martes, 8 de octubre de 2013

Cuento Chino - Xia Wudong, el hijo del pescador



 Xia Wudong, el hijo del pescador

Tiempo atrás había un hombre que había perdido a su esposa hacía mucho tiempo y sólo tenía un hijo llamado Xia Wudong. Padre e hijo eran muy pobres y vivían de la pesca.

Un día que estaban a la orilla del río pescando, apenas extendieron la red atraparon una carpa muy grande. Padre e hijo se pusieron muy contentos, pero por más fuerza que hacían no conseguían levantar la red.

¿Qué hacer? No les quedaba otro remedio que cortar el pez en varios pedazos para sacarlo del agua. Así lo pensó el hombre y le ordenó al joven:

- ¡Xia Wudong, ve a casa a traer el hacha!

El muchacho corrió hasta su casa y buscó por aquí y por allá y por acullá pero no la encontró. Entonces volvió a la orilla del río con las manos vacías.

- Busqué por todos lados pero no la encontré, no sé dónde has puesto ese hacha.

- ¡Niño tonto, ni siquiera eres capaz de encontrar un hacha! – rezongó el padre enojado - ¡Ven! Sostén fuerte esta red, no dejes que la carpa se escape! – Y diciendo esto le pasó al muchacho la red mientras él mismo iba a la casa en busca del hacha.





En ese mismo momento el pez habló.

- Buen niño, ¡sálvame, te lo ruego! – imploró –. Yo también tengo hijos. Si me sueltas yo y mis hijos te quedaremos muy agradecidos y de ahora en adelante te ayudaremos cuando estés en dificultades.

¡Es cierto! ¡El también es un ser vivo, hay que soltarlo! ¿Pero cómo me las arreglo con mi padre? Xia Wudong se encontraba en una encrucijada mientras reflexionaba rápidamente.

- ¿Por qué estás tan preocupado? – le preguntó la carpa.

- Yo quisiera soltarte, pero mi padre tiene un carácter muy malo y le tengo mucho miedo: si no te suelto, me dará mucha lástima cuando te vea cortado. Estoy en un apuro, no sé qué hacer.

- Entonces espera que venga tu padre y yo empezaré a saltar en la red. Tú simularás no poder sostenerla y me soltarás. Si tu padre te pega, te tiras al río y yo te salvaré.

El viejo volvió corriendo con el hacha y la carpa comenzó a saltar en la red de aquí para allá. Xia Wudong simuló vacilar y no poder sostenerla, gritando muy fuerte:

- ¡Papá! ¡Ven rápido, no la puedo aguantar!... – Y mientras gritaba iba soltando la malla hasta que la gran carpa se sumergió.

El viejo, que había sido pescador toda su vida, nunca había capturado una carpa tan grande; al ver con sus propios ojos que su hijo la dejaba ir se enfureció y se vino corriendo con el hacha en alto. Xia Wudong sintió mucho miedo y enseguida se tiró al río.

Tan pronto la carpa vio al niño en el agua, se lo tragó y lo llevó en su estómago hasta el sitio más profundo.

Siete días se quedó el niño en el estómago de la carpa hasta que terminó por implorarle:

- Quiero ir a vivir con los demás seres humanos.

- Tú me salvaste, he jurado que en cualquier momento que tengas alguna desgracia, yo te salvaré con que sólo vengas aquí.

Y dicho esto la carpa sacó la cabeza a la superficie, aspiró una bocanada de aire y en menos de lo que canta un gallo Xia Wudong se encontró de pie en la orilla. Miró para todos lados, por doquier se extendía el desierto de Gobi. “Caminaré siguiendo la orilla – pensó –, de todos modos llegaré a algún sitio habitado”. Entonces caminó un día entero, atravesó un gran desierto y por fin llegó a un desfiladero de piedras. Bajo el desfiladero se veía una fuente de agua cristalina donde ésta corría armoniosamente, con matas y césped verdosos aflorando a su alrededor, variadísimas flores silvestres de todos los colores y pajaritos que entonaban canciones armoniosas.

Xia Wudong contemplaba el hermoso paisaje y pensaba: “¿Por qué no me quedo aquí a descansar?” No demoró en acostarse sobre la blandura del césped y se quedó dormido. Luego de dormitar un rato, comenzó a pensar por qué lado seguir andando cuando se escuchó un ruido. Cuando levantó la cabeza vio sobre la roca dos pequeñas águilas reales, que con los ojos brillantes miraban hacia abajo graznando lastimosamente. Luego miró hacia el suelo y descubrió una gran boa que salía de su cueva para reptar hacia los aguiluchos. El muchacho se puso de pie inmediatamente y con mucha agilidad dio la vuelta hasta un lado de la roca, levantó una gran piedra y se la tiró a la boa, que quedó con la cabeza aplastada, inmóvil.

