sábado, 18 de enero de 2014

Manuel Espino - Autodefensas: el espejo de Colombia

A finales de los 90 se fue consolidando en Colombia una fuerza que supuestamente buscaba proteger a la población y acabó por convertirse en una amenaza para el Estado: las autodefensas.

Mucho debe llamarnos la atención a los mexicanos que la principal justificación de quienes empuñaron las armas en estos grupos ilegales fue “el abandono del Estado”, la supuesta incapacidad de las fuerzas del orden para imponerse en comunidades pequeñas y, sobre todo, zonas rurales.

Asimismo, es de señalarse que quienes iniciaran el movimiento de las autodefensas también fueron pequeños empresarios, comerciantes, agricultores y ganaderos, orillados por guerrilleros y delincuentes que agobiaban sus comunidades.

Argumentando que los amparaba el derecho a la legítima defensa, tomaron las armas y también integraron ejércitos privados.





En todo este proceso el huevo de la serpiente fue, de manera fatal, el apoyo que las autodefensas aceptaron a grupos de narcotraficantes. Es evidente que al tratarse de un proceso totalmente anárquico y falto de transparencia, alejado de toda rendición de cuentas, representaba una oportunidad ideal para que se inmiscuyera el crimen organizado.


Como consecuencia, independientemente de si su origen fue o no bien intencionado, en muy pocos años las autodefensas se convirtieron justo en lo que habían nacido para combatir: un brazo armado del crimen que cometió innumerables actos de terrorismo y masacres, que desplazaba poblaciones, que también demandaba “derecho de piso”, que secuestraba y torturaba a los habitantes de las zonas bajo su control (que llegaron a abarcar más de seis millones de hectáreas).
Se estima que entre los años de 1980 y 2000 asesinaron a unas 3 mil 500 personas, muchas de ellas mediante las más atroces torturas, por lo cual han sido catalogadas como una organización terrorista por los gobiernos colombianos y estadunidense, así como por la Unión Europea.
También dieron origen a una nueva clase de política, la cual en lugar de sustentarse en el voto popular y en el convencimiento democrático se sostiene por el uso de la violencia y del dinero del narcotráfico.
Todo ello deben recordar quienes hoy levantan la voz para justificar los grupos de autodefensa surgidos en México. Pues a final de cuentas, por más argumentos que se puedan esgrimir para defenderlos teóricamente, en la práctica no dejan de ser expresiones más complejas del linchamiento y de los llamados “escuadrones de la muerte”.
Entendemos que hay razones poderosas, válidas, de vida o muerte incluso, en muchos de quienes buscan defenderse de la delincuencia organizada. Pero la historia y la experiencia internacional demuestran que integrar grupos armados al margen de la ley solo conduce, como dice la sabiduría popular, a un “remedio peor que la enfermedad”.

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