El contenido de este artículo, el de esta edición del diario, el de una llamada telefónica, el de una búsqueda en internet y el de un programa de radio o de televisión es determinante de su valor para sus receptores. Empero su trascendencia y capacidad de incidir dependerá de la capacidad de distribución, de tal suerte que pueda llegar a los individuos a los que pudiera serles relevante.
Sin difusión, hasta la más valiosa información muere junto con quien la conoce. Así que las ideas, los conocimientos, la cultura, el arte y todo tipo de información, en cualquiera de los formatos disponibles -texto, audio y video-, multiplica su valor geométricamente en función del número de individuos que pueden acceder a ellos, es decir, depende directamente de su capacidad de distribución.
Desde su origen, el contenido y sus canales de distribución mantienen una correlación directa que propicia que a mayor difusión, mayor sea el valor del contenido, y a mejor contenido mayor sea su difusión. Esta relación simbiótica es cierta, si y sólo si no existen barreras que impidan que cualquiera de las variables de esta sencilla fórmula funcione sin restricciones.
A través de las épocas fueron muchos los obstáculos que impidieron la difusión de ideas, conocimientos y de información objetiva y veraz. Sin embargo, los avances tecnológicos del siglo pasado derribaron las barreras del tiempo y la distancia, dando paso a la comunicación "en tiempo real". Y las naciones se abocaron a desplegar redes de telecomunicaciones y radiodifusión o a otorgar incentivos a quienes lo hicieran por cuenta de ellas. La consecuencia es que nuestro día a día es radicalmente distinto al de nuestros ancestros. Las redes de telecomunicaciones transformaron la forma en que la humanidad interactúa y se comunica, sin importar el formato: texto, audio o video.
Sin embargo, en el pecado llevamos la penitencia: fue lo invaluable de la capacidad de distribución de contenidos de los medios electrónicos de comunicación masiva por vía electrónica lo que los hizo presa de aquellos que, legitimados por el Estado, se apropiaron de ellos, y con ello se hicieron no sólo del control de los contenidos para ser difundidos a través de ellas, sino de la capacidad de generarlos o censurarlos.
Con el control de los medios electrónicos se confirió a sus dueños el inconmensurable poder de difusión en exclusiva de todo tipo de propaganda, así fuese axiológica, estética, cultural, ideológica y moral. Esta capacidad eficientemente utilizada otorga a quienes la detentan la posibilidad de manipular la realidad y con ello de formar o deformar conciencias, dictar líneas de pensamiento y de acción, y de obtener pingües ganancias a cambio de ello.
Así sucede en el mundo, y con mucha mayor estridencia en el microcosmos mexicano, en el que la población lectora no alcanza el 1 por ciento, en tanto que la televisión abierta cubre al 94 por ciento de los hogares del país, y tres de cada cuatro mexicanos ve más de dos horas diarias de programación televisiva.
Fue el poder de propaganda el que, desde los incipientes intentos democratizadores del 88, puso en evidencia el control de los medios por el "sistema", y, poco después, el control del "sistema" por los medios; y fue el peligro que tal concentración de poder implica para la vida democrática nacional lo que motivó a que en la reforma electoral de 2007 se prohibiese la compra directa de espacios publicitarios por los partidos políticos, en un intento por generar condiciones de equidad para los candidatos a cargos de elección popular. Sin embargo, tal restricción sólo abrió la puerta a nuevas fórmulas más turbias y sublimes: la de las entrevistas; un nuevo mercado del que se han beneficiado no sólo los dueños de los medios de transmisión sino algunos conductores de programas de "noticias", que optaron por comprar el espacio en la programación, para ser ellos mismos quienes se beneficiaran al vender tiempo a los políticos para ser entrevistados.
Como en todo, el abuso lleva a la necesidad de intervención por parte del Estado. Así que, tanto el tema de la propiedad de medios de comunicación masiva por medios electrónicos como el de los contenidos serán centrales en el debate de la legislación secundaria de las reformas constitucionales en materia de comunicaciones recientemente aprobadas.
Pero transformar implica trastocar intereses, y esta será la prueba de ácido para legisladores y Ejecutivo, que deberán abordar la regulación del ejercicio del derecho de réplica, la equidad en tiempos y la creación de nuevos canales de distribución. Veremos si son capaces de elevarse ante la amenaza que reza: "A ver ahora quién los entrevista". O incluso veremos si, en aras de su popularidad, pasan a ser uno más de los entrevistados.
pcarpinteyro@gmail.com
Leído en Reforma
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