Giovanni Papini 1881 - 1956 |
Filomanía
París, 22 diciembre
Esta noche, en la «Coupole», me han hecho conocer a un tal Rabah Tehom, venido a París para iniciar, según dice, la revolución antifilosófica. En nuestro velador, donde se hallaban reunidos dos rumanos, un senegalés, un peruano y un sueco, el pequeño Rabah Tehom, gnomo de Oriente, vestido de color naranja, eructaba en pésimo francés sus palabras.
El color de su cara, bajo la luz deslumbrante, luchaba entre el violeta extinto y el verde marchito. Le falta un brazo: dice que lo ha perdido en una batalla, pero no se sabe en qué guerra. En torno de los cabellos untados llevaba una corona de laurel de papel dorado. Ningún licor le daba miedo.
-¿Qué es lo que habéis ganado -graznaba Rabah Tehom, alzando el único brazo hacia los lampadarios- siguiendo la razón y adoptando la inteligencia?
»La verdad no se ha alcanzado, el hombre es cada vez más infeliz y la filosofía, que debía ser, según los antiguos farsantes griegos, la corona de la sabiduría, se retuerce entre las contradicciones o confiesa su impotencia. Los dos malhechores fueron castigados desde el principio -Sócrates con el veneno, Platón con la esclavitud-, pero no fue suficiente. Ésos han envenenado y aprisionado ochenta generaciones con su enseñanza pestilencial. El monstruoso Sócrates se ha vengado de la cicuta ateniense intoxicando a los pasivos europeos, durante veinticuatro siglos, con su dialéctica. Los resultados están a la vista. El ejercicio testarudo y estéril de la razón ha llevado al escepticismo, al nihilismo, al aburrimiento, a la desesperación. Las pocas verdades entrevistas con aquel método han conducido al terror. En la Edad Moderna, los filósofos más lúcidos se han refugiado finalmente en la locura: Rousseau, Comte y Nietzsche han muerto locos. Y sólo gracias a esta fortuna han podido renovar el pensamiento occidental con ideas más fecundas y temerarias.
»Aquí está el secreto. Si la inteligencia lleva a la duda o a la falsedad es de presumir que la insensatez, por idéntica ley, conduzca a la certidumbre y a la luz. Si el demasiado razonar lleva no a la conquista de la verdad, sino a la locura, está claro que es preciso partir de la locura para llegar a la racionalidad superior que resolverá los enigmas del mundo. »A la Filosofía -amor a la sabiduría- es preciso la sustituya la Filomanía, el amor a la locura. Pero la locura no se enseña como se puede enseñar la lógica y la ciencia del método. Es necesario deshabituar a los cerebros humanos de las prácticas nefastas del viejo racionalismo. No basta abolir el culto desastroso de la inteligencia; es preciso extirpar de nuestras mentes los tumores del intelectualismo, digamos más bien, si ustedes quieren, la claridad, el buen sentido, la maña inductiva, el intelecto. Quien quiera ascender al cielo superior de la revelación interna y universal, debe ante todo volverse loco. El sabio no podrá entrar jamás en el paraíso de la verdad; veinticinco siglos de experiencia contra natura lo demuestran de un modo irrefutable.
»Tomando el camino al revés, adoptando audazmente el delirio como punto de partida. podremos, tal vez, aferrar aquello que no pudo ser aferrado por ninguna clase de razonamientos. La Filomanía, sin embargo, no puede ser difundida por medio de libros, como la fracasada Filosofía. Es preciso extraer la inteligencia a los más aptos; educar, fuera de los sistemas normales, a los futuros creadores de la Filomanía. No nos podemos servir de los locos en el estado natural, en el que les quedan demasiados rastros de la enseñanza racionalista y del antiguo pensamiento. Estoy recorriendo Europa para recoger dinero que me permita fundar el primer «Instituto de Demencia Voluntaria», del cual deberán salir los pioneros de la Filomanía. Los programas están dispuestos y yo me comprometo, en tres años, a transformar el animal más racional, apestado de lógica, en un loco milagroso, profético y demiúrgico. En tres generaciones, la Filomanía florecerá sobre la Tierra, iniciando una civilización nueva que responderá a las exigencias milenarias del espíritu humano y dará a todos la paz en la suprema certidumbre.
Rabah Tehom se reajustó la corona de papel que se le había caído casi encima de los ojos, se secó la frente, bebióse el whisky que uno de los rumanos se había hecho traer e interrogó con la mirada a sus oyentes silenciosos. Apiadándome de su melancólica chifladura, saqué del bolsillo un billete de cien francos y lo entregué al apóstol de la Filomanía.
-Aquí está -le dije- mi donativo para la Escuela de la Demencia Voluntaria. Es poco, pero creo que una escuela semejante debe ser mucho menos necesaria hoy de lo que le parece.
Rabah Tehom movió la cabeza con aire de conmiseración.
- ¡Todos podridos por la inteligencia! -murmuro-. Viene el médico y le contestan con una limosna.
Pero, a pesar de su visible mal humor, metió con cuidado los cien francos en su cartera sin darme las gracias y se puso en pie. Se quitó la corona dorada de la cabeza, se la metió en el bolsillo y, después de haber hecho una inclinación muy cumplida. salió de la «Coupole», orgulloso y solemne como un profeta enviado al destierro.
Tomado de Gog
Siempre hay un poco de razón en la locura, no son excluyentes.
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