El año pasado muchos nos preguntábamos si el triunfo del PRI significaría una restauración del viejo régimen autoritario. El peligro era evidente, pero al mismo tiempo parecía imposible una restauración completa a escala nacional del antiguo régimen. El contexto social no facilitaba un retorno al pasado. La sociedad civil que se consolidó durante la transición democrática frenaba un retroceso político significativo. Pero la amenaza estaba en el aire. Presenté estas y otras reflexiones en mi libro La sombra del futuro (FCE), publicado antes de las elecciones presidenciales.
Sigo pensando que hoy, después de ocho meses de gobierno del PRI, la pregunta es pertinente: ¿estamos ante una restauración?
Es claro que una parte de la antigua clase política, junto con sus fieles discípulos, ha retornado al gobierno y ha reciclado los usos y costumbres del viejo PRI. Uno de los actos aparentemente más sorprendentes y escandalosos del gobierno de Peña Nieto, la aprehensión de la maestra Elba Esther Gordillo, tiene un aire inconfundible de déj vu. Esta película ya la hemos visto, con sus típicos ajustes de cuentas contra políticos incómodos, pero que no afectan la operación corrupta de la poderosa burocracia sindical de la que surgieron. Sin embargo, la clase política recibió un mensaje amenazador y los ciudadanos contemplaron el espectáculo de un sacrificio ritual que anunciaba la llegada de un ciclo diferente.
Por la manera en que el presidente Peña Nieto ganó las elecciones, pareciera que su gobierno no sufre de un déficit de legitimidad. Pero no es seguro que el triunfo electoral sea suficiente para sostener una consistente y continuada legitimidad. Por este motivo el gobierno ha decidido acorazar sus acciones políticas con un discurso diferente. Ahora se habla de una "nueva narrativa" que trata de evadir los temas vinculados a la violencia, el narcotráfico y las elevadas tasas de homicidio. Cuando el PRI estaba en la oposición, denunciaba implacablemente la violencia imperante. Ahora quiere acallarla y prefiere maquillar o manipular las estadísticas para pintar un panorama menos tétrico.
En realidad, no parece haber muchas novedades en la lucha contra el narcotráfico. Se dice que detrás de la nueva narrativa se alienta discretamente a los grupos de narcotraficantes a que lleguen a acuerdos, auspiciando así un cierto equilibrio que reduciría la violencia homicida entre mafias y cárteles. Es imposible comprobar que algo similar ocurre, lo que sería como regresar al status quo de hace 10 o 15 años. Además, es dudoso que un intento de esta naturaleza pueda tener éxito hoy en día. Lo que sí puede observarse es un poderoso esfuerzo centralizador en todos los niveles del gobierno, y que es especialmente evidente en la política interior. La Secretaría de Gobernación ha vuelto a ser un poderoso órgano de control. No solamente ha unificado bajo su mando las funciones de seguridad interna, sino que además vigila las actividades de los barones del PRI -sus gobernadores- en un intento de evitar conflictos y fracturas. Las elecciones del pasado 7 de julio pusieron a prueba con éxito la nueva centralización.
La gran novedad política ha sido el Pacto por México, que fue ideado en los espacios de la izquierda reformista del PRD, acogido con gusto por el PAN y aceptado con entusiasmo por la nomenclatura tecnocrática del gobierno, que es acaso el sector más inteligente del entorno de Peña Nieto. La izquierda conservadora, encabezada por López Obrador y apoyada por Marcelo Ebrard, se ha opuesto al Pacto y se prepara para movilizarse contra él cuando se aborde el tema de la reforma energética. Este pacto ha sido el movimiento más audaz, aunque peligroso, realizado por la izquierda reformista. El problema ahora es ver si logra superar la inevitable erosión del Pacto y obtener de allí un nuevo aliento.
En La sombra del futuro, señalé la presencia de grandes fracturas en el terreno político: se han ahondado visiblemente y ahora la derecha panista está dividida fuertemente y el grupo de López Obrador abandonó el PRD para formar un nuevo partido. Señalé que la cultura política estaba sumida en la incongruencia, con la presión de posiciones muy encontradas ante la democracia: para unos todavía no llega, para otros llegó con la transición del 2000 y para otros más nunca dejó de estar presente gracias a los gobiernos "revolucionarios". Esta confusión sigue imperando y ha sido amplificada por la expansión de una intelectualidad opinadora y crítica. Señalé también que el antiguo régimen estaba vivo en el parque jurásico donde medran muchos gobiernos estatales que no fueron tocados por la transición. Este fenómeno es hoy más evidente que antes.
Pero no creo que las tendencias restauradoras logren resucitar los viejos mecanismos autoritarios a escala nacional, aunque hay fuerzas políticas que siguen impulsando el retorno del antiguo régimen. No creo que alcancen su objetivo. ¿O sí?
Fuente: Reforma
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