sábado, 17 de noviembre de 2012

Raymundo Riva Palacio - Autores intelectuales


 PRIMER TIEMPO: La compra de una nostalgia. Político avezado, había sido el último subsecretario de Seguridad Pública en 1988, cuando la oficina era parte de la Secretaría de Gobernación en el epílogo del último gobierno del PRI. En aquellos tiempos, el encargado de esas tareas, Jesús Murillo Karam, enfrentaba una realidad donde la delincuencia del fuero común tenía la estadística en un nivel de alarma que hoy sigue siendo histórica, pero el tema de la violencia no era ni el eje del discurso presidencial, ni agenda prioritaria en los medios de comunicación. Al no existir esa percepción, no existía la guerra total en la realidad cotidiana. Murillo Karam no duró mucho tiempo en esa oficina, pues cuando su jefeFrancisco Labastida saltó a la candidatura presidencial, se fue con él. Pero la construcción de un sistema de seguridad metropolitano con los gobiernos vecinos del Distrito Federal para reducir el número de secuestros y robos vehiculares, le dio muy buenos resultados. La derrota de Labastida en 2000 lo dejó fuera de la política del primer nivel, aunque nunca dejó de hacerla Murillo Karam, impulsor de una nueva generación de gobernantes hidalguenses.





Regresó en 2006 como senador y por su experiencia en temas de seguridad, estableció relaciones sólidas con varios funcionarios del gobierno de Calderón que le incubaron la idea de regresar la Secretaría de Seguridad Pública a la Secretaría de Gobernación. Con el recuerdo de cómo trabajó en Bucareli, Murillo Karam fue quizás el primero que habló del tema con el hoy presidente electo Enrique Peña Nieto, quien hace tiempo tenía esa reincorporación estratégica en la cabeza. Otro hidalguense, Miguel Ángel Osorio Chong, terminó de concretar la idea en un documento que dio pie a una iniciativa de Peña Nieto que comienza a dar algunos dolores de cabeza antes, incluso, de que llegue a la Cámara de Diputados, que preside hoy Murillo Karam, para que se discuta y, quisieran, se apruebe.

SEGUNDO TIEMPO: No es una vendetta, pero que desaparezca. La deseada muerte de la Secretaría de Seguridad Pública para integrarla a nivel de Subsecretaría en Gobernación, tuvo el impulso hidalguense del senador Jesús Murillo Karam, pero tiene un tufo chilango. Uno de los impulsores originales de la idea fue Eduardo Medina Mora, quien fue el primer director del Cisen del presidente Vicente Fox y terminó como su último secretario de Seguridad Pública. Medina Mora no quería repetir en el gobierno de Felipe Calderón en el mismo cargo, y sugirió el nombre de Genaro García Luna cuando a quien le habían ofrecido el puesto, Jorge Tello Peón, adujo razones familiares para declinar la propuesta. García Luna era conocido, aunque no de mucho, de Medina Mora, y Calderón lo designó secretario a 13 horas de anunciar el gabinete, una decisión que lamentaría tiempo después Medina Mora, que fue nombrado procurador general. La falta de un buen secretario de Gobernación dejó sin freno el choque entre Medina Mora y García Luna, que llegó a batalla campal en el gabinete de seguridad, que si bien ganó el procurador en el primer tramo, terminó perdiendo, no por haber sido doblegado por el secretario, sino porque se negó a perseguir a gobernadores priistas en vísperas de las elecciones federales de 2009. Medina Mora vio la fortaleza de García Luna, y quizás como muchos más en el actual equipo del presidente electo Enrique Peña Nieto, pudo haber pensado que una Secretaría de Seguridad Pública tan fuerte, no le convenía a ningún gobierno. Incubó su desaparición y que recuperara Gobernación esa fuerza. Sus motivos originales no se saben, pero tampoco podría pensarse que es una vendetta contra García Luna al cierre del sexenio. Cuando destituyó Calderón al procurador y lo aisló, fue García Luna quien lo apoyó cuando se marchó a Londres como embajador en el Reino Unido, con lo que la maltrecha relación que tenían, mejoró. No hay justicia poética para Medina Mora, y se puede decir que transformar en subsecretaría lo que García Luna construyó en seis años —la plataforma tecnológica más sofisticada de América Latina, una policía federal que creció ocho veces y un sistema de prisiones federales que se triplicó en instalaciones y elevó en más de 500% su población—, no fue nada personal.

 TERCER TIEMPO: Pues ya encarrerados, que se sube. Gran litigante, duro en la negociación y fajador de barandilla por excelencia, Fernando Gómez Mont llegó a la Secretaría de Gobernación en un momento crítico para su amigo Felipe Calderón, quien había perdido a su alter ego Juan Camilo Mouriño en un accidente de aviación. Era 2008, cuando luchaba por sobrevivir Eduardo Medina Mora, quien había sufrido una implosión reciente en la PGR al descubrir que prácticamente todos aquéllos que combatían al narcotráfico, estaban en sus nóminas. La investigación y el proceso contra quienes habían sido muy cercanos de Medina Mora se llamó “Operación Limpieza”, donde se dio el quiebre real en la lucha palaciega que tenía con el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y comenzó el principio del fin de su gestión como procurador. Medina Mora duró sólo unos meses más en el cargo, pero encontró en Gómez Mont, quien descubrió que no era lo mismo litigar que gobernar y que era arrasado por García Luna por su desconocimiento táctico, estratégico y doctrinario de seguridad pública, un aliado natural a la idea que esa dependencia desapareciera y regresara a Gobernación. Gómez Mont tenía en un senador,Jesús Murillo Karam, secretario general del PRI, un interlocutor ad hoc para que floreciera la idea. Gómez Mont no estaba peleado con García Luna, pero no podía con él. Quedó expuesto ante él cuando se paralizó por la amenaza de bomba en un avión de Aeroméxico en 2009 —que al final resultó que las bombas eran jugos—, y se expuso como débil cuando no tenía idea de lo que había detrás del secuestro de su amigo Diego Fernández de Cevallos y tuvo que pedirle consejo sobre qué hacer. Como muchos otros pensaron en el gabinete, lo veían con poder incomparable y confundieron personalidad con institución. No vio en su litigio político para que desapareciera esa Secretaría los problemas de diseño institucional. Pero si se ve cómo ahora, que todas esas fobias que se acumularon contra García Luna tuvieron una expresión, inopinada quizás, de los autores materiales de esa liquidación: si no se pudo con García Luna en su tiempo, que se acabe con su legado. Amén.

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