Después de más de tres semanas de tumbos y empaparlo una crítica que lo había dejado seco durante cuatro meses, el presidente Enrique Peña Nieto recuperó esta semana la iniciativa. Autorizó una operación política y policial para recuperar Michoacán, que había perdido la mitad de su territorio ante maestros, guerrilla y narcotráfico, ordenó un plan de estímulos al comercio para frenar la carestía de los productos de la canasta básica, y comenzó a sacudirse los lastres políticos, con el cese del procurador federal del Consumidor, Humberto Benítez Treviño, ante la pérdida de legitimad por un abuso de autoridad de sus subalternos. Entre tanto ruido no se apreció el golpe de timón que le dio a un navío que hacía agua.
Peña Nieto había ido navegando sobre mares tranquilos, libres de tempestades, cuando la revelación de que funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Social planeaban con funcionarios de Veracruz el desvío de fondos públicos para fines electorales, le encontró un punto débil, la falta aún de empaque para administrar a bote pronto una crisis. No reaccionó bien ante el escándalo desatado cuando en Chiapas, el 20 de abril, dijo: “No te preocupes (Rosario Robles), hay que aguantar porque han empezado las críticas. Han empezado las descalificaciones de aquellos a quienes ocupa y preocupa la política y las elecciones. Pero nosotros, en este gobierno, tenemos claro un objetivo claro que es acabar con el hambre”.
En 44 palabras, Peña Nieto crucificó a su secretaria de Desarrollo Social. El líder del PAN, Gustavo Madero, quien hizo la denuncia, le replicó al Presidente que no era una crítica sino una denuncia. La exhibición política y semántica que hizo Madero del Presidente fue acompañada con el retiro temporal del PAN del Pacto por México, en el cual lo acompañó el PRD. El nuevo gobierno tuvo no sólo su primera crisis política, sino que amenazó con vaciar de discurso y contenido al presidente Peña Nieto, y puso en riesgo la olla donde se cocinan las reformas estructurales que prometió y sobre las cuales el mundo lo colmó de elogios.
La reacción políticamente correcta en Zinacatán era un discurso enérgico donde le pedía a la secretaria que investigara y sancionara a los responsables. Hizo lo contrario. La solapó en un arranque de cariño personal pero de insensibilidad política. Robles, de cualquier forma, hizo lo que debía y cesó a los funcionarios en Veracruz, pero no pudo quitarse el puñal que el Presidente, sin darse cuenta, le clavó en la espalda. Para salvar al Pacto, Peña Nieto y los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y de Hacienda, Luis Videgaray, persuadieron a Madero y al líder del PRD, Jesús Zambrano para sentarse nuevamente en la mesa, con la promesa de blindar aún más los procesos electorales.
Peña Nieto había perdido el teflón. Robles recibió una paliza mediática generalizada que aguantó estoicamente, tras la orden de la Presidencia que se callara y, ahora sí, aguantara. Días después, la hija de Benítez Treviño y altos funcionarios de Profeco, incurrieron en un abuso de autoridad, con lo cual la prensa, con una ferocidad inusitada para el tipo de arbitrariedad, le dispararon con el calibre más alto al procurador Benítez Treviño. Los dos funcionarios son muy cercanos al Presidente, por lo que la pregunta de si en realidad la crítica era para ellos o para Peña Nieto, tomó carta de identidad en la opinión pública. El Presidente tuvo un mes, más propio de quinto año de gobierno que de 180 días de administración. Se evaporó el impacto de la captura de la maestra Elba Esther Gordillo, porque los maestros disidentes le incendiaron Guerrero y Michoacán y le pararon la Reforma Educativa. El de la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con discursos muy laudatorios de Peña Nieto, fue efímero ante la guerra de cárteles en Michoacán.
El empujón contra el Presidente fue la economía. Todos los indicadores industriales se cayeron, mientras que los precios de la canasta básica se incrementaron hasta en un 400%. El crecimiento en el primer trimestre fue de 1%, a la vez que el peso sobrevaluado golpeó a las exportaciones y dañó aún más a las manufacturas. Las tres crisis se venían conformando en una tormenta perfecta: la política, la social y la económica. El avanzar simultáneamente iba a provocar, si no el colapso del gobierno, una derrota muy prematura ante la realidad descomposición acelerada por un discurso fallido.
Pero esta semana, Peña Nieto sacó la cabeza. Aceptó la condición del PRD para incorporar a los maestros disidentes a la mesa del Pacto por México, y al PAN le entregó una concesión política un poco absurda pero exigida: cumplir la ley, como está escrita en la ley. Es decir, comprometerse a cumplir con lo que ya es ley. ¿Pero qué importa la galimatías si con ello se salva el Pacto por México y con ello la Presidencia de Peña Nieto? En el fondo esto es lo que se puso en juego.
El gobierno de Peña Nieto no tiene más ruta de navegación que lo que se acordó con el Pacto, que es un instrumento donde se deciden cuáles son las reformas que vienen y se envían a las cámaras pre-aprobadas. Sin el Pacto perdía el rumbo el Presidente y su gobierno se desdibujaría. Sólo tiene un año real para hacer las reformas de fondo que prometió, y sobre las cuales quiere reconstruir económica y políticamente el país. Sin él sería un Presidente más que prometió y no cumplió. ¿Cuánto le ha costado mantener vivo el Pacto por México? No se sabe aún, pero si tiene éxito, toda la crítica actual pasará como un pie de página en la historia, y los costos que hoy pagó, se convertirán en los beneficios que sueña cambiarán el rumbo del país.
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