Los aguiluchos se pusieron muy contentos al ver que el muchacho había matado a la boa que intentaba hacerles daño. - Quienquiera que haya matado a la víbora obtendrá nuestro reconocimiento – dijeron.

Xia Wudong escuchó esas palabras y se acercó hasta el nido. Los aguiluchos le acariciaron las mejillas y la frente con sus alas y hablaron agradecidos: - Si no hubiera sido por ti la boa nos hubiera comido. Vamos a contarles a nuestros padres lo que has hecho, para que ellos puedan agradecértelo. Pero si tú te quedas parado aquí, cuando los mayores lleguen te harán daño, pues no saben que eres una buena persona. Ahora deben regresar, escóndete bajo nuestras alas –. Diciendo y haciendo lo cubrieron enseguida con las alas.

Al ratito, el cielo se volvió nublado y empezó a soplar un fuerte viento que doblaba los arbustos contra el suelo. La arena lo cubrió todo. Entonces dos águilas de considerable tamaño emergieron de entre siete capas de nubes, dieron tres vueltas sobre el desfiladero y bajaron en picada, dejando delante de los aguiluchos un gran erizo que habían atrapado. Normalmente los pequeños se hubieran abalanzado a cogerlo, pero hoy ni siquiera se movieron; se quedaron mirando fijamente a sus padres. Las águilas se extrañaron mucho y preguntaron: - ¿Qué les pasa que no comen carne y se quedan mirándonos?

- Si uno se encuentra con una buena persona, ¿Hay que tratarla bien o mal? – preguntaron al unísono.

- Por supuesto que bien.

- Hoy, alguien mató a la gran boa y nos salvó la vida – dijeron en tanto que le mostraban a su padre el cadáver del ofidio.

- Y ¿dónde está esa persona ahora?

- Aquí está – dijo uno de los aguiluchos levantando sus alas y dejando al descubierto a Xia Wudong.

Las águilas miraron respetuosamente al muchacho y le expresaron:

-Hace muchos años que no podemos criar otro aguilucho porque cada vez que nacía uno la boa se lo comía. Ahora, tú has eliminado esa calamidad.

Las águilas acariciaron con sus alas el rostro de Xia y continuaron:

- Queremos agradecerte tu bondad. Si deseas alguna cosa nosotros te ayudaremos a alcanzar tu objetivo.

- Muchas gracias, pero en este momento no necesito nada.

Entonces, una de las águilas se arrancó de su ala derecha una pluma y se la entregó al joven:

- Pues, de ahora en adelante, cuando tengas alguna dificultad quema esta pluma. Sin importarnos el lugar dónde estés, nosotros acudiremos a ayudarte.

Xia Wudong recogió la pluma y se disponía a partir cuando el águila le gritó: “¡Móntate en mi espalda!” Y de esta forma lo llevó como un rayo hasta la llanura.

Xia Wudong siguió su camino. Un día entero lo pasó marchando hasta llegar a los pies de una montaña, justo cuando un cazador apuntaba su fusil hacia un zorro que se encontraba un poco más adelante. El animal, nervioso, no tenía escapatoria. “El zorro también debe tener hijos. ¡Qué tristes se pondrán ellos si él se muere!” pensó Xia Wudong.

Exactamente en el momento en que el cazador iba a disparar, el muchacho voló como una flecha y lo detuvo diciéndole: - ¡Perdónele la vida! ¿Qué será de sus crías si lo mata? – conmovido, el cazador puso su fusil al hombro, y se fue. El zorro se sintió enormemente agradecido y le dijo a Xia:

- Buen muchacho, nunca olvidaré que me has salvado. Si deseas pedirme algo dímelo, yo te ayudaré en lo que pueda. - En este momento no necesito nada – contestó nuestro protagonista.

- Entonces voy a hacer un juramento. “De hoy en adelante si tú haces fuego en este lugar cuando te encuentres en cualquier tipo de problemas, no importa cuándo ni dónde, y por más lejos que yo me encuentre, vendré corriendo en tu ayuda. El zorro desapareció apenas había terminado de hablar.

