sábado, 17 de noviembre de 2012

Jaime Sánchez Susarrey - Reformas

La aprobación de la Ley de Contabilidad General y de la reforma laboral constituye, sin duda, un paso muy importante.

La primera, homologará y hará más transparentes los balances de los estados y municipios. De modo tal, que se eliminará la posibilidad del encubrimiento de deuda o el desvío de recursos a proyectos para los que fueron aprobados, como ha venido ocurriendo hasta ahora.

La segunda, moderniza una legislación que data de 1970 y constituía un lastre para la inversión y funcionamiento de las empresas. Pero lo más importante es que se rompió el impasse que se vivía en materia de reformas estructurales, desde que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997.

Ambas iniciativas fueron presentadas con carácter preferente por el Presidente Calderón. La eficacia de este mecanismo, que obliga a cada una de las cámaras a pronunciarse a favor o en contra en un lapso de treinta días, quedó ampliamente demostrada. Peña Nieto podrá recurrir a este recurso en 24 ocasiones durante su gobierno.



Sería ingenuo, sin embargo, atribuirle a este mecanismo –por sí solo- la aprobación de ambas iniciativas. Lo que permitió que pasaran fue, en el primer caso, un consenso entre todas las fuerzas políticas –con la excepción de PT y Movimiento Ciudadano- que votaron a favor.

En el segundo, fue la alianza del PAN con el PRI. Pese a todas las vicisitudes de la negociación en la Cámara de Senadores y luego en la de diputados se logró, al final del día, un acuerdo. Lo relevante fue la convergencia entre panistas y priistas en el contenido propiamente laboral. Pero no menos importante fue el giro que dio el PRI en lo referente a democracia y transparencia sindical.

De lo que se derivan varias enseñanzas.

Primero: la reforma laboral y la Ley de Contabilidad pasaron porque hubo voluntad de alcanzar un acuerdo político en las negociaciones.

Segundo: los márgenes de negociación derivan de la compatibilidad de programas y objetivos entre las diferentes fuerzas políticas. En materia laboral, por ejemplo, el acuerdo con los perredistas era inalcanzable porque no estaban ni están de acuerdo con lo esencial de la legislación.

Tercero: los resultados de la pasada elección presidencial crearon una correlación de fuerzas, por primera vez en 15 años, favorable a las reformas estructurales.

Cuarto: el PRI dejó de ser una barrera para los cambios estructurales y se está convirtiendo en un instrumento de los mismos.

Quinto: ese cambio tiene que ver con que los priistas recuperaron la Presidencia de la República. Porque es un hecho que durante los sexenios de Fox y Calderón frenaron las reformas fiscal y energética, para no hablar de la laboral.

Sexto: el cambio de los priistas es consecuencia de un hecho fundamental: el Presidente de la República unifica y conduce, más allá de las diferencias e intereses que existen, a su partido.

Séptimo y esencial: Peña Nieto cree y ha asumido, como lo planteó durante su campaña, un programa reformista que complementará la primera generación de reformas que se generaron entre 1988 y 1997.

De hecho, las negociaciones de la reforma laboral fueron destrabadas por el propio Presidente electo. Sin su intervención no se hubieran acotado los intereses y prejuicios de los viejos liderazgos sindicales.

Y tampoco se habría dado un trámite expedito en la Cámara de Diputados, una vez que la iniciativa fue regresada por los senadores. Baste recordar la advertencia de Manlio Fabio Beltrones: "La iniciativa perdió su carácter preferente y no será promulgada por el Presidente Calderón".

La rectificación que se dio, encabezada por el propio Beltrones, no fue efecto de una súbita iluminación del sonorense, sino de que Peña Nieto manifestó su acuerdo con la iniciativa, como antes había instruido a Gamboa Patrón para aceptar el capitulado de transparencia y democracia sindical.

Durante su campaña por la Presidencia de la República, Peña Nieto hizo dos afirmaciones: a) las reformas estructurales son indispensables y urgentes; b) por ser priista estaré en condiciones de conducir al partido en esa dirección.

La duda que pesaba sobre ambos enunciados era doble: ¿Hablaba sinceramente o era una simple estrategia de campaña? ¿Tendría la capacidad de meter al aro a los priistas o sucumbiría a los intereses y prejuicios de las corrientes más conservadoras?

Las respuestas ya las conocemos. Peña Nieto va, y va en serio, por las reformas estructurales. Las que vendrán, tal como ha anunciado, serán la fiscal y la energética.

Respecto de la segunda, vale recordar que, siendo Gobernador del Estado de México, se pronunció por una reforma energética mucho más audaz que los topes que le impuso el entonces Senador Beltrones a la negociación: "No a los contratos de riesgo y a las modificaciones constitucionales".

La iniciativa de reforma energética está destinada a convertirse en la madre de todas las batallas. Porque desde la izquierda será denunciada como una estrategia para liquidar a Pemex y arrebatarle el petróleo a la Nación. ¡La mafia en el poder subasta a México!

Sin duda alguna, López Obrador abanderará esa oposición, que irá desde la resistencia en el Congreso hasta las manifestaciones y movilizaciones para "defender" el patrimonio nacional. ¡El pueblo no se rinde ni se entrega, se defiende!

Dada esa polarización, los panistas se convertirán, son ya, el fiel de la balanza. Porque sin su voto la reforma constitucional no pasará. Estamos ante una situación similar a la que se dio entre 1988 y 1994, cuando se aprobó la primera generación de reformas estructurales.

La coyuntura es única y los cambios de gran calado están, por fin, al alcance de la mano. Enhorabuena.

eído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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