MÉXICO, D.F. (Proceso).- De niña, Elena Poniatowska pasaba ratos en la azotea de su casa oyendo platicar a las empleadas del hogar y contemplándolas en sus arreglos. En una ocasión, una de ellas le espetó con coraje: “Bájese, niña, ¿qué no le basta con lo que tiene allá abajo?”. Y no, no le bastaba. Siguió metiéndose en las vidas de las mujeres, en especial de las desvalidas y de las indomables. Es patente el gusto con que describe la rebeldía de la Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (quien dice que las mujeres se tienen merecido el trato que los hombres les dan, por “dejadas”), o el orgullo con que relata cómo Rosario Ibarra, a diferencia de otras madres de desaparecidos que se encerraron con su dolor, se puso a reunirlas. La admiración que a Elena le inspiró la Jesusa, esa mujer jodida y sola, capaz de mandar a todos a la chingada, incluyéndola a ella, la “catrina” latosa, es sólo comparable a la que le despierta Rosario Ibarra, quien “ha hecho del sufrimiento un acto de vida, un acto que nos enaltece, un acto de amorosa entrega a los demás, un acto de creación”. Los dos libros que Elena escribe sobre estas mujeres desafiantes y bravas son muy distintos, pero causan el mismo deslumbramiento.
Elena Poniatowska es una escritora excepcional, y en muy buena medida su excepcionalidad depende de lo que Carlos Monsiváis formuló como “el modo en que su presencia en los lectores se da siempre en forma de diálogo”. Pero además Elena Poniatowska es una mujer inconforme y valiente. Por eso escribe sobre mujeres atípicas y audaces como Jesusa Palancares, Tina Modotti, Elena Garro y Leonora Carrington; y también escribe sobre mujeres olvidadas (como Angelina Beloff), sobre las empleadas del hogar, las costureras y las soldaderas de la Revolución. Por cierto, en su texto acerca de estas luchadoras rememora a Nellie Campobello, “la única autora mujer de la novela de la Revolución”, y dice que sus textos singulares “no fueron apreciados en este país en el que el machismo permea también a la literatura”.
Como un buen presagio del Premio Cervantes, hace unos meses Nora Erro-Peralta y Magdalena Maiz-Peña reunieron 40 ensayos sobre su obra literaria y periodística: La palabra contra el silencio. Elena Poniatowska ante la crítica, libro publicado por editorial Era. En cuatro secciones y con un prólogo de las compiladoras, escritores de la talla de Rulfo, Paz, Pitol, Pacheco, Monsiváis y Glantz, más un conjunto de críticos literarios, revisan diversos aspectos y aportaciones de la obra de Poniatowska. La escritura de Poniatowska expresa dilemas y realidades de diversos tipos de personas, algunas marginales y desposeídas, otras privilegiadas y artistas, muchas luchadoras y gente común y corriente. Su gran necesidad de dar testimonio de la injusticia o la tragedia se mezcla con su necesidad de dar voz a personas que no suelen tenerla. Su escritura es a la vez un reclamo por las mujeres sometidas y una alabanza de aquellas que, de manera individual o social, han inaugurado espacios y caminos de lucha. Pero también Elena encauza su fuerza en la conquista gozosa de personajes masculinos, como Demetrio Vallejo o Guillermo Haro, y da cuenta con agudeza de sus diferentes conflictos, deseos y dilemas existenciales.
La creatividad y el talento narrativos posibilitan a quien escribe enunciar lo que tiene que decir: su propia verdad. Esa “verdad” de Elena ha cobrado forma en sus varias expresiones literarias: novelas, cuentos, ensayos, reportajes, entrevistas y crónicas. Simone de Beauvoir decía que “una escritora es ante todo una mujer que ha consagrado su vida a la escritura y que no ha tenido lugar para otras ocupaciones llamadas femeninas”. No es ese el caso de Elena Poniatowska. Ella ha tenido tres hijos, ha atendido a un marido exigente (basta leer su libro más reciente para calibrar la dimensión de tal desafío), y le roba tiempo a sus obligaciones femeninas, familiares y políticas para escribir. Sí, la política le importa mucho a Elena, y su activismo a favor de Andrés Manuel López Obrador le ha causado problemas y le ha implicado recibir varios tipos de agresiones. Por otra parte, su compromiso con diversas causas feministas le ha ganado un lugar especial en el movimiento. Sin embargo, más allá de su pasión por combatir la injusticia, ella es, antes que nada, una escritora. Y recibir el Premio Cervantes valida a nivel mundial lo que ya sabíamos en México. Aquí sabemos, además, otras cosas, pues la escritura de Elena Poniatowska se cuela en las vidas de quienes la leen.
La pasión de leer supera la mera curiosidad: contiene también una fuerte dosis de necesidad. Necesitamos imaginar relaciones distintas, oír sobre formas diferentes de vivir, comprender cómo otras personas han sobrevivido, reconocernos en la voz de alguien muy distinto. La lectura emociona, atrapa, es capaz de motivar giros, de abrir puertas, de impulsar gestos comprometidos. Se dice que la literatura libera no sólo a quien la realiza, sino también a quien la recibe en la lectura. Sí, la audacia imaginativa y el talento de quienes se arriesgan y escriben su verdad nos liberan y consuelan a quienes leemos a tales autores. Eso logra Elena Poniatowska, y por ello, como una de sus tantísimas lectoras, aprovecho para darle aquí las gracias.
Leído en http://www.proceso.com.mx/?p=358870
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