Xia Wudong siguió su camino y anduvo otro día más hasta que llegó a una gran ciudad. Mirando a su alrededor pudo notar que una muchedumbre venía caminando en su dirección.

- Abuelo – le preguntó extrañado a un viejito - ¿A dónde va tanta gente?

- ¿No lo sabes, hijo mío? Vamos al campo de ejecuciones.

- ¡Campo de ejecuciones! ¿Qué lugar es ese?

- Es un sitio donde se mata a la gente. Hoy le van a cortar la cabeza a un joven, y nosotros vamos a verlo.

- Y ¿Por qué lo van a decapitar? ¿Qué crimen ha cometido?

- ¡Niño! ¡Cuántas preguntas! Ese joven no ha cometido ningún crimen, ni siquiera ha robado. Simplemente no ha cumplido las condiciones que se le habían requerido para casarse.

- ¿Condiciones para casarse? ¿Acaso hay condiciones para el matrimonio?

He aquí lo que el buen hombre le relató a Xia Wudong.

En aquella ciudad había un rey que tenía una hija muy bonita. La princesa poseía un espejo mágico en el cual se podía reflejar tanto el paraíso como el infierno. Muchos habían ido a pedirla en matrimonio, pero ninguno había tenido éxito, pues la muchacha había impuesto una condición para desposarse: quien quisiera su mano debía esconderse, en el plazo de tres días, en el lugar que creyera más seguro. Al vencer el tiempo la princesa subiría a la parte más alta de su palacio con su espejo y miraría por doquier a través de él. Si en el espejo no se reflejaba la imagen del joven se efectuaría el matrimonio, de lo contrario no sólo no aceptaba casarse sino que ordenaba la muerte del pretendiente. Así habían perdido la vida muchos jóvenes que intentaron la aventura. Esa era la razón por la cual iban a ejecutar al joven en aquel momento.

“Qué condición tan cruel – pensó Xia Wudong – si no se termina con ella muchos jóvenes seguirán camino de la muerte.”

Entonces marchó hasta la puerta del palacio y le habló al guardia:

- He sabido que su excelencia la princesa quiere casarse; por ello vine desde muy lejos a pedirla en matrimonio. Le pido que le transmita mi deseo y que ella tenga la gracia de darme la oportunidad.

- Bien – dijo la princesa al escuchar el informe de su guardia – dile a ese joven que desde ahora empiece a buscar un sitio donde esconderse y que dentro de tres días, a esta misma hora, subiré a lo alto del palacio con mi espejo para buscarlo.

El guardia le transmitió a Xia Wudong lo que había expresado la princesa y éste pensó: “Iré a pedirle a la gran carpa que me ayude”. De esta manera caminó tres días sin parar por la costa hasta que llegó al sitio donde lo había dejado antes el pez. Apenas se tiró al río la carpa salió a protegerlo llevándolo hasta el sitio más profundo al tiempo que le preguntaba: - ¿Qué desgracia te ha sucedido? ¿Para qué necesitas mi ayuda?

- Amigo mío, escóndeme, por favor; si me escondes de tal forma que nadie me halle podré salvar la vida de muchos jóvenes. Si me encuentran, me matarán a mí.

- Bien, bien, amigo, te ayudaré – dijo el pez, abrió la gran boca, metió a Xia Wudong en su estómago y nadó hasta la parte más profunda. Luego ordenó a todos los pececillos que nadaran hasta el curso superior y que revolvieran el barro para lograr que el agua del río quedara turbia. Miles de pececillos se acercaron al curso superior como un enjambre de abejas y revolvieron el barro con sus cabezas y sus colas, dejando el agua cristalina del río tan turbia que ni los rayos del sol podían penetrarla. Cuando se cumplió el plazo la princesa subió a la parte superior del palacio y proyectó su espejo hacia las montañas, la pradera, y el desierto. A través de él observó las siete capas de nubes, pero no ubicó a Xia Wudong. Sin embargo, al enfocar hacia el río divisó inmediatamente y con mucha claridad a su pretendiente. Así, vio a los numerosos pececillos que revolvían el agua en el curso superior y en la parte más profunda a una gran carpa, en cuyo estómago dormía el joven.

- ¡Lo encontré! – exclamó, y acto seguido ordenó a sus ministros:

- Caminen tres días en esa dirección. El joven está escondido en el estómago de una gran carpa que se encuentra en el lecho del curso inferior del río. Pero les va a ser difícil encontrarlo, porque el agua está turbia. Es necesario que vayan primero al curso superior y espanten a los peces pequeños. Una vez que el agua esté clara podrán encontrar a la carpa. ¡Vayan! ¡Tráiganmelo!

