Agustín Carstens |
Por su magnitud, gravedad y duración esta es la peor crisis desde la Gran Depresión de la primera mitad del siglo pasado. Este pequeño ensayo, solicitado por CNNExpansión, pretende analizar someramente cuatro puntos: i) aquello que falló y propició la crisis; ii) la manera en que se ha respondido a ésta; iii) los retos que aún se enfrentan; y iv) las medidas necesarias para avanzar más rápido en la solución definitiva de la misma y sentar las bases para una recuperación sostenida de la actividad económica global.
El inicio de la crisis financiera estuvo precedido por la acumulación de desbalances macroeconómicos y financieros en varias economías avanzadas, lo que se reflejó en un exceso de gasto sobre ingreso y en crecientes déficit en cuenta corriente.
Entre los factores que se conjugaron para lo anterior destacan una regulación y supervisión financiera inadecuada. Esta deficiencia innegable se agravó por una conducta generalizada en los mercados que, a lo largo de la historia, ha demostrado ser sumamente nociva: la toma excesiva de riesgos mediante instrumentos de gran complejidad, producto de la innovación financiera, de los cuales en muchos casos no hubo una compresión y valoración adecuada, lo que llevó a sobrestimar sus beneficios potenciales y a desdeñar sus elevados riesgos.
Esto condujo a niveles elevados de endeudamiento y a una sobrevaluación en los precios de ciertos activos, principalmente en el sector inmobiliario. A su vez, los mayores precios de la vivienda contribuyeron a un incremento en la riqueza percibida de los hogares y a una expansión sin precedente del consumo. Todo ello se dio en un entorno internacional de abundante liquidez, asociada con el exceso de ahorro sobre inversión en diversas economías emergentes, excedente que se canalizó a los mercados financieros de economías avanzadas, reforzando de esta forma un largo ciclo de tasas de interés bajas y de creciente y desmedida expansión del crédito.
La crisis mostró con toda claridad, una vez desatada, que estos desbalances eran insostenibles. Por ello, la respuesta inmediata de las autoridades alrededor del mundo consistió en medidas urgentes para estabilizar los mercados financieros y apoyar a la actividad económica. En lo referente a la política fiscal, si bien los programas de estímulo apoyaron la actividad económica, también propiciaron de forma perversa la ampliación de desequilibrios. En particular, contribuyeron a deteriorar los balances fiscales y a incrementar los niveles de deuda pública.
Bajo estas circunstancias en algunas economías, principalmente de la zona del euro, una segunda etapa de la crisis se ha concentrado en problemas de desbalances fiscales y de sostenibilidad de deuda pública. Así, el margen de maniobra para implementar medidas adicionales de estímulo fiscal se ha reducido significativamente. En cuanto a la política monetaria, diversos bancos centrales de economías avanzadas redujeron las tasas de política a niveles cercanos a cero y proporcionaron abundante liquidez. Además, algunas autoridades monetarias adoptaron medidas no convencionales mediante el cambio en la composición y la expansión de sus hojas de balance, que ayudaron a destrabar y estabilizar mercados financieros, principalmente en el caso de Estados Unidos.
Cabe señalar que en virtud de que el proceso de corrección de los desbalances que dieron origen a la crisis aún no termina, en las principales economías avanzadas los bancos centrales continúan con posturas monetarias inusitadamente expansivas.
Se evitó, desde luego, una catástrofe de mayores dimensiones, inimaginable tal vez, pero es obvio que la crisis financiera todavía no se ha solucionado y que aún se requerirán varios años antes de que podamos decir que esta perturbación, larga, intensa y compleja, ha sido superada.
En economías avanzadas como la de Estados Unidos aún persisten un elevado desempleo y niveles altos de endeudamiento. Asimismo, en la zona del euro ante los desequilibrios fiscales y la exposición del sector bancario a la deuda soberana surgió el riesgo de un evento catastrófico que pudiera desembocar incluso en la desintegración de la misma unión monetaria y política.
