viernes, 27 de diciembre de 2013

Raymundo Riva Palacio - POSTALES: Estambul

ESTAMBUL, Turquía.—El Hotel Pera Palas está detenido en el tiempo, conservando  el esplendor de cuando abrió en 1892 para recibir el lujo y las excentricidades de sus distinguidos pasajeros que cruzaban Europa en el Expreso de Oriente. En el viejo casco donde se asentó Constantinopla, la capital del Imperio Romano, se ven las ruinas del último de sus cuatro imperios, el Otomano, que cohabitan en el paisaje de Estambul junto a edificaciones modernas que huelen, no obstante, a viejo. Esta ciudad presume la grandeza de lo que fue, cuya huella se encuentra en el  Palacio de Topkapi, donde vivieron los sultanes otomanos por 400 de los 624 años que duraron sus reinados.







El Palacio de Topkapi, el centro del poder, es un complejo de edificios, patios y jardines en 700 mil metros cuadrados, desde donde los sultanes planearon sus conquistas en tres continentes, en el sureste europeo (los Balcanes), el Medio Oriente y todo el norte de África. En su Sala de Tesoros –en realidad son cuatro salas- se encuentran la Daga de Topkapi, elaborado en oro por artesanos turcos en el Siglo 18, con su valiosa empuñadura de diamantes y esmeraldas, y elDiamante del Cucharero, una joya de 86 quilates –que rompe el vidrio a prueba de balas que lo protege- y dos hileras de 49 pequeños diamantes que lo bordean, comprado por un joyero a un pepenador por tres cucharas.

Desde Topkapi, donde está el Manto de Oro que usó el Profeta Mohammed, que hace del Palacio uno de los centros musulmanes más sagrados en el mundo, los sultanes globalizaron el Corán y vivieron por generaciones en el cenit del poder, envueltos en guerras y revueltas, intrigas, asesinatos y golpes de Estado. Es el centro político de una ciudad de muchas pieles, cosmopolita y multicultural, inventada por extranjeros –griegos, persas, espartanos, romanos y finalmente turcos que venían de Asia-, que parece vivir con el brillo de los tiempos idos.

Su Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, vía en su natal Estambul una vieja urbe cargada de melancolía. En su autobiografía, “Memorias de una Ciudad”, la describió hace 10 años como una ciudad en blanco y negro, una combinación de ánimo urbano en viejas fotografías bicolores que vive una realidad pasada a la imaginación. En la grandeza del Imperio Otomano, apuntó, está hoy una imitación pálida, pero de segunda clase de una ciudad europea. El sabría más que muchos, pero para un visitante, Estambul es una ciudad extraordinaria y excepcional.

Sus calles están pobladas de cafés y terrazas, como en muchas partes del mundo. Tiene sus zonas de prostitución y narcomenudeo en la parte moderna, donde se asentaron los europeos en el Siglo XIX, acompañantes permanentes de las grandes ciudades. Atrae más de dos millones de visitantes extranjeros al año –un 8% del total de quienes viajan a Turquía-, y tiene 38 hoteles de cinco estrellas, que refleja el nivel socioeconómico de sus turistas. Su sistema de transporte es eficiente y limpio, más como en Asia que en Europa, y su Gran Bazar, con más de tres mil tiendas amontonadas en 64 pequeñas calles peatonales en una colina, tiene 500 años. Fue el centro comercial imperial y sostén económico para Topkapi, pero aún hoy su dinamismo es abrumador, algo que no se siente, por ejemplo, en el viejo bazar de Damasco o en los zocos marroquíes.

Pamuk veía con añoranza a las decenas de pescadores que buscan una presa con sus cañas y anzuelos a todas horas del día desde el puente de Gálata, desde donde salen las embarcaciones a navegar por el Bósforo, y que conecta las partes viejas y modernas de esta ciudad, fundada por el rey Byzas en el año 667 Antes de Cristo, de donde viene su primer nombre, Bizancio, y que comparte con París un lugar único como ciudad en la Historia Universal: si la Revolución Francesa inicia el Mundo Moderno, la Toma de Constantinopla, que es el final de los imperios Romano y Bizantino, es el fin de la lúgubre Edad Media.

En “Memorias de una Ciudad” –publicada en 2003, tres años antes que le dieran el Nobel-, Pamuk habla de la caída histórica y cultural de Estambul. Su tristeza y pesadumbre pueden ser más para quien tiene como espejo un viejo imperio. Pero para el visitante no importa. Son visibles las murallas en ruinas del Imperio Bizantino, y los casi inexistentes vestigios griegos, pero hay una vida que no ha desaparecido, la que cuenta el Hotel Pera Palas, donde Agatha Christie escribió hace 79 años “Asesinato en el Expreso de Oriente”, que mantiene el lujo de antaño, con sus caobas, alfombras persas y candelabros de oro que hacen de la imaginación la realidad de lo que esta ciudad es y lo que fue.


twitter: @rivapa


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