San Luis Potosí rindió homenaje al doctor Salvador Nava en el centenario de su nacimiento. El sábado 5 de abril -dos días antes de la fecha precisa- nos reunimos en el claustro de la universidad sus viejos amigos y su gran familia, todos rodeando a su mujer, la valerosa y siempre joven doña Concepción Calvillo de Nava. Los actos tuvieron una dignidad propia del personaje y la ocasión. Hubo dos rondas de ponencias, una exposición fotográfica, una sabrosa comida. El público (familias enteras, muchos jóvenes) quedó feliz. "¡Nava vive!" era la consigna, que merecía resonar en todo el país.
Nava luchó por la democracia mexicana cuando hacerlo implicaba correr riesgos de muerte. Desde 1956, un movimiento estudiantil avalado por el doctor Manuel Nava (su hermano mayor, rector
de la Universidad Potosina) desafió al vergonzoso cacicazgo de Gonzalo N. Santos. Tras su súbita muerte en 1958, Salvador (respetado y querido oftalmólogo) tomó la estafeta. Ese año, apoyado por comunistas, panistas y sinarquistas, fue candidato a la presidencia municipal de San Luis. En el quiosco central, los jóvenes colocaron una horca y una manta con la leyenda "Santos, asesino de estudiantes". Las autoridades recurrieron a la fuerza militar; los ciudadanos -obreros, industriales, comerciantes, estudiantes, campesinos- tomaron el camino de la resistencia cívica. El 7 de diciembre de 1958, Nava ganó las elecciones por un margen de veinte a uno. El gobierno no tuvo más remedio que conceder.
Su gestión fue memorable. Cada semana informaba al público por radio sobre los fondos públicos, las obras y
las mejoras. Su oficina era una extensión de su consultorio: un recinto abierto a la gente. Meses antes de completar su período, Nava resolvió lanzar su precandidatura para gobernador dentro del PRI. En un áspero diálogo, el presidente del partido, Alfonso Corona del Rosal, le informó que "no sería el candidato", le ofreció una diputación y una "compensación por sus gastos". En la Plaza de Armas, Nava hizo pública esa conversación: "Seguiremos como independientes", prometió a sus seguidores.
Así llegó a las elecciones de julio de 1961. El ejército impidió el sufragio libre, a culatazos. El resultado oficial fue el triunfo del candidato priista. El resultado social fue, una vez más, la resistencia cívica. El 15 de septiembre de 1961, mediante una operación
que presagiaba el 2 de octubre del 68, pistoleros apostados en las azoteas asesinaron a decenas de potosinos. El ejército condujo a Nava al Campo Militar Número Uno. Semanas después, regresó a San Luis e intentó formar el Partido Democrático Potosino. En 1963, sufrió tortura.
Por un tiempo se replegó a la vida privada, pero en los años ochenta, al percibir (en el norte del país, sobre todo en Chihuahua) el renacimiento del ánimo democrático, volvió a la política activa. Ya no había un cacique individual sino uno colectivo: el PRI. En 1991, el candidato oficial a la gubernatura fue Fausto Zapata Loredo. A pesar del cáncer que lo corroía, Nava contendió también.
Viajé a verlo varias veces, una de ellas con Heberto Castillo. En la modesta
sala de su casa me contó su historia. Luego nos vimos en mi oficina. En agosto de ese año, al sobrevenir el fraude anunciado (que la Unión Cívica Potosina documentó ampliamente), me uní a la resistencia civil y a la Marcha por la Dignidad que emprendió (terminalmente enfermo) a la ciudad de México. A dos semanas de su toma de protesta como gobernador, Zapata renunció a su cargo. Poco tiempo después, el 18 de mayo de 1992, el doctor Nava murió.
Con su hazaña cívica, Nava cambió la historia política de México. San Luis Potosí revirtió la amarga experiencia de Chihuahua en 1986. E hizo más: al poner un límite histórico a la cultura del fraude, contribuyó a debilitar el proyecto político transexenal del presidente Salinas. Meses
después, cuando el gobernador interino planteó la posibilidad de reelegirse, doña Concha encabezó una nueva marcha que lo impidió. De no haberlo hecho, tal vez el proyecto de reelección hubiera cristalizado en Los Pinos.
El día en que murió me escribió una carta en la que insistió en la palabra pluralidad. Nava no era de izquierda ni de derecha. Nava no fue un líder social ni un caudillo revolucionario. Fue un patriarca civil sin dogmas ni ideología, con ideales y valores: honestidad, solvencia, claridad, valentía, vocación de servicio, voluntad de sacrificio. Tuvo, como muy pocos, esa rara virtud: la virtud cívica.
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