sino la enfermedad que se padece. La falta de una voz que construya el consenso nacional en torno a una lucha que debería ser de todos, ha creado la división.

La ausencia de una estrategia y las ocurrencias estructurales han provocado claroscuros en el discurso que han debilitado el mensaje. La manera atropellada, absurda incluso, de cómo después de soltar a la jauría mediática la Marina no tuvo mejor respuesta que emitir un comunicado de prensa para señalar que había “fuertes indicios” de que quien había caído en un enfrentamiento en Coahuila era Lazcano, contribuye a toda esta esquizofrenia. ¿Desde cuándo, por ejemplo, la verosimilitud es sinónimo de verdad? A los “fuertes indicios” de una Marina atrapada en su locuacidad se sumó la agencia Notimex, del Estado mexicano, que envió un despacho donde mencionaban los “rumores” de que había caído el jefe zeta. ¿Desde cuándo los rumores son noticia? El procedimiento básico en materia de comunicación institucional habría obligado a que antes de que se esbozara siquiera lo que había sucedido, se confirmara el hecho. No se hizo, y todo voló.

Ningún espacio en la opinión pública queda vacío, como probó en carne propia el gobierno este martes, cuando vio que los titulares de Reforma y Milenio decían que el cuerpo de Lazcano estaba desaparecido o lo habían robado. La Marina dijo que las autoridades de Coahuila entregaron el cuerpo a sus familiares, pero la Procuraduría estatal dijo que sí lo habían robado. ¿A quién le importa la realidad, si la teoría de la conspiración apela mejor al imaginario colectivo? La verdad no ha sido el punto de partida en la comunicación gubernamental en el combate a la delincuencia, sino el protagonismo. Es una verdad que siempre se estira y se acomoda en función de intereses particulares. La Marina ha aportado varios ejemplos de que entre velocidad y veracidad, lo que importa es la rapidez para llegar primero a los medios.

En junio informaron que habían detenido a Jesús Alfredo Guzmán, hijo del capo del narcotráfico Joaquín El Chapo Guzmán. Aún no terminaban de celebrar cuando se supo que no era quien decían que era, sino Félix Beltrán León, a quien habían confundido. El error de la Marina ocultó el hecho que este joven, aunque no era el hijo de El Chapo, tampoco estaba libre de culpa, al habérsele decomisado un buen lote de armas de decenas de miles de pesos que guardaba bajo el colchón. Recientemente fue el episodio cerca de Tres Marías, donde incubaron la versión de que dos agentes de la CIA y un marino habían sido “emboscados”, y atacados por policías federales. Omitieron convenientemente que los policías dispararon porque el marino sacó una pistola para hacer lo mismo contra ellos.

La Marina es ahora la materia de reflexión, pero no tiene el patrimonio del naufragio comunicacional. Este ha sido la norma, no la excepción, en un gobierno que ha luchado contra el narco, contra la sociedad política, contra los ciudadanos, contra el mundo y, sobre todo, contra sus propios demonios que nunca exorcizó.


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