lunes, 12 de agosto de 2013

Denise Dresser - Declarados culpables

Hace un par de años, dos abogados con cámara – Roberto Hernández y Layda Negrete – retrataron la podredumbre de los policías, la incompetencia de los ministerios públicos, la sinrazón de los jueces, y la arbitrariedad del arresto en el multipremiado documental “Presunto Culpable”. Evidenciaron que en México se aprehende sin pruebas y se juzga sin testigos. En México se condena aunque existan dudas razonables sobre la culpabilidad y razones para cuestionarla. En México una persona inocente se ve obligada a demostrar que lo es.

Cómo olvidar las frases que película nos mostró: “Fuiste tú”. “No te hagas pendejo”. “No te explico nada cabrón”. “Ya te agarré; ya te chingaste”. Palabras rutinarias que pronuncia cualquier policía judicial a la hora de arrestar a cualquier mexicano común y corriente. Palabras que corren en contra de ese principio fundamental del Estado de derecho que es la presunción de inocencia. Palabras que revelan un sistema policial y penal dedicado a encarcelar inocentes, fabricar culpables, maquilar injusticias.




Como le ocurrió a José Antonio Zúñiga Rodríguez en el 2005. Acusado de homicidio calificado. Arrestado a pesar de que había testigos que lo situaban en otro lugar en el momento de los hechos. Condenado a 20 años de cárcel en el Reclusorio Oriente, a pesar de que la prueba realizada para ver si había disparado un arma había resultado negativa. Encontrado culpable en un proceso repleto de irregularidades, incluyendo la falsa cédula profesional de su abogado defensor. Encerrado en una celda con otros 20 reos, rodeado de cucarachas, durmiendo en el piso de concreto, muerto de frío, de miedo, de incertidumbre. Víctima de un sistema legal en el cual 93 por ciento de los presos nunca vieron una orden de aprehensión. Víctima de un sistema cárcelario donde languidecen millones de mexicanos cuyos derechos han sido atropellados, porque ni siquiera saben que los tienen.

“En la cárcel eres nadie”, nos dijo José Antonio Zúñiga, a través de la cámara. Pero se volvió un hombre de carne y hueso para dos valientes abogados que creyeron en su inocencia y estuvieron dispuestos a luchar para comprobarla. En la pantalla plasmaron escenas que 3 millones de mexicanos vieron en cines a lo largo del país; narraron una historia que debió haber producido cambios profundos en el sistema judicial; mostraron una proceso podrido que debió haber sido modificado desde entonces. Torceduras trágicas como el testimonio acusatorio del único testigo quien aceptó -- en la reposición del procedimiento que los abogados logran conseguir -- que no vio el disparo. Entrevistas enervantes como aquella en la cual el testigo admitió que no sabía el nombre del acusado y sólo lo dio después de que le fue proporcionado por policías. Escenas kafkianas que captaron a esos mismos policías judiciales responsables de la detención mintiendo, rehuyendo, manipulando, diciendo que no recordaban el arresto. Y finalmente la voz de un policía anónimo reconociendoque a los “delincuentes” con frecuencia les inventan “delitos”.

Y de allí surgieron preguntas que debieron haber sido contestadas pero siguen allí, sin respuesta. ¿Por qué la policía no investiga como debería? ¿Cómo es que la policía puede inventar pruebas o desconocerlas o borrarlas? ¿Por qué nadie puede cuestionar el expediente después de que ha sido integrado por la procuraduría? ¿Cómo hemos permitido el surgimiento de un sistema en el cual una persona puede ser declarada culpable con base en la integración de un expediente, y sin haber visto jamás a un juez? ¿Por qué es posible detener a alguien sin pruebas, sin huellas, sin evidencia? ¿Cómo es que la presunción de inocencia ha sido remplazada por la presunción de culpabilidad? Y precisamente por ello, 95 por ciento de las sentencias emitidas por los jueces – que nunca vieron o escucharon al acusado – son condenatorias. Por ello, 92 por ciento de las condenas en México no están basadas en evidencia física.

O intentan castigar a quienes ponen el dedo sobre la llaga, como le está ocurriendo ahora a los creadores de “Presunto Culpable”. Envueltos en múltiples litigios donde está en duda la imparcialidad de la juez, donde no se permite a los medios el acceso a las audiencias, donde no hay documentos fidedignos que reflejen lo que ocurre dentro de ellas, donde Roberto Hernández y Layda Negrete están siendo sometidos al acoso judicial para que nadie – en el futuro --tenga el valor de mostrar lo que ocurre en los juicios, donde a’priori ya han sido declarados culpables por el mismo tribunal que retrataron críticamente en el documental. Y mientras tanto, poco ha cambiado desde que “Presunto Culpable” incendió la pantalla. Para cientos de miles de mexicanos detenidos, los principios fundamentales del debido proceso y la presunción de inocencia no se aplican. La encarcelación se convierte en un castigo aún antes de la convicción. El juez en la mayor parte de las veces no está presente en el juicio, y ese juicio no es oral. El mito del presunto inocente es remplazado por la realidad del declarado culpable.


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