sábado, 20 de abril de 2013

Jaime Sánchez Susarrey - Hugo, Andrés y el pajarito

Para Capriles se abre una disyuntiva: o continúa con las protestas y desconoce al nuevo gobierno o se sienta a negociar las condiciones para que los procesos electorales futuros sean más equitativos

Pese a tratarse de una elección de Estado, en la que el candidato oficial contó con recursos ilimitados y una presencia apabullante en los medios electrónicos, la victoria de Nicolás Maduro fue pírrica. Se impuso por 262 mil votos sobre un total de 14 millones 856 mil sufragios. Su ventaja fue apenas superior al 1 por ciento.

Henrique Capriles ha puesto contra las cuerdas al chavismo. Su triunfo es moral, dada la desigualdad de la contienda, y ya tuvo repercusiones internacionales. Estados Unidos ha condicionado el reconocimiento de Nicolás Maduro a que se efectúe el recuento de votos.

Capriles ha denunciado el desalojo de los representantes de la oposición -en algunos casos a punta de pistola- de 300 centros electorales, donde votaron 700 mil personas, y ha referido, también, anomalías estadísticas -como el hecho de que en algunos centros se registró mayor votación por Maduro que por Chávez en 2012.



A pesar de esas irregularidades, no es ni remotamente probable que la autoridad electoral acepte el recuento ni que recule en el reconocimiento de la victoria de Maduro. Sin embargo, cabe apuntar que un resultado tan apretado expresa, por sí sólo, que el gobierno no controla a voluntad las elecciones, porque si así fuera Ma- duro habría obtenido una diferencia mayor e incuestionable.

Para Capriles se abre una disyuntiva muy simple: o continúa con las protestas y desconoce al nuevo gobierno o se sienta a negociar las condiciones para que los procesos electorales futuros sean más equitativos y transparentes.

Ante semejante dilema, la experiencia mexicana debería servirle para tomar la decisión correcta. En 1988 el PAN aprovechó la crisis electoral para negociar cambios fundamentales que cimentaron nuevas instituciones y permitieron la alternancia en la Presidencia en 2000.

El PRD, en cambio, se mantuvo al margen de las negociaciones y se transformó en la tercera fuerza. En 2006 López Obrador optó por un camino similar. Pero es un hecho que si hubiera utilizado su capital político para negociar una agenda, su victoria se podría haber dado por descontada seis años después.

El peor error que podría cometer Henrique Capriles sería no reconocer que el chavismo está en fase terminal. El socialismo bolivariano se podía definir por tres características: era el gobierno de un solo hombre; Hugo Chávez gozaba de un carisma indiscutible; contaba con los enormes recursos del petróleo.

Hoy no existe ninguna de esas condiciones. Y aunque era difícil predecir la pírrica victoria de Maduro del pasado 14 de abril, sí se podía advertir que el chavismo enfrentaba y enfrenta el colapso de la única columna que lo sostenía: el Comandante Presidente.

Por eso, sí se podía anticipar que el chavismo estaba condenado a desaparecer tarde o temprano. Lo que ha sorprendido es que el proceso de descomposición se haya adelantado y acelerado. Pero ese hecho es consecuencia de la naturaleza misma de todo régimen caudillista.

Porque en Venezuela no mandaba ni el Ejército ni el Partido Socialista Unido ni una élite; el ejercicio del poder era competencia exclusiva de Hugo Chávez.

De lo que derivaron dos consecuencias fundamentales: nadie podía brillar ni robarle cámara al Comandante Presidente. Los más cercanos eran los más leales, pero al mismo tiempo los más serviles y mediocres.

Segundo, ante la proximidad de la muerte, la elección del sucesor fue una facultad absoluta del Comandante Presidente, que optó por Maduro y lo ungió como el único heredero legítimo.

La mediocridad de Nicolás Maduro y su falta, ya no digo de carisma, sino de simpatía están fuera de discusión y son parte de las razones que explican un resultado electoral tan cerrado.

Si bien, hay que agregar que en todo el entorno de Chávez, por las razones arriba descritas, no había un solo personaje que pudiera ocupar su lugar. A final de cuentas, ese es siempre el punto más débil de los regímenes caudillistas.

Las contradicciones, y la debilidad con la que Maduro asume la Presidencia de la República, devorarán al chavismo más rápido de lo esperado. Las primeras reacciones, ante el fracaso electoral, del presidente del Parlamento, Diosdado Cabello, lo prefiguran claramente. La rivalidad, los ajustes de cuentas y la lucha por el poder se han desatado y no será Maduro quien pueda controlar la situación.

Y por si todo lo anterior fuera poco, la resaca económica del chavismo incrementará el malestar de amplios sectores de la población, incluidos los fieles del Comandante Presidente, contra el nuevo gobierno. Porque la espiral inflacionaria y devaluatoria, que ya está en marcha, golpeará indiscriminadamente a toda la población.

Henrique Capriles tiene, en consecuencia, la mesa puesta. Todo depende de que sepa valorar la situación y sea capaz de ir construyendo una salida pacífica y ordenada a la descomposición del chavismo.

Con ese objetivo debe armarse de prudencia y aparecer como el hombre de la reconciliación y el futuro. Ese giro en el discurso golpearía, por lo demás, la retórica del chavismo, centrada en la polarización y el enfrentamiento, y sería un buen antídoto contra todo intento de endurecimiento del gobierno.

Por último, para la parte sensata de la izquierda mexicana, la experiencia del socialismo bolivariano y su descomposición deberían ser un motivo de reflexión: el estatismo autoritario, con tintes mesiánicos, no es ni será jamás una alternativa para México.

Los perredistas nunca necesitaron un Hugo y aún pueden ampararse contra el tal Andrés. El futuro corre por otra senda. Y si albergan alguna duda, que le pregunten al pajarito.

Leído en http://noticias.terra.com.mx/mexico/politica/jaime-sanchez-susarrey-hugo-andres-y-el-pajarito,e13072dd0c72e310VgnVCM4000009bcceb0aRCRD.html




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