Los ministros se hicieron acompañar con muchos soldados y caminaron tres días hasta que llegaron a la parte indicada del río. Siguiendo las instrucciones de la princesa primero espantaron a los pececillos y una vez que el agua se puso clara se dirigieron al curso inferior donde efectivamente vieron a la gran carpa. – No se ocupen más de los pescados pequeños, extiendan pronto la red – ordenó uno de los jerarcas.

- ¡Joven! – gritaron al unísono los soldados al tiempo que extendían la red –, nuestra princesa ya te ha encontrado. ¡Sal a cumplir tu promesa!

Xia Wudong se despertó sobresaltado y pensó: “Si los tigres nunca se vuelven atrás, un joven debe cumplir lo que ha prometido” – de modo que le dijo al pez:

- Bueno, iré, envíame por favor a la orilla –. Entonces la carpa sacó la cabeza, Xia llegó enseguida a la costa, los ministros y sus soldados lo agarraron fuertemente y lo llevaron ante la princesa.

Desde que la aristócrata había implantado aquella prueba muchos jóvenes dejaron este mundo. Pero ellos se habían escondido en lugares fáciles de hallar como grutas, o los arenales del desierto de Gobi; ninguno se había ocultado como Xia Wudong en la panza de un pez, hecho que extrañó a todo el mundo. Por ellos, cuando la princesa acababa de dar la orden de ejecución intervino el rey para expresar:

- Un momento, hija mía, no lo mates por el momento. Ya que soy tu padre hazme caso y perdónalo por esta vez, dale otra oportunidad de esconderse.

Para no contrariar a su progenitor la muchacha aceptó la propuesta, advirtiéndole a Xia Wudong: - Por esta vez te perdono la vida, prueba a esconderte otra vez, ¡ve!

“¿Adónde me voy a ocultar?” pensaba Xia y de súbito se acordó de las águilas. Se dirigió apresuradamente hasta el desierto y una vez allí sacó la pluma y la quemó.

Al ratito el cielo se cubrió de nubes, empezó a soplar un gran viento. De pronto todo se puso oscuro. Una gran águila salió de entre las nubes, dio tres vueltas en círculo y se detuvo frente al joven.

- Buen amigo, ¿para qué problema necesitas mi ayuda?


Xia le contó todo del principio al final, pidiéndole:

- Mi buena amiga, te suplico que busques el lugar más adecuado para esconderme.

- Está bien, móntate en mi lomo, ¡pero por nada del mundo vayas a mirar para abajo! De lo contrario podrías marearte y caerte. Xia Wudong obedeció fielmente y pronto estuvieron entre las nubes.

Tres días más tarde la joven dama subió al edificio con su espejo. Lo proyectó por todas partes pero en ninguna aparecía su pretendiente. ¿Dónde se habrá escondido? La princesa pensaba y sin darse cuenta proyectó el espejo hacia el cielo: así lo descubrió al segundo montado en una gran águila entre las nubes.

- Lo encontré – anunció – pero esta vez será más difícil de atrapar que la otra vez. Está montado en un águila que vuela en las alturas. Hasta allí no llegan las balas y sería en vano gritarle. Pero hay una solución: Yo he visto que después de volar durante mucho tiempo el águila siempre baja a aquel estanque a tomar agua. Cuando ellos bajen y estén bebiendo espanten al águila y atrapen al joven.

Los ministros se dirigieron con sus soldados al estanque y se escondieron entre los cañaverales. El águila ya llevaba tres días volando sin parar y realmente tenía la garganta seca. Entonces bajó hasta el estanque mientras Xia Wudong también desmontó de su espalda. Justo cuando estaban por beber el agua los soldados que estaban escondidos gritaron al unísono. El águila se espantó, levantó el vuelo y Xia Wudong no tuvo tiempo de volver a montarse: así fue atrapado y llevado ante la princesa.

Esta vez sí que su escondite había sido inimaginable, por ello no extraña que cuando la princesa ya estaba dando la orden de ejecución, la reina saliera en defensa del joven.

- Este muchacho ha hecho algo muy curioso. Mi buena hija, si me reconoces como madre perdónalo por esta vez. “La tercera es la vencida”, expresa el dicho, bríndale otra oportunidad.

