Ha llegado la hora. Desde antes de su campaña presidencial, Enrique Peña Nieto hablaba de la necesidad de ampliar la capacidad de Pemex con la participación del sector privado. Y recalcaba que México no puede “aferrarse a resistencias de carácter ideológico” para retrasar la modernización del sector energético.
Eso piensa, eso cree. Sabe que hoy tiene los votos para la anhelada reforma. Con el PAN y el Verde, el PRI suma alrededor de 75 por ciento en el Senado y la Cámara de Diputados. La mesa está servida. Es cuestión que el Presidente, sus asesores y su partido avancen.
Seductora debe ser, también, la opción de sacar una reforma de amplio consenso, de subir al barco a una parte sustantiva del PRD. Pero ello podría sosegar una “reforma de gran calado” para obtener algo que no pasaría de ser una, nada desdeñable por cierto, reforma administrativa de Pemex. Con el riesgo adicional de enfriar el entusiasmo de un PAN unido en el objetivo de la transformación energética de fondo.
¿Qué quiere el presidente Peña Nieto? ¿Reconocimiento incontrovertible por una reforma titánica? ¿Acreditar que supo sacar a México del estancamiento, el aislamiento y la frustración? ¿Dinero urgente para las afligidas finanzas públicas, para cumplir las responsabilidades sociales? ¿O mantener, cueste lo que cueste, el acuerdo tripartita que le ha dado navegación a la política nacional?
Decida lo que decida, el único lujo que no puede darse es perder. Dejar la impresión de que, en las de a de veras, será el cuarto Presidente en fila que se plantea hacer todo y hace muy poco.
Ha llegado la hora.
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