Al leer algunas reacciones que suscita la reforma fiscal recordé un viejo episodio. Hace años, en una reunión del Comité Central del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) un compañero, del que omito su nombre porque ya falleció, tomó la palabra en medio de una discusión sobre la que debería ser la línea política del Partido. Esos debates suelen ser alambicados y zigzagueantes, pero en aquel entonces me llamó la atención un dictado que realizó con la mayor fuerza y convicción. Dijo, palabras más palabras menos: "no podemos apoyar lo bueno que hace el gobierno y criticar lo que hace mal, porque eso acabaría por convertirnos en un partido como el Popular Socialista de Lombardo Toledano".
La formulación tiene dos partes. La primera nos deja en una condición de indefensión, porque si no podemos decir que lo que está bien está bien y lo que está mal está mal, las derivaciones lógicas y políticas resultan absurdas. La segunda o el corolario, nadie la deseaba entonces porque en efecto, la cercanía que Lombardo guardó con el PRI en los últimos años, había convertido al PPS en una especie de satélite del tricolor, que lo llevó al extremo de condenar al movimiento estudiantil de 1968 y a prácticamente justificar la represión al mismo. (Hay que abrir un paréntesis: eso de "lo bueno" y "lo malo" en política -ya se sabe- suele ser según del cristal con que se mire, y lo que para uno puede ser bueno para otro puede resultar malo. En fin...). Pero la formulación de que "no hay que apoyar lo bueno y condenar lo malo" siempre me pareció descabellada porque las otras tres posibilidades que lógicamente se abren son, sin duda, peores. Paso a explicarme. O eso creo.
Otra posibilidad es apoyar lo bueno y lo malo. La llamaría la conducta del oficialismo a ultranza (posibilidad 2). Se elogia lo bueno y lo malo, todo en bloque, porque proviene del gobierno, única entidad que sabe lo que necesita la sociedad. Durante décadas, las del sistema de partido "casi único" y la Presidencia todopoderosa, no fueron escasos los que aplaudieron, una y otra vez, todo lo que surgiera del gobierno. Era la fuente de la que emanaban los bienes terrenales y los proyectos luminosos y las rutas a seguir. Ese aplauso, sin embargo, tenía escaso significado, precisamente porque se negaba a reconocer "lo malo", solo estaba capacitado para apreciar -por su lente o su filtro- lo bueno. Sobra quizá decir que todos los gobiernos tienen una cauda de apoyadores que no están dispuestos a reconocer un solo mal "porque eso le hace el juego a la oposición".
La tercera posibilidad se sitúa en el otro extremo. Se trata de combatir lo bueno y lo malo. Es una especie de oposicionismo absoluto, redondo y contundente. Todo lo que surge del gobierno es malo. Dado que en su "esencia" los que gobiernan encarnan a las fuerzas del mal, de sus filas no puede salir sino una espiral de acciones malévolas. Cierto, tratándose de dictaduras quizá sería impertinente estar tratando de discernir los pocos gramos de "lo bueno" en un mar de toneladas de "lo malo", pero en democracia (así sea germinal o contrahecha como la nuestra), esa actitud invariablemente conduce a una especie de enajenación que resulta incapaz de ponderar, evaluar, aquilatar. Sobra quizá decir que todas las oposiciones tienen una cauda de apoyadores que no están dispuestos a reconocer un solo bien "porque eso le hace el juego al gobierno".
Existe incluso la posibilidad de hacer exactamente lo contrario al enunciado inicial. Poner a la lógica de cabeza: condenar "lo bueno" y apoyar "lo malo" (4). Se trataría de una actitud esquizoide pero no imposible. O por lo menos no imposible, lógicamente hablando. Sería una fórmula excéntrica no exenta de una gracia similar a los de los chascarrillos de Groucho Marx.
Por ello, contra lo que entonces decía aquel compañero, lo único ética, lógica y políticamente correcto es apreciar y avalar lo bueno que haga un gobierno y criticar lo malo. No hay de otra. Ya que el resto de las posibilidades llevan o al gobiernismo a ultranza, al oposicionismo por consigna y/o convicción o al desequilibrio mental.
Ahora bien, la lógica simplificada de la política de hoy, que ofrece, alimenta y reproduce alineamientos acríticos, conduce casi de manera inercial a la construcción de dos bloques -gobiernistas y antigobiernistas- que se comportan y se seguirán comportando como los casos 2 y 3. Quizá eso se encuentra en el código genético de la política de masas. Pero el asunto se vuelve más grave cuando esa lógica se instala en los circuitos de la academia o el periodismo. Porque entonces no solo la academia y el periodismo desvirtúan su función buscando sus fuentes de legitimidad fuera de sus respectivas actividades (en los liderazgos políticos), sino que el quehacer político pierde la posibilidad de desplegarse en un contexto de exigencia que deben y pueden construir precisamente la academia y el periodismo... si son capaces de situarse a una distancia suficiente de los alineamientos 2 y 3.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=200754
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