01/07/2013
Alejandro Hope ( Ver todos sus artículos )
Felipe Calderón es hombre de detalles. De obsesiones, dirían sus críticos. Como presidente, podía disertar al vuelo, sin notas, sobre las bandas criminales, su genealogía, su estructura. Tenía en las yemas de los dedos los datos, las cifras oscuras, el número de policías que no habían aprobado el control de confianza en Tamaulipas, el promedio de homicidios en Juárez en las últimas cuatro semanas. Poseía un asombroso mapa mental de la ruta de la sangre y la geografía de las reformas institucionales. Su gusto por las minucias de la guerra se desplegaba en cada discurso y cada conversación.
Enrique Peña Nieto es hombre de conceptos. De lugares comunes, dirían sus detractores. Sus afirmaciones sobre seguridad se ubican en la estratósfera, lejos de las definiciones concretas. El tema no le encandila y tal vez le aburra. Parece acomodarle más la frase hecha que el dato puntual, más los compromisos genéricos que las estrategias detalladas. La intensidad de Calderón ha sido sustituida por una parsimonia que quiere cambiar de tema.
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