A los políticos, como a los autores de lo libros o a los artistas, no hay que evaluarlos por su persona sino por sus resultados. Hay funcionarios cálidos y simpáticos cuyas gestiones resultan un desastre; y viceversa, libros maravillosos que se nos caen de las manos cuando conocemos al autor, quien resulta un verdadero hígado.
El primer año del regreso del PRI no puede ser evaluado a partir de las virtudes y defectos de Peña Nieto, sino de los logros y limitaciones que arroja el ejercicio de su gobierno. Que López Portillo haya sido culto, que Carlos Salinas tuviese un IQ notable o que Vicente Fox se mostrara campechano y ajeno al protocolo no fue mella para que sus gobiernos resultaran una calamidad.
Por lo mismo, interesa menos que el esposo de “La Gaviota” no recuerde tres libros leídos o que tenga una personalidad de rock star wanabe. Lo que importa es el balance de su gestión y la manera en que eso impacta en la vida de los mexicanos.
De entrada habría que reconocer que en un año Peña Nieto ha generado más cambios estructurales que los panistas en dos sexenios. Todas las reformas aprobadas o en proceso se quedan cortas en mayor o menor medida con respecto a la urgente necesidad de modificar las estructuras anquilosadas. Pero eso no quita que representen una buena sacudida al entramado institucional.
Reforma educativa, reforma fiscal, reforma política (en proceso), reforma energética, reforma a telecomunicaciones (en proceso). Casi todas ellas están por aterrizar en leyes secundarias, pero en términos políticos Peña Nieto ya hizo lo más difícil: conseguir la aprobación por mayoría constitucional (dos tercios de la votación en las cámaras). Lo que sigue, el detalle de esas leyes, que es donde verdaderamente se definen sus alcances, está bajo su control porque sólo requieren el 50% más uno de los votos legislativos. Algo que el PRI y sus satélites (PVEM y PANAL) están en condiciones de ofrecerle a su presidente. En otras palabras, ahora que Los Pinos no necesita tan estrechamente del PAN y el PRD comenzará a gobernar con mayor margen de operación.
Nada mal para un primer año. Recordemos que la falta de esa mayoría constitucional fue lo que paralizó a Fox y a Calderón durante los doce años que fueron rehenes de la partidocracia en el Congreso. Eso, me parece, es el mayor mérito político, independientemente de que muchos estemos en desacuerdo con el contenido concreto de algunas de estas reformas.
Del otro lado, las dos principales abolladuras en lo que pretendía ser un flamante primer año del regreso priista al poder, son el comportamiento de la economía y el estado calamitoso de la inseguridad pública. La caída del PIB a un mediocre 1.3% en 2013 (contra casi 4% anual en los dos últimos ejercicios de Felipe Calderón) convirtió al mexican moment en una película de slow motion. Para la vida diaria de los mexicanos la atonía económica tiene mucho más impacto que saber por los periódicos que algunos obstáculos estructurales se han están destrabando en el Congreso gracias a la aprobación de las reformas.
El problema de la violencia es tan desastroso o más que el económico. El número de muertos vinculados al crimen organizado es similar o mayor que durante el calderonismo y delitos como la extorsión y el secuestro han aumentado. Peor aún, el Estado sigue perdiendo el control de regiones enteras frente a los cárteles, al grado de que los grupos autoarmados se están generalizando en esas zonas.
El gobierno de Peña Nieto intenta vender la noción de que las reformas habrán de mejorar la economía; quizá, aunque eso está por verse. Sin embargo no hay nada claro con respecto al segundo de los problemas. Todo indica que México seguirá despeñándose por ese desfiladero.
El supuesto oficio político que traería el PRI con su regreso al poder sólo se ha cumplido parcialmente. Las reformas son un argumento a favor de esa tesis, pero la parálisis del gasto público que se experimentó en 2013 y la incapacidad para activar la economía revelan que una buena parte del PRI tiene que ver más con las malas mañas que con el buen oficio. La presencia de personajes como Rosario Robles o el regreso de los impresentables ex gobernadores Ulises Ruiz y Mario Marín (Oaxaca y Puebla, respectivamente) revelan que muchos priistas siguen creyendo que las dos cosas -mañas y oficio- son lo mismo.
El balance del primer año de Peña Nieto es justamente eso. Una mezcla de buenos y malos oficios. Una combinación incierta del PRI de viejo cuño y de operadores profesionales modernizadores a favor de las necesidades del mercado. Demasiados claroscuros para ser concluyente. Lo que no se advierte, aún, es donde cabe el México de los pobres en la gestión peñanietista. Gran ausente del primer año. @jorgezepedap www.jorgezepeda.net
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