miércoles, 29 de enero de 2014

Sergio Aguayo - Cinco tesis

Millones de personas construyen con sus acciones el tapiz de una violencia con normas, lógica e historia. La violencia mexicana se entiende con cinco tesis que varian por región.
Primera: la vía armada. Durante años, las armas fueron monopolio del Estado y los grupos delincuenciales; a la sociedad le tocaba pagar y sufrir. Las autodefensas de Guerrero y Michoacán modificaron el guión. En Tierra Caliente se reordenó y complejizó el mapa de la guerra. Gracias a los corresponsales que están cubriendo el conflicto podemos seguir el desplazamiento de las tres fuerzas y la manera como combinan la guerra de movimientos con la de posiciones. Con la legalización de las autodefensas inicia otra etapa que se construirá a partir de una realidad: la sociedad michoacana ya está militarizada y tiene a su disposición un impresionante equipamiento bélico. Las armas no son biodegradables.






Segunda: la irrelevancia de la política. Las armas le quitaron protagonismo a la política. El video de la llamada “Princesa Templaria” cantando en el Palacio de Justicia de Morelia confirma que los Templarios habían comprado a buena parte de las autoridades locales (inevitable preguntarse cuántos de estos gobernantes compraron los votos para llegar al cargo). En casos extremos -y Michoacán lo es- el Gobierno federal ha entrado a cubrir el boquete. Intentarán que sea de manera temporal, pero si el Gobierno de Peña Nieto y los otros partidos no combaten a fondo la corrupción gubernamental y partidista la política seguirá escabulléndose.

Tercera: la cultura. La destrucción de capital social positivo es enorme. Es palpable el fenómeno que Guillermo O’Donell llamó como la “normalización de lo anormal”. Esto significa que coexiste el miedo, la indiferencia al sufrimiento, la trivialización del valor de la vida humana y el convencimiento de que lo más importante es enriquecerse a toda costa (a imagen y semejanza de los partidos). En la evolución que han tenido las letras de los narcocorridos o en algunos contenidos que circulan por las redes sociales puede apreciarse cómo se han ido consolidando valores propios del capital social negativo.

Cuarta: la economía. La violencia tiene como pilar un modelo económico que alienta la ilegalidad y la desigualdad. Por el neoliberalismo han crecido la disparidad en los ingresos y la precariedad en los empleos. Según cifras oficiales el 60% de la población ocupada está en la informalidad y hay un enorme desempleo juvenil. La delincuencia organizada se alimenta de jóvenes desempleados y subempleados que se juegan la vida por la esperanza de una rápida mejoría económica. Los cárteles necesitan esa mano de obra para administrar y acrecentar su prosperidad nacida del saqueo del País y de factores internacionales.

Quinta: la importancia de lo externo. La geopolítica es determinante en la intensidad de la violencia mexicana. Por nuestra ubicación somos lugar de tránsito obligado para los flujos de drogas, personas, armas y dinero que van y vienen por la cuenca del Caribe. Al territorio mexicano llegan ríos de armas provenientes de los Estados Unidos, mientras Washington se hace el desentendido; la venta de cocaína ha construido en México las rutas que llevan la droga que alimenta el apetito estadounidense y los migrantes centroamericanos se arriesgan a cruzar nuestro territorio obsesionados con el “sueño americano”. La geografía provoca situaciones grotescas. Hay una ley mexicana que prohíbe las “transmisiones” que hagan “apología de la violencia o del crimen”, pero en el lado estadounidense fronterizo hay estaciones que transmiten narcocorridos sin que nuestro Gobierno reaccione.

Este marco ayuda a comprender la violencia mexicana. Cada vertiente tardó décadas en construirse y llevará muchos años acotarlas y reconducirlas. Sin menospreciar la mejoría en la política de seguridad del Gobierno de Enrique Peña Nieto es evidente su cortedad, levedad e insuficiencia; también es claro que la sociedad ha jugado el papel de objeto, comparsa y víctima. La gran lección dejada por las autodefensas michoacanas es que su aparición provocó una crisis que obligó al Gobierno federal a adoptar un enfoque algo más integral.

La legalización de las autodefensas es un parteaguas que me lleva a hacer un pronóstico para el corto plazo: preparémonos para la proliferación de iniciativas ciudadanas pacíficas y armadas contra la violencia criminal. ¿Sabrán responder quienes gobiernan?


Comentarios: www.sergioaguayo.org
Colaboró Marcela Valdivia Correa



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