La princesa volvió a aceptar para no entristecer a su madre y le dijo a Xia Wudong:

- Bien, te perdono gracias a mi madre y te permito que vuelvas a esconderte. Sin embargo, recuerda bien que esta será la última vez. Las condiciones son las mismas que las dos anteriores: si te encuentro te mato, de lo contrario me casaré contigo. Xia Wudong tenía bien claro una cosa: si esta vez lo encontraban ya no saldría nadie en su defensa. ¿Qué hacer? Pensando y pensando recordó el juramento del zorro y fue a buscarlo para pedirle ayuda. Caminó hasta que al mediodía siguiente llegó al pie de la montaña donde había salvado al animal de que lo mataran. Entonces se apresuró a recoger unas hierbas que había por allí e hizo una fogata. Poco después de que el humo comenzara a elevarse el zorro vino corriendo tan veloz como el viento. - Mi buen amigo, ¿qué te ha sucedido? ¿Para qué necesitas mi ayuda?

Xia Wudong le contó detalladamente todo lo que ocurría y le pidió al zorro que lo salvara.

Este último contestó sin darle al asunto mayor importancia:

- Eso no es nada del otro mundo, ¿por qué no me viniste a buscar la primera vez? Espera aquí un momento. – Y diciendo esto comenzó a cavar una fosa.

Cuando tuvo lugar el zorro se metió allí y siguió cavando. Xia Wudong se quedó afuera aguardando, esperó y esperó pero el zorro no salía. Así espera que te espera transcurrió el día y el zorro seguía sin salir. Pasó otro día y ya se acercaba la hora decisiva en que la princesa subiría al edificio, mas el zorro no aparecía. ¿Qué hacer?

Nuestro protagonista se retorcía los dedos de la desesperación cuando de pronto el zorro salió del túnel.

- ¡Entra aquí, amigo! He cavado un túnel que llega hasta la parte inferior del palacio de la princesa. El final del túnel está separado de la superficie por una delgada capa de tierra y tiene además, una pequeña abertura por donde entra la luz del sol. Tú espera justamente en ese lugar. Es seguro que la princesa no te encontrará y dirá; “Bueno, cuando vuelva ese joven me casaré con él”. Entonces espera que baje del edificio y cuando pase por el lugar donde está la ranura, tú sacas de golpe la cabeza, subes y tomas a la princesa. ¡Arriba, amigo mío, te deseo éxito! – y diciendo esto el zorro se volvió a la montaña.

Xia Wudong se introdujo apresuradamente en el túnel en tanto la princesa ya había subido a lo alto del palacio.


Esta última cogió su espejo mágico y lo proyectó por todas partes. Miró a través de él las montañas y valles, el desierto de Gobi y la preadera, los ríos, los lagos y las nubes, pero no halló ni la sombra de Xia Wudong. Justamente cuando la princesa recorría con su espejo desde los sitios más lejanos hasta los más cercanos, Xia Wudong se iba aproximando al lugar donde ella estaba. Afortunadamente ella no reparó en la parte de debajo de su palacio y como es lógico no dio con el joven. Al no hallarlo comenzó a descender, descorazonada y triste, hablando para sí misma: “Muchacho, estés donde estés, ven ya, estoy dispuesta a casarme contigo de acuerdo a lo que hemos acordado.” Xia Wudong escuchó esas palabras desde su escondite, por lo que dio un cabezazo en el lugar donde entraba un rayito de luz, con lo cual dejó al descubierto una gran cueva; de un salto salió de allí y tomó a la princesa del brazo.

De esta manera, el rey accedió por fin a casar a su hija con Xia Wudong. Mandó llamar a sus cuarentaiún súbditos, entre ellos hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ordenando la preparación de un fastuoso banquete, para celebrar la noticia. Justamente cuando se estaba llevando a cabo la ceremonia nupcial, Xia Wudong, delante de la familia de la emperatriz y de las concubinas del emperador y los funcionarios civiles y militares de la corte se dirigió respetuosamente a los soberanos:

- Le agradezco mucho a ambos, pero yo soy el hijo de un pescador y no me alegra alcanzar este tipo de felicidad. Todo lo que he hecho ha sido para terminar con esa cruel premisa de matrimonio. – Diciendo esto hizo una reverencia a los reyes, miró fugazmente a la princesa y se retiró del palacio. La gente se quedó estupefacta; la princesa palideció de la furia, tomó en silencio su espejo mágico y ¡plaf! éste cayó al suelo hecho añicos.


Cuento de la nacionalidad ligur




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