La superviviente, la nostálgica, la insumisa. En un país drásticamente conservador -el divorcio unilateral se aprobó en 2005-, tres mujeres han protagonizado las elecciones chilenas del 17 de noviembre: Michelle Bachelet, Evelyn Matthei y Camila Vallejo. La primera, expresidenta y candidata victoriosa (con casi el 47 por ciento de los votos); la segunda, derrotada (pero, contra todos los pronósticos, capaz de pasar al balotaje); y la antigua dirigente estudiantil, y hoy diputada comunista, cuya imagen presidió las tumultuosas manifestaciones del 2011.
Como la prensa no ha cesado de recordar, Bachelet y Mathei pertenecen a la misma generación (una de 1951, otra de 1953) pero representan los extremos antagónicos de la sociedad chilena. Ambas hijas de miembros de las fuerzas armadas que fueron buenos amigos antes del golpe de Estado, encarnan la confrontación entre quienes fueron represaliados por el tirano y luego buscaron su salida con el No en el plebiscito de 1988, como Bachelet, y quienes se mantuvieron fieles al dictador y, desde las filas de la "nueva" derecha, defendieron el Sí a su continuidad, como Matthei.
Su genealogía resulta tan dramática que parecería propia de una novela. Porque, si bien el entonces coronel Fernando Matthei no participó en el golpe, pues se desempeñaba como agregado militar en Londres, a su regreso a Chile dirigió la Academia de Guerra Aérea, donde se hallaba preso su antiguo camarada, destacado miembro del gobierno de Allende. Torturado por sus colegas y alumnos, el general Alberto Bachelet murió poco después en la Cárcel Pública de Santiago. La joven Michelle fue detenida en 1975, interrogada y torturada en la infame Villa Grimaldi, hasta su exilio en Australia y Alemania Democrática, donde concluyó sus estudios de medicina.
De vuelta en su patria, siguió una ascendente carrera que la llevó a la presidencia en 2005 luego de ser ministra de Salud y de Defensa. Durante este periodo, Bachelet se distinguió por su sensatez, sin renunciar a una agenda progresista con la cual se empeñó en revertir las tendencias autoritarias que seguían vigentes en el Chile de entonces. No obstante su popularidad, en 2009 los electores mostraron su hartazgo hacia la Concertación y le entregaron el poder a Sebastián Piñera, el primer líder de la derecha que gobernaba al país desde la expulsión de Pinochet (aunque fuese uno de los escasos dirigentes de su sector que votaron por el No.)
Para este nuevo período, Bachelet ha presentado una serie de propuestas decididas a llevar a eliminar los últimos resquicios dictatoriales del sistema. Haciendo suyas las consignas de los estudiantes que se alzaron contra Piñera -y en realidad contra toda la clase política-, mostrando las profundas desigualdades heredadas de la salvaje economía de mercado impuesta por el pinochetismo, la expresidenta logró sumar un amplio espectro ideológico en su entorno -de la Democracia Cristiana al Partido Comunista- y consiguió imponerse por más de veinte puntos, aunque a la larga han resultado insuficientes para triunfar en primera vuelta.
Pese a que Matthei no posee el carisma para enfrentársele y de seguro sufrirá una humillante derrota en diciembre -en realidad fue la candidata sustituta tras la depresión sufrida por su antecesor-, obtuvo casi una cuarta parte de los sufragios, pertenecientes a ese poderoso sector que suma a su nostalgia por el antiguo régimen una defensa a ultranza del neoliberalismo. Tras su inminente victoria, Bachelet podrá imponer algunas reformas en solitario -por ejemplo, la educación gratuita de calidad-, pero se verá obligada a negociar la nueva constitución que considera necesaria para anular por fin la herencia de Pinochet.
En este escenario, la elección de Camila Vallejo (nacida justo en 1988), al lado de tres dirigentes estudiantiles, apenas sorprende. La diputada comunista podría ser hija de Bachelet o Matthei, pero simboliza a una generación que, haciendo a un lado la indiferencia de sus mayores, le ha devuelto a Chile ese espíritu irredento adormecido por la dictadura. Los jóvenes han insistido en que no le otorgarán un cheque en blanco a la presidenta, pero ella ha tenido la sensibilidad de convertirlos en punta de lanza de su regreso. En contra de las voces que lamentan el fin del "experimento chileno", la unión de dos mujeres tan disímbolas como Bachelet y Vallejo ofrece uno de esos escasos resquicios de esperanza que hoy vive la izquierda en América Latina.
Publicado en Reforma, 24.11.13
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