Este entorno de incertidumbre propició una pérdida de confianza entre los agentes económicos dando lugar a una retroalimentación negativa entre debilidad de la actividad económica, vulnerabilidad fiscal y fragilidad del sistema bancario. En este sentido, actualmente los mayores riesgos se encuentran en la zona del euro. No obstante, dada la interconexión entre mercados financieros alrededor del mundo, eventos adversos en esta región ya han tenido un impacto negativo en otras economías avanzadas y emergentes.
Así, se ha comenzado a observar una desaceleración sincronizada de las diferentes economías a nivel mundial. Esta situación, y el hecho de que los problemas fiscales y de endeudamiento en otras economías avanzadas todavía no se hayan solucionado, implican que de no actuar rápidamente y con decisión existe el riesgo de que se prolongue aún más de lo previsto el largo periodo de ajuste necesario para salir de la crisis.
Desde cualquier punto de vista no cabe duda de que aún quedan muchas decisiones difíciles y dolorosas que tomar, y que estas decisiones -indispensables desde el punto de vista económico, pero muy costosas desde el punto de vista social y político- no sólo provocarán en muchas de las economías avanzadas y en el mundo en general, un menor bienestar para la población, sino tensiones y perturbaciones sociales. Las sociedades afectadas tienden a rechazar una medicina que no reporta ninguna recompensa más o menos inmediata a cambio de tanto sacrificio.
¿Por dónde empezar a romper este círculo vicioso? Un punto crucial para avanzar es restablecer la confianza de los agentes económicos. Para ello, es indispensable adoptar medidas creíbles para corregir los desbalances que aún persisten, lo cual significa primero solucionar el problema de flujos, para lo cual es imperativo consolidar las cuentas fiscales. Adicionalmente, se tiene que atender el problema de acervos asociado con niveles elevados de endeudamiento, para lo cual es necesario reducir la deuda pública a niveles sostenibles en el largo plazo, apoyar el proceso de desendeudamiento de los agentes privados y recapitalizar las instituciones financieras en problemas.
Todo esto debe comunicarse con claridad y oportunidad, sin subterfugios, de lo contrario, no se logrará la confianza, imprescindible para que los ajustes funcionen y den resultados.
En la medida en que se adopten medidas creíbles en estos frentes se podrá restablecer plenamente el funcionamiento de los mercados y generarse un círculo virtuoso que impulse una recuperación vigorosa de la actividad económica internacional.
Sería un grave error tratar de minimizar retóricamente -y por razones políticas- la magnitud del sacrificio que implicarán los ajustes; aún más grave sería proponer una especie de "fuga hacia delante", intensificando los desequilibrios fiscales y/o monetarios, como una especie de estratagema para "ganar tiempo".
Para alcanzar un crecimiento elevado y sostenido de la economía global se requieren reformas estructurales profundas y un rebalanceo de los patrones de demanda global. Si bien se ha avanzado en todos estos frentes, son necesarios esfuerzos adicionales y una mayor cooperación entre autoridades alrededor del mundo.
En este contexto, el papel de instituciones multilaterales, como el FMI, es fundamental para promover dicha cooperación. Asimismo, la condicionalidad que esta institución pide a cambio de asistencia financiera puede proporcionar la credibilidad que se necesita para que las acciones de política económica sean efectivas. En este sentido, me parece que aún no se ha aprovechado todo el potencial de una institución como el FMI para enfrentar con mayor vigor y coordinación la crisis financiera.
A modo de conclusión, vale la pena recordar que esta crisis ha confirmado la importancia de una conducción macroeconómica prudente que evite la acumulación de desbalances, que en última instancia dan lugar a crisis financieras y reducen el bienestar social.
En el caso de México esa lección la aprendimos después de varias crisis y, en consecuencia, hemos trabajado en mejorar los fundamentos de la economía. Es por ello que actualmente México tiene una posición relativamente favorable en un entorno internacional adverso. Pero también sabemos, por esa misma experiencia, que el camino de la recuperación es largo, complejo, doloroso y difícil. No admite atajos ni soluciones mágicas.
*Agustín Carstens es Gobernador del Banco de México.
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